martes, 21 de septiembre de 2010

Veremos una tierra que ponga libertad.

Sentado, con el ceño fruncido. La mirada al infinito, los ojos conteniendo las lágrimas a duras penas. Una mano sobre la otra y la otra sobre el bastón. La gorra de visera bien calada, inclinada hacia adelante. El bigote espeso. A simple vista fiero. Parece que va a gritar. De repente se levanta, como nervioso. Da dos vueltas hacia arriba y hacia abajo, sin ir a ningún sitio.

No está en una sala de espera cualquiera. No espera una noticia. Ya no espera nada. Simplemente no puede creer lo que le está pasando.

Todo cuanto podía sucederle le ha sucedido ya. Es imposible que algo le vaya a sorprender, ni siquiera puede inquietarle su futuro. Ya no.

Ahora su presente es su eternidad y su libertad su cárcel. Nunca nadie pudo apresar su pensamiento, ahora ya nadie podrá ni siquiera intentarlo.

Nos ha dejado José Antonio Labordeta, el de “Arremójate la tripa que ya viene la calor”, el de “Banderas Rotas”, el de “Somos”, el de “Canción de Libertad”. O para ser más exactos ha dejado a los suyos, porque los demás tenemos y tendremos todo cuanto él fue para nosotros. Su música, sus escritos, sus intervenciones en el Parlamento. Eso no nos lo van a quitar.

A nosotros nos queda lo mejor. La persona la perdemos todos un poco, pero las personas son patrimonio de sus seres queridos, no pueden serlo de todos a la vez. Sin embargo la obra si es universal, siempre accesible. Cualquiera podrá poner un disco en el que aquel maño de la voz tosca nos metía por los oídos esas palabras tan bellas al compás de una guitarra que de forma vehemente empujaba las notas musicales entre los versos. Cualquiera podrá también leer sus libros, incluso Youtube nos brinda la posibilidad de recordar sus exabruptos parlametarios (para mi siempre atinados y justos), que eclipsan inmerecidamente un trabajo político intenso y riguroso en defensa siempre de quienes le eligieron.

Algunos tuvimos el placer de verle a menudo cruzando la Carrera de San Jerónimo a la ida o a la vuelta de alguna sesión parlamentaria, siempre con su gesto hosco. A mi desde luego me quedaron siempre ganas de acercarme y estrechar su mano, pero me pudo la vergüenza y el sentido común, porque él no necesitaba estrechar mi mano y lo que se hace entre dos no puede ser beneficioso para uno solo.

Entre todos los homenajes mediáticos que estoy viendo que le caen me ha llamado la atención poderosamente uno de ellos, el que le hace un ex-alumno. Don Federico Jiménez-Losantos. Y me llama la atención porque desde luego habla muy bien de José Antonio, del Abuelo. Y ello me ha llevado a ver entrevistas grabadas de su paso por diferentes programas de televisión en los que Labordeta dejaba ver que aquel afecto era recíproco.

Nada más bonito que ver a dos símbolos ideológicos tan distantes respetarse y hasta quererse, por encima de la política.

Ese me parece el más bello legado. El de saber dejar a cada uno ser lo que es y quererlo en la diferencia.

No soporto a Jiménez-Losantos, yo no soy tan santo como el Abuelo, pero me ha emocionado el respeto mostrado tanto en vida como después.

Y por tanta santidad le viene el castigo, porque hoy Labordeta está a veces sentado y a veces dando vueltas nervioso porque no entiende por qué al final está en en Cielo. Porque él nunca pensó que pudiera existir. Y porque encima ahora es para siempre. Y encima Dios se sabe aquella de “habrá un día en que todos al levantar la vista ….”, y para colmo la canta todo el rato. Y desafina, el tío.

Por lo menos el cachito de Cielo que le ha tocado cae justo encima de Aragón, como en aquella película “Así en el Cielo como en la Tierra”. Porque ni siquiera Dios ha querido separarle de su tierra.

Gracias por todo, majo.





Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.

Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.

Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar

tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.

Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.

Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.

Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar

tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.

Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.

Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.

Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.

Somos
como esos viejos árboles.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Arregi, el alto el fuego y un hombre libre

He tenido un fin de semana tonto. Algunas lecturas y las reflexiones inducidas por las mismas parecen haber quitado el cerrojo de algunos cajones que creía cerrados para siempre.
Lo digo desde un punto de vista completamente positivo. Me siento más fuerte y más libre. Y en estas que me encuentro hoy lunes con una entrevista en El País a Joxe Arregi. Me ha emocionado. Le veo como el Peine de los Vientos, azotado por el temporal, a punto de ser arrancado de su propia esencia, aferrándose a su raíz, pero firme, mirando de frente y aún así lleno de bondad.
Pocos sacerdotes nos hablan ya del Evangelio de una forma que yo pueda entender. Estoy harto de amenazas, de verme a mí mismo ardiendo en los infiernos, de no encontrar una luz que me ayude a seguir adelante. Y pocos faros como este Arregi. Un hombre que probablemente no quiere ser ejemplar, que creo que debe de ser famoso a su pesar, pero que encarna como nadie ahora mismo la auténtica persecución a que son sometidos quienes se salen del pensamiento impuesto por la jerarquía.
Estoy a punto de que me de lo mismo lo que le pase a la Iglesia Católica, es más, creo que ya me da igual. No me da igual que millones de personas se queden sin una referencia moral, sin la radiobaliza que les mantiene seguros, pero si me importa un bledo lo que le pase al aparato político, que en eso parecen haberse convertido el Vaticano y sus franquicias.
Arregi nos hace varias reflexiones muy interesantes, recomiendo el artículo (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/sabe/Papa/manda/elpepusoc/20100906elpepisoc_3/Tes). Pero lo que me asalta en este momento es la sensación de que estamos mirando hacia otro lado mientras todo esto ocurre. La iglesia no debería ser únicamente la Curia. La iglesia deberíamos de ser (como Hacienda) todos. Al menos todos los que quisiéramos formar parte de ella. Y algunos nos estamos alejando sin luchar por lo que creemos dejándole la plaza al invasor (que así le considero). Y la cosa tiene su porqué. Nos falta un líder. Y ese líder no es fácil de encontrar porque los buenos católicos, sean sacerdotes o no, se están plegando a la jerarquía por obediencia. Pero ¿y si la jerarquía estuviese equivocada? ¿No tenemos la obligación de obrar en conciencia ante un dilema semejante? Yo creo que nuestra obligación es decir lo que pensamos y obrar según dicta nuestra conciencia. Pero la triste realidad es que el invasor es fuerte, bien organizado y con una estrategia. Y nosotros somos el ejército de Pancho Villa. Es la historia de siempre de la represión y la libertad. Más antiguo que el pis de gato.
Y por otro lado el alto el fuego, que por algún motivo no me ha emocionado. Mi interior apátrida va ganando posiciones y me parece que me va a dar igual al final la bandera. Estoy harto de patrias que se olvidan de las personas, de fundamentalismos en general. Durante mucho tiempo he defendido que los pueblos deben de ser libres , sean grandes o pequeños, para dirigir sus destinos. Ahora estoy un poco decepcionado viendo como esa libertad es moneda de cambio entre unos y otros. Será la ley de la oferta y la demanda, pero no me gusta nada que algunas cosas se conviertan en mercancía.
Siento que mi cabeza se va escapando, que no puedo controlar ciertos instintos libertarios y que va llegando el momento de volverse al monte (literalmente) donde está la verdad absoluta. El hombre frente a sí mismo y frente a la naturaleza. El único diálogo que he entendido siempre y que nunca me ha defraudado. Es mi punto de retorno de toda la vida, mi reset. Así que voy a ir sacando punta a los crampones que el General Invierno está mandando faxes diciendo que va a atacar y esta vez le pienso dar batalla. Nada de cuarteles de invierno, lucha sin cuartel. Y en todos los frentes.