domingo, 10 de junio de 2012

Vergüenza.

Hoy me invade un sentimiento de vergüenza.

Hace muchos años yo era lo que entonces se llamaba un entusiasta “europeísta”, un convencido de que el camino, el verdadero futuro estaba en integrarnos en aquel selecto club formado por franceses, italianos, alemanes, etc. Han pasado unos pocos lustros y quizá hoy podría pensar que se ha demostrado que estaba en lo cierto, dado que una vez más nuestra salvación parece estar en que la vieja Europa nos financie nuestros desastres.

Pero empiezo a verlo al revés. Quizá hubiera sido mejor no contar con la ayuda exterior de nadie y que nosotros mismos pagásemos con sangre, sudor y lágrimas los desmanes de aquellos que nos han puesto en la situación de necesitar limosna para salir del atolladero. Limosna que nos va a costar la honra y la hacienda claro está, aunque quizá el personal se esté pensando que estos miles de millones que nos van a inyectar vienen “de gratis”.

Probablemente era mejor someterse a una catarsis completa y que la situación se desbocase hasta el punto de que el pueblo tomase las riendas del asunto haciendo alguna que otra ejecución pública en plaza mayor de banqueros y otros estafadores. A lo mejor si el tornillo hubiese apretado lo suficiente la gente espabilaba un poquito.

Y ahora mi entonces amada Europa va a prestarnos el dinerito. Más concretamente se lo va a prestar a los bancos. Una vez demostrado que nuestro sistema bancario no es tan infalible como se decía, que los gestores de nuestros bancos han sido cuando menos ineficientes (o corruptos), lo que se va a hacer es financiar a aquellos que estrangulan a las familias dejándolas en la calle si es necesario. O sea, como siempre castigo a los buenos y premio a los malos. Reparto de sanciones entre los que han trabajado bien y medallas a los no participantes.

Una pena. La situación nos deja claro que la incompetencia no la tenemos en exclusiva. Nuestros próceres económicos europeos también parecen estar mirando a otro lado. Ni siquiera nos queda la esperanza de que con la intervención se nos obligue a una gestión mejor, a un sistema más equilibrado y justo. Todo lo contrario, más de lo mismo y dinero para los de siempre.

Se nos insiste por activa y por pasiva en que la cuenta no la pagaremos en derechos los ciudadanos. Que el dinero va a los bancos y serán los bancos quienes lo tengan que pagar ¿entonces por qué el dinero se le concede al Estado? La respuesta la tendremos pronto, por desgracia.

Y mientras todo este follón de números y declaraciones no está ni a medio digerir el presidente de este país que no he elegido (ni el presidente ni el país) pierde el culo a coger un avión para que todo el mundo pueda ver por televisión cómo gastamos el dinero que con tanta urgencia necesitábamos. Allí estaba, en la tribuna del campo de fútbol, junto al heredero de la corona que no he elegido (ni la corona ni el heredero, ni a la madre que lo parió). Haciendo ostentación de su pasión futblolera, de evidente buen humor.

Si yo le pido a alguien dinero porque lo necesito de verdad, evitaría que me viesen al día siguiente acudiendo a un campo de fútbol. Evitaría también parecer feliz y despreocupado. Evitaría viajes innecesarios. Ni aunque pudiera permitírmelo. Es una cuestión estética, pero también ética.

Y me da igual si el presidente y los principitos viajan con dinero propio, o lo que sería peor público. Hablamos de asistir a un partido que ni siquiera es una final. Hablamos de que nos puede ver cualquiera.

No sé que puede pensar un alemán que vea estas escenas. Quizá pueda pensar lo mismo que dicen pensar algunos que critican el PER, las comunidades autónomas eternamente subvencionadas, etc. Ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.

Y lo que me da todavía más vergüenza es que a la gente le da lo mismo. Mucha gente con dificultades económicas casi insalvables no ha dejado de comprarse su camiseta oficial de la selección (vayan ustedes y vean los precios). Desde por la mañana ya andaban dando la matraca con las vuvucelas, atronando. Orgullosos de su selección. Sin pizquita de sensación de ridículo. Completamente ajenos a que estamos viviendo de la caridad de los demás paises. Sin calibrar el gasto que significa toda la parafernalia futbolera.

Y muchos de ellos con chanclas ¡Qué horterada!