jueves, 15 de noviembre de 2012

Escapar.

Estoy un poquito bajo de ánimos. Después de una jornada de huelga general me suele pasar. Las declaraciones de unos y otros políticos después del día de ayer, me ponen al borde de la náusea. Me hacen aborrecer el hecho de haber seguido la huelga. Por otra parte mis principios me impedían no hacerlo. Es un crucigrama sin respuesta.

Y en ese estado de ánimo me doy cuenta de que llevo un montón de años subiendo una cuesta . Una cuesta que no lleva a ninguna cima, que me he convertido en una réplica de aquel Sísifo, aunque yo no llego al final de la cuesta y bajo para volver a subir. Simplemente no paro de subir.

En parte la culpa la tiene este Madrid que me vio nacer hace algunos añitos. Siempre he identificado en mi recuerdo esta ciudad con el esfuerzo. Nunca me resultó amable. Desde pequeño recuerdo el frío, el calor, la contaminación. Para ir al monte hay que recorrer una larga distancia en tren o autobús. El mar es un cuadro en la pared. Los amigos huyen los fines de semana y te dejan solo. Estás rodeado de cines, teatros, salas de música y otros espectáculos que se empecinan en programar cosas que no me gustan, para que el aburrimiento sea completo.

En verano todo el mundo huye a su pueblo, menos los que somos de este, que nos tenemos que fastidiar porque nuestra condición capitalina nos ata al asfalto. En invierno frío, lluvia, oscuridad y soledad.

Y hoy una bocanada de aire fresco entra en mi cabeza de forma inexplicable. De repente estoy apoyado en el murete que rodea la ermita de San Juan de Gaztelugatxe.
El mar infinito ante mis ojos está un poquito revuelto, pero sin exagerar. Solo un poco de movimiento para que se vea que está vivo. Un par de barcos faenando en el horizonte rompen esa línea que une cielo y tierra. Es temprano y todavía no hay turistas (yo no me considero como tal). Se oyen los chillidos de las gaviotas y el rumor profundo del mar. A veces el aire llega a mover un poquito la campana de la ermita y suena tímidamente, como un suspiro ahogado.

Siento un poco de frio, la brisa del mar con su humedad siempre me da escalofríos. El sol asoma por el Este blanqueando las rocas de la costa. La bola de luz poco a poco va ocupando su sitio en el cielo después de salir de su escondrijo nocturno. Porque en Gaztelugatxe al sol por la noche lo guardan dentro del mar, hasta que a su hora en punto todas las mañanas lo vuelven a sacar del mar para que alumbre durante el día. Todo muy práctico.

Me muevo un poco hacia la izquierda para ver mejor la costa de Bakio y noto el borde del murete frío y húmedo. Se me clavan sus bordes irregulares. Al rato ya estoy cómodo otra vez. Pasa por delante una barca pequeña. El ruido de su motor me llega entrecortado por el rumor de las olas. El pescador, en pie, no pierde la vista del sol. Navega hacia el Este, rumbo directo al sol, como buscando el calor. Como si pretendiese agarrarse a un rayo y subir hasta el cielo.

Aquí mismo he estado otras veces con mi familia, con amigos, siempre contento. Es un sitio mágico. De repente noto como si no existiese la gravedad, como si flotase. Abro los brazos y me parece que estoy volando. Empiezo a ver el mar correr debajo de mí, como si volase pegado a él en un helicóptero. Ya no tengo frio. Respiro profundo hinchando a tope los pulmones ……

Y de repente huele a contaminación. No puede ser. Abro los ojos y compruebo con horror que sigo con los pies atornillados en Madrid. Se me está clavando el borde de la mesa en los brazos mientras tecleo y el rumor del mar son los coches que circulan a toda velocidad por la M-30. Ya no tengo frio porque han encendido la calefacción de mi oficina y el paisaje y las gaviotas no sé de dónde demonios han salido, pero al menos durante un rato he sido feliz.

Y eso es lo que nos queda, soñar. Al menos hasta que podamos escapar otra vez y creernos que somos felices porque estamos lejos. Luego volveremos otra vez a la rutina hasta que tengamos una nueva oportunidad de fuga.

Y nos vamos haciendo cada vez más viejos. Y escapamos cada vez más despacio. Hasta que un día tenemos la oportunidad de no volver.

Mientras tanto nos consolamos pensando que millones de turistas vienen a nuestra ciudad cada año desde todos los paises.

Algo tendrá.