miércoles, 29 de mayo de 2013

De crónicas, vedettes y sentimientos.



Tengo un carácter insufrible. No ha hecho más que comenzar el serial anual del Himalaya y ya me he calentado.

A causa de la muerte de Juanjo Garra, se están vertiendo en el estercolero periodístico los primeros detritus informativos. O no exactamente informativos, más bien “desinformativos”.

Nada nuevo, hacen igual con la política, con la religión, con el deporte en general y con todo aquello sobre lo que escriben. Han convertido los medios en centros de opinión, casi siempre poco cualificada. Y no me molesta cuando se trata de columnas de opinión, logicamente, si no cuando se trata de artículos en los que se pretende relatar un suceso.

La comparativa nos vuelve a traer a la cabeza una vez más aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Leo compulsivamente todo lo referente al mundo de la montaña, desde hace muchos años. Tantos como para poder enfrentar los recuerdos de hace más de treinta años y he visto evolucionar la información desde el relato épico de los hechos hasta la más pura opinión desinformada.

Volviendo la vista atrás me encuentro que en “mis tiempos” (entrecomillado porque los actuales también son míos y a pesar de la baja actividad sigo vivo en lo que a la montaña se refiere), el montañero más famoso era César Pérez de Tudela, funcionario del Cuerpo Nacional de Policía (entonces no se llamaba así) y lo resalto no como un demérito, si no todo lo contrario. A pesar de que la policía en aquellos años de uniforme gris no era muy popular, este hombre se alzó como el paladín de los montañeros ibéricos.

Ganó el concurso Un Millón Para el Mejor, lo que en esos años de un canal y medio de televisión significaba ser conocido por el total de la audiencia. Su aceptación popular era inversamente proporcional a la que obtenía entre el mundo de la montaña (que entonces no era nada profesional).

Este buen señor a la vez que se hacía presente en diferentes programas de radio y televisión y que parecía ser la única voz autorizada, era expulsado de su propio club de montaña y consiguió el raro honor de tener prohibida la entrada en la Federación Española de Montañismo (entonces llamada así). En ambos casos debido a su comportamiento poco ético.

Algunos os preguntaréis por qué no se supo nada de esto en su tiempo. La respuesta es sencilla. Los casos vergonzosos y vergonzantes se lavaban en casa, no se aireaban y además no había nada que ganar en sacar el ventilador de la caca más que ensuciar el buen nombre del montañismo, cosa que ni en su club ni en la Federación estaban dispuestos a consentir.

Todo esto lo conozco de primera mano y no me lo han contado terceras personas.

Sumemos al bagaje del susodicho que arrastraba la fama de ser poco fino y de tener por costumbre asistir a los entierros de sus compañeros de cordada. Incluida su entonces esposa.

En mi recuerdo queda su protagonismo del rescate de Gervasio Lastra y de Arrabal en el Naranjo de Bulnes, que quedaron atrapados a escasos metros del final de la vía que hacían en la cara oeste y en el que participaron muchos más montañeros, pero que este hombre decidió arrogarse en exclusiva.

Dicho rescate se relató en los medios con profusión, con las carencias comunicativas de la época que hacían que las noticias y las crónicas se publicasen un día o dos después del suceso. Aquello tuvo a todo el país pendiente de la vida de esos dos escaladores, de los cuales uno, Arrabal, falleció finalmente a pesar de los cuidados de su compañero.

Años más tarde, ya en los ochenta, fallecían dos montañeros en Peña Vieja (Picos de Europa). Los medios de entonces y la climatología llevaron a la muerte a aquellos dos amigos. Sin saber si estaban con vida o no los servicios de rescate de la Cruz Roja (entonces la Guardia Civil no tenía las actuales unidades de rescate), capitaneados por el mismo Gervasio Lastra que sobrevivió a aquella aventura en el Naranjo, trataban de llegar al lugar de la pared en que se encontraban los accidentados. Se sabía que llevaban varios días colgados, con lo que las esperanzas de vida eran mínimas, pero eso no limitó los esfuerzos ni los riesgos en los rescatadores. En pleno fragor de la acción de rescate aparece mi querido Pérez de Tudela con un helicóptero fletado por José María García (no recuerdo en que emisora de radio trabajaba en ese momento) y se dedicó a hacer reconocimientos aéreos por su cuenta, poniendo en riesgo las acciones de rescate que ya estaban en marcha.

Los rescatadores llegaron hasta los cuerpos de los accidentados y comprobaron que ya estaban sin vida. Eso no impidió a Pérez de Tudela decir por la radio (yo lo escuché en directo) a las familias de los montañeros que les prometía devolverlos con vida. Todo por la audiencia.

No contento con la cagada, se dedicó a criticar a los rescatadores (a lo mejor para tapar en lo posible su error), por un asunto que tiene miga. Les censuraba cortar las cuerdas y dejar caer los cuerpos para rescatarlos. Téngase en cuenta que bajarlos de otra forma hubiese puesto en riesgo las vidas de los vivos y que la otra opción era dejarlos hasta encontrar mejores condiciones climáticas a merced de las rapaces y a la vista de los siguientes escaladores.

Todo esto lo cuento para que se vea como en el primer hecho en el que un señor que la cagó a fondo (y no entraré en los detalles del primer rescate por respeto a vivos y muertos), las informaciones fueron sobre los hechos y punto, sin entrar en valoraciones por parte de nadie, pero ya en el segundo rescate contaban las audiencias y primaba el espectáculo.

En los últimos años hemos asistido a multitud de casos en los que se ha informado a fondo sobre cada muerto, con detalles escabrosos y sin reparar en el drama humano que supone para las familias de los fallecidos y para los que participan en un rescate.

Para quien no ha participado en un rescate fallido, no es fácil hacerle entender lo que uno siente cuando se vuelve a casa cansado, triste y fracasado, pensando siempre que quizá de otra forma las cosas hubieran tenido otro final. No le apetece a uno otra cosa que refugiarse en los amigos vivos y llorar a los muertos. No está uno generalmente para declaraciones. Salvo que uno sea una “vedette”, claro. Actualmente me sorprende como a pie de vía, o a los dos días del suceso, parece que no hay otra cosa mejor que hacer que dedicarse a hacer declaraciones, contradeclaraciones y emitir justificaciones que no son para nada necesarias.

Y me calienta mucho que la prensa sólo se acuerde de nosotros para hacer ver que estamos locos, que nos jugamos la vida. Y no todos funcionamos igual.

Para mí, y para otros muchos, la montaña es la vida. Y la prudencia y las medidas de seguridad me hacen creer que no corro riesgos excesivos, de hecho aquí estamos sin un accidente desde hace más de treinta años de montaña. Es mucho más probable que me reviente los cuernos con el coche de camino al trabajo que en la montaña.

Si alguien ajeno a nuestro mundillo quiere una visión menos torticera de lo que es un rescate y de lo que puede sentir un rescatador cuando no llega a tiempo, recomiendo vivamente el reportaje “Pura Vida”, presente en Youtube.

Yo por mi parte, esta tarde he estado haciendo la revisión del material que todos debemos hacer, comprobando cada mosquetón, cada empotrador, cada cinta. Repasando la cuerda metro a metro. Y también repasando la memoria, bit a bit, comprobando que si soy y he sido feliz ha sido muchas veces gracias a la montaña. Y que no me la van a amargar.

martes, 14 de mayo de 2013

La mirada miope.



Desde hace muchos años soy un gran aficionado a la fotografía. Después de mucho tiempo de hacer fotos de diferente temática uno, cuando de verdad siente la necesidad de crecer artísticamente, empieza a buscar un punto de vista nuevo, propio. Tratamos de crear un lenguaje que provoque en aquellos que ven nuestra obra una reacción. Tratamos de comunicar algo a través de las imágenes.

Nunca fui muy aficionado al retoque de laboratorio, con lo que tampoco me atrae demasiado el trabajo de ordenador para alterar lo que la cámara captó.

Esa búsqueda y los condicionantes que cada uno arrastramos me llevaron a encontrar mi punto de vista de las cosas en la mirada miope. Harto de oír que los árboles no nos dejan ver el bosque yo desde hace tiempo me centré en los árboles, dejando la visión del bosque a los demás.

Traducido a un ejemplo básico, si pensamos en una preciosa iglesia gótica la reacción inmediata es hacer una fotografía de su aspecto general, desde arriba hasta abajo. Buscaremos un encuadre correcto y aplicando la técnica fotográfica obtendremos una imagen correcta. Pero vulgar.

Si pensamos en las cosas que nos evocan el pasado, en general no son grandes imágenes. Se reducen a un olor, a una textura, a una selección concreta de una imagen global.

Uno recordará de la iglesia de su pueblo el olor de la tarima, la textura de la piedra o el reflejo del sol del atardecer dando colores a sus paredes. La imagen completa de la iglesia quedará para la página web del ayuntamiento que la mostrará orgulloso, pero eso no moverá ninguna emoción.

Y por ahí han ido mis intereses durante mucho tiempo. He despreciado la visión global del artista, de la gran obra, para centrarme en la obra del artesano. En la pequeña parte en la que podemos ver la huella dejada por la mano del autor. En una pintura por ejemplo, si la vemos de lejos veremos la belleza de la obra, pero si nos acercamos mucho podremos ver los trazos del pincel, lo que nos acerca más al mágico momento en que fue creada. Estamos casi viendo la mano del pintor al trazar.

Y esa es para mi la mirada miope, un mundo que yo mismo me he construido en mi fotografía y que me ha llevado a contemplar la vida con la misma óptica.

Poco a poco he ido aprendiendo a mirar los gestos pequeños de las personas, a observar sus pequeños tics mientras hablan. Me voy olvidando de su discurso y estoy más preocupado por escrutar su gestualidad en busca de la verdad o la mentira. Me da igual acerca de qué, sólo quiero saber si mienten, si están cómodos, si están solos. Necesito el sentimiento, me sobra lo demás.

Hoy he tenido el gran placer de despedir a una compañera que se jubilaba. Ha sido en una fiesta organizada para la ocasión. Allí estábamos alrededor de cuarenta personas. La mayoría llevamos más de veinte años compartiendo espacio laboral, con lo que nos conocemos bastante.

Y ha sido un día importante para los gestos. Para los que se han producido y para los que no se han dejado ver. Tan importante es lo que se dice como lo que se calla y en el lenguaje no verbal pasa lo mismo.

Mi compañera se va de la empresa por la puerta grande, después de muchos años de profesionalidad absoluta y de un comportamiento ejemplar. Yo la echaré de menos y no he podido callármelo, he necesitado decírselo. Acompañado eso sí de gestos nerviosos que delataban la tensión emocional.

Algunos gestos de otras personas me han llamado la atención por lo insólitos, otros por lo inapropiados y otros por lo emotivos.

Y sobre todo me han llamado la atención los gestos que no han hecho las personas que no han estado. Podrán decir lo que quieran, pero sus gestos no han arropado a nuestra compañera.