jueves, 7 de noviembre de 2013

Elegir camino en la vida.


En estos tiempos convulsos en los que el sistema educativo está en el centro de todas las miradas, echo la vista atrás y compruebo que ciertamente las cosas se vienen haciendo mal desde hace muchos años.

Sobre todo debido a la temprana edad a la que nos tocó decidir entre ciencias y letras. Algo que resultaba mucho más importante de lo que a nuestra edad podíamos suponer. Era una decisión que iba a marcar el resto de nuestra vida profesional y en aquellos momentos nos guiábamos por instintos mucho más básicos que la construcción de un futuro laboral y vital.

En mi caso la opción fueron las ciencias, por una falta de apego al esfuerzo tremenda. Yo no he tenido nunca facilidad para la memorización de fechas y lugares, algo que resultaba en aquellos momentos fundamental a la hora de estudiar humanidades. Sin embargo las ciencias me permitían, a base de razonamiento, llegar a resultados aceptables con menos horas de estudio. Con las explicaciones de la clase era suficiente para ir pasando. Con esa situación, la elección era muy sencilla de tomar, aunque me llevase a un error irreparable en un futuro.

Después del BUP y el COU estudié informática, algo que odiaba por haber visto a mi padre sufrir la misma profesión durante muchos años. Mientras que sus compañeros tenían un horario normal, mi padre siempre andaba enredado entre las garras de aquellas máquinas infernales cuyo comportamiento no parecía responder a las espectativas nunca. Pero por algún motivo yo acabé también en la misma maraña.

Me gusta mucho mi profesión, decir lo contrario sería mentir, pero más allá de las incomodidades de tener que mantener vivo un ser inanimado durante 24 horas al día, mientras que los demás solamente disfrutan de un turno de trabajo limitado, he de decir que claramente me equivoqué.

Un buen día te das cuenta de que realmente te gustan más las humanidades que las ciencias. Que el placer de la lectura no te lo da la resolución de un problema matemático por complejo que sea. Y viendo los tiempos actuales puede uno comprobar como la ausencia de corrientes filosóficas que orienten nuestros pasos, dejan a la ciencia en pura tecnología.

Ya nos lo decían en aquellas clases de filosofía del instituto, la filosofía abría el paso a la ciencia y si ella no tendría futuro. Y lo hemos comprobado a conciencia. Hemos sustituido la filosofía por la economía. La ciencia está condicionada por los costes económicos y al exclusivo servicio del poder. Son escasos los héroes de la ciencia que saben dar visiones nuevas sobre nuestro mundo. Cada vez hacemos las cosas más deprisa, pero no sabemos hacer cosas nuevas. En eso ha quedado la investigación, en ayudar a rentabilizar.

Y ahora nuestros políticos pretenden sacar la filosofía del sistema educativo, probablemente en un nuevo intento de alejar las conciencias y la crítica. Se trata de crear ciudadanos (o quizá súbditos) que produzcan, pero que no se paren a pensar demasiado.

Y es el momento en el que yo pienso que quizá debí estudiar filosofía y no informática, porque me da mucho más gustirrinín el pensamiento que la acción.

Claro, que pueden ser cosas de la edad.

Y hoy que conmemoramos el centenario de Albert Camus, quiero reivindicar que algo que parece inútil, pero que ha sido y será el motor del mundo. El pensamiento.