En mi época de aprendiz de montañero las publicaciones sobre el tema eran escasas, caras y difíciles de encontrar. A veces había que elegir entre comprarse un libro o material de escalada. La decisión era impepinable, con el libro no se subía.
Esa falta de material histórico e intelectual tuve la suerte de poder suplirla con los relatos de primera mano de los protagonistas de la generación que empezó a dar forma a ese deporte en nuestro solar patrio.
Apellidos muy ilustres que no voy a citar por puro recato, pero que no sólo habían abierto las vías más importantes en nuestras paredes si no que habían compartido cuerda con los nombres más repetidos en las tertulias del género como Bonington, Bonatti, Rebuffat, etc.
Por mi parte adopté rápidamente dos ejemplos a seguir, en primer lugar Gastón Rebuffat, que además de escribir la biblia de por aquellos entonces (Hielo, nieve y roca), había conseguido el raro honor de ser aceptado como guía en Chamonix siendo francés y para colmo marsellés. Mi admirado Gastón se había curtido en Les Calanques que yo conocí desde niño y que con infantil deseo exploraba imaginándome a mi mismo escalándolas, algo que nunca llegó a suceder pero que ocupó mi cabeza mucho tiempo. Me ofrecía además mucha simpatía por mi conexión tan fuerte con su ciudad natal en la que transcurrieron los veranos de mis primeros años.
En segundo lugar (y no por orden de importancia), el recién desaparecido Bonatti de quien un buen amigo (mucho mayor que yo y que fue y es una referencia de nuestro amado deporte) me dio las referencias iniciales y a quien fui descubriendo con el tiempo como el gran constructor del alpinismo que fue. Él sentó las bases de lo que ahora tratamos de reivindicar como “auténtico”, dejando claro que todo está inventado, porque desde luego no esperó al siglo XXI para establecer las bases del alpinismo “limpio”. Además aquella estúpida polémica en la que le envolvieron le daba un aire de víctima que a mí me atrajo desde el primer momento. Es conocida mi tendencia a ponerme del lado de las minorías y de los fracasados sociales. No puedo elegir caballo ganador. Y eso que me equivoqué, porque el tiempo se encargó de demostrar que él tenía razón y se le devolvieron los honores.
Posteriormente vino Messner. También me marcó mucho, pero menos. Había algo en su impronta que me echaba y me sigue echando para atrás, aunque eso no reste para mi un ápice de la estima que le tengo como montañero, pero un cierto aire de competitividad en sus gestas me generaba rechazo, ya que yo no creo compatible la montaña y la competición (es mi humilde manera de verlo).
En cualquier caso estos tres monstruos conformaron mi forma de ver la montaña, y principalmente Bonatti, que sin proponérselo había reflejado con su carrera, e incluso con su retirada lo que la filosofía de éste deporte debería de ser.
Guardo para mí el recuerdo de las conversaciones con Bonatti que mis mayores en la montaña me transmitieron como un legado importante. Los recibí siempre en noches de refugio, o en veladas en los campamentos nacionales de montaña en las que se organizaban unas tertulias entre los grandes a las que asistíamos como oyentes (oyentes pardillos) los que teníamos más ganas y juventud que conocimiento.
Era aquella forma de vivir la montaña en la que no solo escalábamos y subíamos cerros, si no que además tratábamos de atesorar conocimiento. Unos a modo de geógrafos, memorizando cada cota, cada nombre. Yo por mi incapacidad de memorizar nada preferí quedarme con la historia, que además me la contaban sus protagonistas, con lo que resultaba mucho más ameno y menos esforzado.
De aquellos años me queda una formación que no hubiera recibido nunca a través de los libros, un poso que me ha permitido ser fiel a mi mismo en todos los aspectos de mi vida.
No podía imaginar entonces lo importante que serían para mí futuro aquellos relatos de hombres y montañas.
Años después y pasada la moda de subir la montaña a base de secuestrarla, parece que tenemos algunos nombres dignos sucesores de aquellos héroes de mi niñez. Iñurrategi, ahora también Txikon, Vallejo y también Gerlinde, a la que comparan con Messner. No les falta razón, aparte de lo deportivo también lleva asociado ese tufillo de competición que tanto aborrezco. Pero la admiro, igual que admiro a Messner.
La pena es que la figura de Bonatti no ha tenido el lugar que yo creo que le corresponde. Quizá el problema es que no todo el mundo ha tenido la suerte de recibir la información como yo. Pero creo también que ahora a la gente esas historias le dan lo mismo. Seguirá habiendo mapas con patas que conocen cada curva de nivel, cada referencia topográfica, pero cada vez menos gente se interesa por lo que la montaña puede aportar como filosofía de vida. Y como el mundo real es cada vez más competitivo, todos los ámbitos se ven afectados y ahora cuenta más hacerse catorce cumbres de cualquier manera que hacerse una de forma ética.
Y así nos va.
sábado, 17 de septiembre de 2011
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