miércoles, 28 de diciembre de 2011

Pequeños gestos.

Se abren las puertas del metro y entran ellos dos. Él con la mirada altiva, casi agresiva, mira a su alrededor como quien busca pelea. Tiene un aspecto duro, de pocos amigos. Ella tiene un aspecto tremendamente frágil, aparentemente no ve y parece tener dificultades para moverse. Su vestimenta es excesivamente infantil para la edad que aparenta.
Se sientan. Él vuelve a mirar, pero esta vez buscando nuestros ojos. Los demás miramos hacia abajo. No hay preguntas.
Ella se mueve insegura, se sienta como si lo hiciese sobre un polvorín, no da la sensación de descansar.
Él la coloca la ropa, con un ademán que contrasta con su aparente fiereza. Sus ojos la miran a ella y su mirada se vuelve tierna de golpe. No son los mismos ojos que nos miraban a nosotros.
Ella busca con su mano la de él, hasta que se unen.
Durante todo el trayecto él la coloca continuamente la ropa, estirando de aquí, recogiendo de allá. También la coloca el pelo. Como yo hacía con mi hija cuando era muy pequeña, como hacía mi hija con sus muñecas. Hablan. Él la sonríe continuamente, aunque ella no le vea. Ella también sonríe, aunque su gesto sea difícil de comprender.
Se levantan. Él la sujeta y la hace asirse a la barra vertical, preocupado por su estabilidad. El metro no está diseñado para quienes tienen problemas motrices.
Él nos vuelve a mirar a todos. Su mirada vuelve a tornarse dura, inquisitiva.
Se abren las puertas, yo también me bajo.
Se van por otro camino. Él lleva una cesta de navidad en la mano, de esas que dan en las empresas y una bolsa llena de ropa. Ella lleva la mano de su padre.
Ambos tienen un aspecto muy humilde. Pienso en su Navidad. Probablemente tengan muchos motivos para sentirse mal, para sentirse maltratados por la suerte. Pero poca gente podrá disfrutar de tanto amor como ellos parecen compartir.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Sylvie Vartan y la lavanda

Dice siempre mi amigo Pedro que todos tenemos un punto hortera escondido, por más que queramos tener gustos refinados y pretendamos atesorar un bagaje cultural mediano.
Y desde luego que tiene razón. Hoy enredando con esa caja mágica de música que es spotify he vuelto a mi infancia gracias a la música de Francia de los 60.
Verano siempre, la Provenza, viajes con la familia en un volkswagen escarabajo (diferentes años, diferentes modelos, pero siempre un escarabajo). Viajes interminables desde Marsella por la Costa Azul hasta llegar a los Alpes.
Viajes maravillosos que dejaron grabada en la retina de aquel niño pequeñito los inmensos campos de lavanda, las playas, los acantilados, los pueblecitos, los paletos de Francia que eran mucho más elegantes que los paletos de España, otras ropas, otros modos.
Y en aquellos viajes sonaba siempre la radio, que nos regalaba los oídos con canciones de Gilbert Becaud, Georges Brassens, Sylvie Vartan … Sobre todo Sylvie Vartan.
Y hoy enredando, enredando he encontrado de nuevo a Sylvie Vartan, y al poner la primera canción se me ha llenado la habitación de olor a lavanda. Por un momento he vuelto atrás más de cuarenta años y he vuelto a mirar por la ventanilla trasera (qué adecuado lo de ventanilla) de aquellos escarabajos de mi niñez y ha vuelto a pasar delante de mí todo aquel paisaje.
No se si añoro el paisaje, o realmente lo que quiero es volver a aquellos años en los que no había planteamientos, no tenía ideología, no había sufrimiento más allá del deseo frustrado de un juguete o de un capricho cualquiera no concedido.
Lo cierto es que al volver a escuchar la música de aquellos estíos gabachos me siento de nuevo libre. Y no cuestiono la calidad de la música, no me lo planteo. Simplemente evoca y quizá sea lo único que importa.
Largos veranos, largos viajes en tren hasta Marsella, largos viajes hasta los Alpes, largas caminatas y las primeras miradas golosas a aquellas montañas que entonces eran tan lejanas y que hoy siguen siendo tan inalcanzables. Y Les Calanques de mi buen Rebuffat.
Vuelven de golpe aquellos sentimientos, aquellas sensaciones. Es increíble, aún en ésta era digital, que seamos capaces de guardar desde la sensación de calor hasta los olores, las imágenes y podamos a golpe de recuerdo ponerlos otra vez en primer plano.
En fin, que aquí estoy escuchando esa música que conocí siendo un niño pequeño y que sólo tuve ocasión de escuchar de nuevo muchos años después, porque en nuestra España era muy dificil encontrar un disco de Brassens, o de Vartan, menos aún encontrar una emisora de radio que los programase. Después mis gustos fueron por otros caminos, pero hoy al tocar la tecla del recuerdo escucho con verdadero gusto y emoción aquellas viejas canciones.

miércoles, 5 de octubre de 2011

De vez en cuando la vida.

De vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores se despliega
como un atlas,
nos pasea por las calles
en volandas,

y nos sentimos en buenas manos;
se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como un niño
cuando sale de la escuela.

De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que
da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.

De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.

De vez en cuando la vida
afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras
para nombrar lo que ofrece
a los que saben usarla.

De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza.

El Nen del Poble Sec nos regaló esta canción en su álbum Cada loco con su tema. Y yo hoy me siento exactamente así.

Escáner normal, marcadores tumorales normales, biopsia normal. Vamos, que me he despertado sin saber que pasa chupando un palo sentado sobre una calabaza, aunque la broma de la vida ha estado entre floja y fuerte.

El sábado tuvimos cuchipanda de los amigos a la que incluso acudieron algunos cuya ausencia nos dolía hace tiempo. Gran alegría.

El domingo además hubo monte con regalo de familia y amigo. Buen tiempo y paseo agradable a pesar de la excesiva presencia ciclista mal educada (los ciclistas bien educados son bienvenidos).

En definitiva todo un renacer.

Gracias gente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Walter Bonatti

En mi época de aprendiz de montañero las publicaciones sobre el tema eran escasas, caras y difíciles de encontrar. A veces había que elegir entre comprarse un libro o material de escalada. La decisión era impepinable, con el libro no se subía.
Esa falta de material histórico e intelectual tuve la suerte de poder suplirla con los relatos de primera mano de los protagonistas de la generación que empezó a dar forma a ese deporte en nuestro solar patrio.
Apellidos muy ilustres que no voy a citar por puro recato, pero que no sólo habían abierto las vías más importantes en nuestras paredes si no que habían compartido cuerda con los nombres más repetidos en las tertulias del género como Bonington, Bonatti, Rebuffat, etc.
Por mi parte adopté rápidamente dos ejemplos a seguir, en primer lugar Gastón Rebuffat, que además de escribir la biblia de por aquellos entonces (Hielo, nieve y roca), había conseguido el raro honor de ser aceptado como guía en Chamonix siendo francés y para colmo marsellés. Mi admirado Gastón se había curtido en Les Calanques que yo conocí desde niño y que con infantil deseo exploraba imaginándome a mi mismo escalándolas, algo que nunca llegó a suceder pero que ocupó mi cabeza mucho tiempo. Me ofrecía además mucha simpatía por mi conexión tan fuerte con su ciudad natal en la que transcurrieron los veranos de mis primeros años.
En segundo lugar (y no por orden de importancia), el recién desaparecido Bonatti de quien un buen amigo (mucho mayor que yo y que fue y es una referencia de nuestro amado deporte) me dio las referencias iniciales y a quien fui descubriendo con el tiempo como el gran constructor del alpinismo que fue. Él sentó las bases de lo que ahora tratamos de reivindicar como “auténtico”, dejando claro que todo está inventado, porque desde luego no esperó al siglo XXI para establecer las bases del alpinismo “limpio”. Además aquella estúpida polémica en la que le envolvieron le daba un aire de víctima que a mí me atrajo desde el primer momento. Es conocida mi tendencia a ponerme del lado de las minorías y de los fracasados sociales. No puedo elegir caballo ganador. Y eso que me equivoqué, porque el tiempo se encargó de demostrar que él tenía razón y se le devolvieron los honores.
Posteriormente vino Messner. También me marcó mucho, pero menos. Había algo en su impronta que me echaba y me sigue echando para atrás, aunque eso no reste para mi un ápice de la estima que le tengo como montañero, pero un cierto aire de competitividad en sus gestas me generaba rechazo, ya que yo no creo compatible la montaña y la competición (es mi humilde manera de verlo).
En cualquier caso estos tres monstruos conformaron mi forma de ver la montaña, y principalmente Bonatti, que sin proponérselo había reflejado con su carrera, e incluso con su retirada lo que la filosofía de éste deporte debería de ser.
Guardo para mí el recuerdo de las conversaciones con Bonatti que mis mayores en la montaña me transmitieron como un legado importante. Los recibí siempre en noches de refugio, o en veladas en los campamentos nacionales de montaña en las que se organizaban unas tertulias entre los grandes a las que asistíamos como oyentes (oyentes pardillos) los que teníamos más ganas y juventud que conocimiento.
Era aquella forma de vivir la montaña en la que no solo escalábamos y subíamos cerros, si no que además tratábamos de atesorar conocimiento. Unos a modo de geógrafos, memorizando cada cota, cada nombre. Yo por mi incapacidad de memorizar nada preferí quedarme con la historia, que además me la contaban sus protagonistas, con lo que resultaba mucho más ameno y menos esforzado.
De aquellos años me queda una formación que no hubiera recibido nunca a través de los libros, un poso que me ha permitido ser fiel a mi mismo en todos los aspectos de mi vida.
No podía imaginar entonces lo importante que serían para mí futuro aquellos relatos de hombres y montañas.
Años después y pasada la moda de subir la montaña a base de secuestrarla, parece que tenemos algunos nombres dignos sucesores de aquellos héroes de mi niñez. Iñurrategi, ahora también Txikon, Vallejo y también Gerlinde, a la que comparan con Messner. No les falta razón, aparte de lo deportivo también lleva asociado ese tufillo de competición que tanto aborrezco. Pero la admiro, igual que admiro a Messner.
La pena es que la figura de Bonatti no ha tenido el lugar que yo creo que le corresponde. Quizá el problema es que no todo el mundo ha tenido la suerte de recibir la información como yo. Pero creo también que ahora a la gente esas historias le dan lo mismo. Seguirá habiendo mapas con patas que conocen cada curva de nivel, cada referencia topográfica, pero cada vez menos gente se interesa por lo que la montaña puede aportar como filosofía de vida. Y como el mundo real es cada vez más competitivo, todos los ámbitos se ven afectados y ahora cuenta más hacerse catorce cumbres de cualquier manera que hacerse una de forma ética.
Y así nos va.

domingo, 28 de agosto de 2011

El retorno

Hay que ver qué facilidad tienen las cosas para complicarse. Al escribir mi anterior post no imaginaba lo cruda que se iba a poner la cuestión. Un cáncer de esófago ponía un tachón en un montón de días de la agenda. Por eso tanto tiempo desde entonces.

Ahora la cosa está superada. Después de un tratamiento eficaz pero digno de la mente del Marqués de Sade y de una operación que parecía diseñada por Landrú el episodio queda atrás y solo me resta recuperar músculo y voz. Tiempo y ejercicio.

Aclarada la ausencia en el tiempo, tengo que esforzarme para no dar rienda suelta a la vez a todo lo que tengo en la cabeza y que presiona para salir a la luz.

Lo primero, cómo no, ha de ser el agradecimiento a quienes han hecho que supere este ataque criminal de la salud. Por supuesto a tres fantásticos médicos de “lo público” que me han grabado a fuego sus caras y sus nombres para siempre, una médico radióloga que me chamuscó por dentro con una máquina que nunca hubiese imaginado Kubrik limpiándome de toda malignidad , un oncólogo que me dispensó unos venenitos que daban susto al miedo (pero que se cargaron toda la termita) y un cirujano intrépido que es la persona con quien más tiempo seguido he pasado en mi vida (para aguantar a alguien doce horas y media seguidas hay que quererlo). Todos ellos magos de la salud que además coinciden en ser unas excelentes personas. Juntar ambas facetas es complicado, pero ellos lo hacen parecer natural.

Mención especial a la legión de auxiliares y enfermeras/os que me han facilitado la vida (literalmente) haciendo su trabajo refugiados detrás de una sonrisa que me aliviaba más que ningún analgésico. Me parece increíble que pueda haber tantos profesionales tan competentes dentro de un sistema que parecen empeñados en cargarse. Gente que supera a cada momento el obstáculo de una estructura que han debido idear especialmente para entorpecer su labor. Gente maravillosa a la que nunca podré agradecer suficiente su trato en unas circunstancias en las que yo me sentía completamente desvalido.

También mi eterno agradecimiento acapara a los amigos. A esos que me organizaban en la habitación del hospital una tertulia que me hace echar de menos aquellas horas. Esos que han vencido el natural rechazo que todos sentimos a los hospitales para acercarse a verme y que me han llenado de amistad, de esperanza y de felicidad. Siempre supe que los tenía, pero el contar con ellos en esos momentos me empujaba hacia arriba con cada palabra y cada gesto. Han sido imprescindibles.

Y qué decir de la familia, presente todas y cada una de las horas que he pasado en “chirona”, pendientes de cada pequeño detalle, sufriendo mi dolor como si fuera suyo y cuidándome a pesar de mi natural hosquedad.

Y como siempre el premio fuera de categoría para mi salvavidas permanente. Mi señora esposa que todavía no sé cómo lo hace pero se multiplica por tres y se hace omnipresente. También para mi hija que me ha dado una sorpresa continua con su madurez.

Terminado el capítulo de reconocimientos obligatorios quiero dejar claro que no sé qué me depara el futuro, pero de ésta hemos salido. A partir de ahora controles periódicos y si volviese a aparecer el enemigo iremos a por él, pero hoy por hoy estoy curado.

Escribo ese post, que significa de alguna forma un renacer, con los pies plantados sobre la Euskalherria que había abandonado. Era necesario retomarlo todo. Necesitaba sentirme vivo en los parajes en los que más he disfrutado. Mis primeros paseos por aquí auguran una próxima etapa de vuelta a la montaña. De repente parece que me voy encontrando mucho mejor, que mis fuerzas van volviendo.

De nuevo comienza el juego …