Hay que ver qué facilidad tienen las cosas para complicarse. Al escribir mi anterior post no imaginaba lo cruda que se iba a poner la cuestión. Un cáncer de esófago ponía un tachón en un montón de días de la agenda. Por eso tanto tiempo desde entonces.
Ahora la cosa está superada. Después de un tratamiento eficaz pero digno de la mente del Marqués de Sade y de una operación que parecía diseñada por Landrú el episodio queda atrás y solo me resta recuperar músculo y voz. Tiempo y ejercicio.
Aclarada la ausencia en el tiempo, tengo que esforzarme para no dar rienda suelta a la vez a todo lo que tengo en la cabeza y que presiona para salir a la luz.
Lo primero, cómo no, ha de ser el agradecimiento a quienes han hecho que supere este ataque criminal de la salud. Por supuesto a tres fantásticos médicos de “lo público” que me han grabado a fuego sus caras y sus nombres para siempre, una médico radióloga que me chamuscó por dentro con una máquina que nunca hubiese imaginado Kubrik limpiándome de toda malignidad , un oncólogo que me dispensó unos venenitos que daban susto al miedo (pero que se cargaron toda la termita) y un cirujano intrépido que es la persona con quien más tiempo seguido he pasado en mi vida (para aguantar a alguien doce horas y media seguidas hay que quererlo). Todos ellos magos de la salud que además coinciden en ser unas excelentes personas. Juntar ambas facetas es complicado, pero ellos lo hacen parecer natural.
Mención especial a la legión de auxiliares y enfermeras/os que me han facilitado la vida (literalmente) haciendo su trabajo refugiados detrás de una sonrisa que me aliviaba más que ningún analgésico. Me parece increíble que pueda haber tantos profesionales tan competentes dentro de un sistema que parecen empeñados en cargarse. Gente que supera a cada momento el obstáculo de una estructura que han debido idear especialmente para entorpecer su labor. Gente maravillosa a la que nunca podré agradecer suficiente su trato en unas circunstancias en las que yo me sentía completamente desvalido.
También mi eterno agradecimiento acapara a los amigos. A esos que me organizaban en la habitación del hospital una tertulia que me hace echar de menos aquellas horas. Esos que han vencido el natural rechazo que todos sentimos a los hospitales para acercarse a verme y que me han llenado de amistad, de esperanza y de felicidad. Siempre supe que los tenía, pero el contar con ellos en esos momentos me empujaba hacia arriba con cada palabra y cada gesto. Han sido imprescindibles.
Y qué decir de la familia, presente todas y cada una de las horas que he pasado en “chirona”, pendientes de cada pequeño detalle, sufriendo mi dolor como si fuera suyo y cuidándome a pesar de mi natural hosquedad.
Y como siempre el premio fuera de categoría para mi salvavidas permanente. Mi señora esposa que todavía no sé cómo lo hace pero se multiplica por tres y se hace omnipresente. También para mi hija que me ha dado una sorpresa continua con su madurez.
Terminado el capítulo de reconocimientos obligatorios quiero dejar claro que no sé qué me depara el futuro, pero de ésta hemos salido. A partir de ahora controles periódicos y si volviese a aparecer el enemigo iremos a por él, pero hoy por hoy estoy curado.
Escribo ese post, que significa de alguna forma un renacer, con los pies plantados sobre la Euskalherria que había abandonado. Era necesario retomarlo todo. Necesitaba sentirme vivo en los parajes en los que más he disfrutado. Mis primeros paseos por aquí auguran una próxima etapa de vuelta a la montaña. De repente parece que me voy encontrando mucho mejor, que mis fuerzas van volviendo.
De nuevo comienza el juego …
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¡Qué alegría ver a su merced de nuevo por estos lares virtuales!
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