En estos tiempos que corren de corrupción e incompetencia por parte de los políticos que nos gobiernan (incluyo tanto a los del partido que ostenta el poder y a los de la oposición, ya que para mí al haber sido elegidos y sentarse en el parlamento, todos forman parte del ente que decide), se alzan voces pidiendo que los que se sientan en el hemiciclo tengan mayor formación.
Se pide que su currículum sea homologable al de cualquier dirigente de la empresa. Que tengan estudios superiores, que hablen idiomas, que aporten experiencia previa. Se pide en definitiva que se trate de evitar el sonrojo que nos produce cada vez que mandamos a nuestros representantes al extranjero y les vemos reeditar “cateto a babor”.
Ya duele que a estas alturas tengan que esperar a ocupar la Moncloa para darse cuenta de que necesitan un nivel un poco decente de inglés, que no basta con la meritocracia ejercida dentro del partido para comunicarse con el exterior. Están tan sumidos en su propia dinámica interna de partido que no son conscientes de que hay vida más allá de la puerta de sus sedes, con lo que el día que toman el poder se encuentran con que no tienen herramientas comunicativas.
Y en la primera cumbre internacional a la que asisten, se quedan desarbolados. Perdidos. Viendo cómo el resto de sus colegas conversa sin necesidad de la incómoda presencia del intérprete. Ven cómo el resto puede mantener la intimidad de la conversación y ellos mientras necesitan tener un extraño presente dando fe de que son unos verdaderos gañanes que no saben ni inglés.
En lo referente a la formación todos nuestros presidentes son o han sido abogados, salvo uno que era ingeniero (Calvo-Sotelo). En ese punto cumplen el deseo que se expresa en la calle de que tengan una licenciatura, pero no así en el de la experiencia laboral. Cada vez más, los políticos acceden a los cargos de responsabilidad por haber medrado en el partido de forma adecuada, no por ofrecer una experiencia privada o pública que vaya a enriquecer el desarrollo de su cargo. Es al revés, el desarrollo de su cargo deberá enriquecerles a ellos.
Y en el capítulo de idiomas, lo dicho. El Presidente del Gobierno ignora las lenguas cooficiales del Estado, desconoce el alemán que le facilitaría el contacto con quien nos financia y su nivel de inglés también es muy limitado, impidiéndole hacer un aparte con ningún político extranjero, salvo que el interpelado sepa español.
Y a la gente le da por subirse por las paredes y clamar en el desierto pidiendo que el próximo Presidente del Gobierno y sus secuaces tengan más formación y más experiencia antes de acceder a sus cargos (la batalla de los actuales la damos siempre por perdida).
Mi propuesta va más allá. A estos merluzos que vienen ocupando los sillones azules del Congreso los vota alguien. Es más, alguien vota también al resto. No podemos llamarnos a andanas una vez que los hemos elegido. No vale decir ahora que no tienen formación y que hay que limitar el acceso por razones de sapiencia. A quienes les votaron no les importó. Y ahora ya no tiene remedio. Por eso mi burrada de hoy es pedir que se limite el acceso a las urnas a las personas sin criterio. Que no haya posibilidad de que alguien elija mal, que nadie pueda votar a otro que no lo merezca, que cuando hagamos el casting, lo hagamos entre los que sí sabemos elegir.
Claro que se me preguntará ¿y quién pone los baremos, quién selecciona los que sí y los que no? Pues yo mismo. Me comprometo a hacer yo mismo la criba. Nada más necesitaré saber a quién han votado en las elecciones anteriores. Es más, únicamente necesitaré saber si votaron. Si lo hicieron ya eligieron mal. Y no les dejaré reincidir, que de aquellos polvos, estos lodos. Palabra.
martes, 29 de enero de 2013
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