En estos tiempos convulsos en los que
el sistema educativo está en el centro de todas las miradas, echo la
vista atrás y compruebo que ciertamente las cosas se vienen haciendo
mal desde hace muchos años.
Sobre todo debido a la temprana edad a
la que nos tocó decidir entre ciencias y letras. Algo que resultaba
mucho más importante de lo que a nuestra edad podíamos suponer. Era
una decisión que iba a marcar el resto de nuestra vida profesional y
en aquellos momentos nos guiábamos por instintos mucho más básicos
que la construcción de un futuro laboral y vital.
En mi caso la opción fueron las
ciencias, por una falta de apego al esfuerzo tremenda. Yo no he
tenido nunca facilidad para la memorización de fechas y lugares,
algo que resultaba en aquellos momentos fundamental a la hora de
estudiar humanidades. Sin embargo las ciencias me permitían, a base
de razonamiento, llegar a resultados aceptables con menos horas de
estudio. Con las explicaciones de la clase era suficiente para ir
pasando. Con esa situación, la elección era muy sencilla de tomar,
aunque me llevase a un error irreparable en un futuro.
Después del BUP y el COU estudié
informática, algo que odiaba por haber visto a mi padre sufrir la
misma profesión durante muchos años. Mientras que sus compañeros
tenían un horario normal, mi padre siempre andaba enredado entre las
garras de aquellas máquinas infernales cuyo comportamiento no
parecía responder a las espectativas nunca. Pero por algún motivo
yo acabé también en la misma maraña.
Me gusta mucho mi profesión, decir lo
contrario sería mentir, pero más allá de las incomodidades de
tener que mantener vivo un ser inanimado durante 24 horas al día,
mientras que los demás solamente disfrutan de un turno de trabajo
limitado, he de decir que claramente me equivoqué.
Un buen día te das cuenta de que
realmente te gustan más las humanidades que las ciencias. Que el
placer de la lectura no te lo da la resolución de un problema
matemático por complejo que sea. Y viendo los tiempos actuales puede
uno comprobar como la ausencia de corrientes filosóficas que
orienten nuestros pasos, dejan a la ciencia en pura tecnología.
Ya nos lo decían en aquellas clases de
filosofía del instituto, la filosofía abría el paso a la ciencia y
si ella no tendría futuro. Y lo hemos comprobado a conciencia. Hemos
sustituido la filosofía por la economía. La ciencia está
condicionada por los costes económicos y al exclusivo servicio del
poder. Son escasos los héroes de la ciencia que saben dar visiones
nuevas sobre nuestro mundo. Cada vez hacemos las cosas más deprisa,
pero no sabemos hacer cosas nuevas. En eso ha quedado la investigación, en ayudar a rentabilizar.
Y ahora nuestros políticos pretenden
sacar la filosofía del sistema educativo, probablemente en un nuevo
intento de alejar las conciencias y la crítica. Se trata de crear
ciudadanos (o quizá súbditos) que produzcan, pero que no se paren a
pensar demasiado.
Y es el momento en el que yo pienso que
quizá debí estudiar filosofía y no informática, porque me da
mucho más gustirrinín el pensamiento que la acción.
Claro, que pueden ser cosas de la edad.
Y hoy que conmemoramos el centenario de
Albert Camus, quiero reivindicar que algo que parece inútil, pero que ha sido
y será el motor del mundo. El pensamiento.