Habíamos desechado la opción de
seguir en gimnasia rítmica porque el cuerpo de mi hija no se
adaptaba a los requisitos de esa disciplina. Probamos entonces con el
atletismo, que por culpa de unos monitores poco convincentes o vaya
usted a saber si debido a un sistema que no hace el deporte atractivo
para los niños, el caso es que la cosa tampoco cuajó.
Fue entonces cuando rebuscando entre
los deportes que se pueden practicar en Rivas, se me ocurrió probar
con el béisbol. Yo lo había practicado en su modalidad de juego
callejero al estilo más arrabalero, gracias a que algunos de los
chicos mayores del barrio lo conocían del barrio de La Elipa, dónde
jugaban Los Piratas, de tan grato recuerdo para mí. Y a pesar de mi
natural oposición a todo lo yankee, aquel deporte me anidó muy
dentro y siempre anduve buscando las escasas oportunidades de ver
algún partido de la Major League, o alguna película de temática
besibolera.
Para redondear la pirueta del destino,
el deporte que se ofertaba a los niños en mi pueblo no era el
béisbol, si no el sófbol, una variante que yo no conocía, pero que
nos pareció bien para empezar. Al fin y al cabo no teníamos otra
opción.
Y la cosa agarró, y agarró fuerte. El
club que se hacía cargo de las escuelas municipales, que daba clases
en el polideportivo y en varios colegios, era además una referencia
en este deporte en España y pronto pudimos comprobar que prestaba
una atención muy especial a la formación de los chavales, no solo
en lo deportivo si no en lo personal. Estaban siempre presentes los
valores del equipo, del esfuerzo, del compromiso, etc.
Y como el que no quiere la cosa, nos
fuimos haciendo dependientes de la cuestión. Tanto hija, como
padres. Porque también el ambiente entre los padres de los jugadores
era magnífico.
Así fueron transcurriendo algunas
temporadas hasta que se creó el equipo infantil del club, en el que
se concentró a los chavales que quisieron comprometerse a un
entrenamiento más intensivo con vistas al campeonato de España de
esa temporada. Y lo ganaron. Con mucho esfuerzo de los chavales y del
Club, pero lo ganaron.
Un año después la crisis golpeaba
fuerte y no pudo hacerse otro campeonato infantil porque los clubes
no tenían dinero para organizarlo. Así es como nos trata esta
sociedad que sólo echa dinero en el fútbol o el baloncesto. Si se
trata de un deporte minoritario, no olímpico y para colmo
mayoritariamente femenino, estás perdido.
Tras un año de transición, mi hija
llegaba esta temporada al equipo cadete. Un equipo en el que ya las
cosas no eran tanto un juego como un deporte en el que ya están
presentes las exigencias de la competición a otro nivel. Los
entrenamientos son duros y hay que pelear por los resultados.
El objetivo volvía a estar en el
campeonato de España, que esta vez se celebraba además en casa. Y
la presión era grande para unas chavalas que van de los trece a los
dieciséis años. Pero como no hay nada imposible cuando se trabaja
duro, ayer se hacían con el campeonato con una actuación en cada
uno de los partidos impecable. Por supuesto que hay algunos fallos,
por supuesto que se puede mejorar, pero hicieron unos grandísimos
partidos en los que hicieron gala de todo aquello que sus
entrenadoras tanto les han insistido. Tanto en lo puramente técnico,
como en la actitud ante la competición.
Además el Club presentó un segundo
equipo que a pesar de llevar nada más que seis meses trabajando,
estuvo más que a la altura del campeonato, con una actuación
brillante.
Y al terminar el último partido, los
padres, directivos, técnicos y seguidores del Club, nos reunimos
para hacer una especie de catarsis colectiva porque en este tipo de
deportes, las alegrías son escasas y los sinsabores muchos. Pero
momentos como este compensan. Porque cuando el éxito es trabajado,
muy trabajado, hecho de la conjunción de muchos aportes individuales
sabe mejor. Sabe a equipo.
Y diré algo que no pude decir ayer
ante todos los que celebrábamos la victoria, en parte porque
físicamente me cuesta hablar en público, en parte porque soy muy
vergonzoso. Después de mucho buscar, de dar muchas patadas y de
anhelar vivir otras vidas y de querer habitar en otros lugares, creo
haber encontrado mi lugar en el mundo. Como en esa maravillosa
película de Adolfo Aristirain, con ese imponente Pepe Sacristan y
ese genial Federico Luppi. Un Lugar en el Mundo. Porque nos han
acogido sin reservas, porque todos estamos pendientes de todos y
porque el objetivo final sobre todo son los chavales, pero también
las familias.
Y al final siempre se trata de eso, de
encontrar nuestro lugar en el mundo, aunque después de dar muchas
vueltas, resulte se que encuentra justo al lado de casa.