Hoy necesito escribir para no decir nada.
Hay días que el corazón está arrugado, como reseco. Días en los que uno necesita expresar que no puede expresar nada. O más exactamente uno quisiera poder expresar algo para aliviar el sentimiento.
Hoy estoy así. Necesito compartir lo que no es pena, ni miedo, ni dolor, ni soledad. Es un estado vacío, en el que no hay nada que decir, pero necesito contarlo. Es la misma sensación de necesitar un amigo al lado para estar callados, largo tiempo. Sin mirarse, sin tocarse, pero sentir la cercanía.
Y no hay una música que pueda poner banda sonora al asunto. Solo el silencio. Y empiezo a juntar palabras intentando transmitir algo que no es transmisible. Es algo que ni siquiera se siente. Es el vacío mismo.
Lo más parecido a esta sensación lo he sentido al terminar de subir alguna cumbre complicada, o que me ha costado mucho esfuerzo. Llegabas arriba, soltabas los arreos y te sentabas al borde de la llantina. No es una sensación agradable, ni mucho menos. Pero es un momento en el que te pones delante de ti mismo completamente desnudo, sin maquillaje.
Y consciente de las propias miserias y de los cadáveres que voy dejando por el camino me enfrento a mi persona para poder seguir riendo al día siguiente. Me enfrento y me miro de arriba abajo casi con desprecio. De una forma altiva, como exigiendo una respuesta a la pregunta que no me sé hacer.
Pasa el tiempo y poco a poco lo que parece una herida se irá cerrando, o a base de verla me parecerá más pequeña. Dejará de sangrar porque cicatrizará, o a lo mejor porque se vaya gastando la sangre. La herida irá pasando y con ella el tiempo. Y con el tiempo las oportunidades de disfrutar de la vida y los amigos.
Y como la vida manda y no puedo pensar esto que escribo sentado como me gustaría sobre una roca viendo amanecer desde una montaña, me tengo que conformar con imaginarme a mí mismo en cualquiera de esas cimas del pasado para dar sentido a esta sinrazón sentimental.
No es nostalgia tampoco, no le busquéis un nombre a lo que no siento. Es simplemente un estado de ausencia infinita. Quizá es el alma que huye de la rutina, quizá es un aviso de que estoy en la reserva de combustible anímico.
Probaremos lo de siempre. Respirar profundamente, mirar hacia adelante y coger los remos con decisión. Al fin y al cabo nadie nos dijo que todo iba a ser fácil. Habrá que remar fuerte hasta que vuelva a salir el sol. Como siempre.
Y el sol siempre sale, aunque solo sea un ratito entre las nubes.
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