martes, 14 de mayo de 2013

La mirada miope.



Desde hace muchos años soy un gran aficionado a la fotografía. Después de mucho tiempo de hacer fotos de diferente temática uno, cuando de verdad siente la necesidad de crecer artísticamente, empieza a buscar un punto de vista nuevo, propio. Tratamos de crear un lenguaje que provoque en aquellos que ven nuestra obra una reacción. Tratamos de comunicar algo a través de las imágenes.

Nunca fui muy aficionado al retoque de laboratorio, con lo que tampoco me atrae demasiado el trabajo de ordenador para alterar lo que la cámara captó.

Esa búsqueda y los condicionantes que cada uno arrastramos me llevaron a encontrar mi punto de vista de las cosas en la mirada miope. Harto de oír que los árboles no nos dejan ver el bosque yo desde hace tiempo me centré en los árboles, dejando la visión del bosque a los demás.

Traducido a un ejemplo básico, si pensamos en una preciosa iglesia gótica la reacción inmediata es hacer una fotografía de su aspecto general, desde arriba hasta abajo. Buscaremos un encuadre correcto y aplicando la técnica fotográfica obtendremos una imagen correcta. Pero vulgar.

Si pensamos en las cosas que nos evocan el pasado, en general no son grandes imágenes. Se reducen a un olor, a una textura, a una selección concreta de una imagen global.

Uno recordará de la iglesia de su pueblo el olor de la tarima, la textura de la piedra o el reflejo del sol del atardecer dando colores a sus paredes. La imagen completa de la iglesia quedará para la página web del ayuntamiento que la mostrará orgulloso, pero eso no moverá ninguna emoción.

Y por ahí han ido mis intereses durante mucho tiempo. He despreciado la visión global del artista, de la gran obra, para centrarme en la obra del artesano. En la pequeña parte en la que podemos ver la huella dejada por la mano del autor. En una pintura por ejemplo, si la vemos de lejos veremos la belleza de la obra, pero si nos acercamos mucho podremos ver los trazos del pincel, lo que nos acerca más al mágico momento en que fue creada. Estamos casi viendo la mano del pintor al trazar.

Y esa es para mi la mirada miope, un mundo que yo mismo me he construido en mi fotografía y que me ha llevado a contemplar la vida con la misma óptica.

Poco a poco he ido aprendiendo a mirar los gestos pequeños de las personas, a observar sus pequeños tics mientras hablan. Me voy olvidando de su discurso y estoy más preocupado por escrutar su gestualidad en busca de la verdad o la mentira. Me da igual acerca de qué, sólo quiero saber si mienten, si están cómodos, si están solos. Necesito el sentimiento, me sobra lo demás.

Hoy he tenido el gran placer de despedir a una compañera que se jubilaba. Ha sido en una fiesta organizada para la ocasión. Allí estábamos alrededor de cuarenta personas. La mayoría llevamos más de veinte años compartiendo espacio laboral, con lo que nos conocemos bastante.

Y ha sido un día importante para los gestos. Para los que se han producido y para los que no se han dejado ver. Tan importante es lo que se dice como lo que se calla y en el lenguaje no verbal pasa lo mismo.

Mi compañera se va de la empresa por la puerta grande, después de muchos años de profesionalidad absoluta y de un comportamiento ejemplar. Yo la echaré de menos y no he podido callármelo, he necesitado decírselo. Acompañado eso sí de gestos nerviosos que delataban la tensión emocional.

Algunos gestos de otras personas me han llamado la atención por lo insólitos, otros por lo inapropiados y otros por lo emotivos.

Y sobre todo me han llamado la atención los gestos que no han hecho las personas que no han estado. Podrán decir lo que quieran, pero sus gestos no han arropado a nuestra compañera.

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