Se marchó sin que nos pudiéramos despedir. Tanto que me he enterado de su muerte ocho años después.
Le echaba de menos, hablaba de él con amigos comunes, nos preguntábamos por su paradero. Pasa con muchos amigos de otro tiempo, pierdes el contacto, el tiempo va distanciándote y al final llega el olvido. Pero en este caso el olvido no había llegado. Decidí buscar alguna pista suya en internet y encontré un nombre igual que el suyo en una relación de fallecidos de un diario. Mismo nombre y misma edad. No quise creerlo. Hice alguna indagación más y pude comprobar que era cierto. Murió en el mes de mayo de 2.002.
Se llamaba Jesús. Tenía cara de niño malo. Pelo rizado alborotado siempre, gafas gordas, ojos maliciosos y una sonrisa que invitaba a hablar.
Tuvo una vida dura fruto de las circunstancias políticas del momento. Sus padres abandonaron Euskalherría porque después de militar en la innombrable su padre abandonó la lucha. Le buscaban Tirios y Troyanos y tuvo que esconderse en el monte. Años ochenta, así como suena, un padre de familia se refugia en el monte en la sierra de Madrid para no ser encontrado. Su madre mantenía la familia con el sueldo de administrativa en no sé qué empresa. Vivían en Entrevías, en plena explosión de la heroína. Todo un ambiente para crecer, pero el destino manda.
Yo le conocí en la mili, en la Cruz Roja. Nos hicimos pronto muy amigos. Compartíamos el amor por su tierra y el amor a la vida que en aquellos años comenzábamos a comernos a bocados. Era un tipo limpio.
Nos reímos mucho juntos. Era el único hombre que he conocido que se enamoraba de las mujeres por su voz. La emisora del puesto de socorro le proveía de innumerables oportunidades. Cuando preveía que le podía salir mal la cita me hacía acudir junto a él para espantar a la señorita que no era de su agrado. Hemos vivido sábados inolvidables en todos los sentidos. Hay mujeres con un grave desajuste entre su voz y su físico. Elixires de fina fragancia en bastas botellas de cristal grueso. Es la magia de la radio.
Llegamos a ser tan amigos que en alguna ocasión nos acercamos juntos a llevar víveres a su padre al monte. No me dejó acompañarle hasta el final, por seguridad, pero fuimos juntos hasta muy cerca. El confiaba en mí, pero su padre no estaría seguro si desvelaba su posición exacta.
En más de una ocasión al bajar yo de mis andanzas por el monte coincidía con Jesús en el tren a la ida o a la vuelta . Yo iba a pasarlo bien, él a asistir a su padre.
Como dije creció en Entrevías, me decía que no quedaba ningún amigo suyo de la infancia, a todos se los había llevado la droga. Y sobrevivió a todo aquello. Ni él mismo sabía explicar cómo se salvó.
Camarero por vocación, eficiente, divertido, discreto. Era un perfecto barman de confianza. Le conocí diferentes trabajos. Le recuerdo como si fuera en esas películas americanas en las que el señor del otro lado de la barra es un amigo, un psicólogo, un consejero. Siempre trabajando de tarde-noche, al cerrar su establecimiento siempre se iba por ahí a tomar algo. Vivía de noche.
Una miserable cirrosis hepática se lo llevó. No sé lo que pasó en los últimos años, pero lo que me importa es que era mi amigo, una buena persona y que lo que no pudo la presión de la droga lo pudo la atracción de la noche.
Jesús, sé que no te gustará lo que escribo, que te parecerá demasiado serio, pero lo necesitaba. Es la única forma de aliviar mi malestar por no haber estado a tu lado.
jueves, 12 de agosto de 2010
lunes, 9 de agosto de 2010
Sonata de estío
Aquí estamos, pasando un calor pegajoso y soportando la habitual programación veraniega de la tele, la radio y de la prensa.
Se ha escrito mucho sobre la programación de Semana Santa, que si Ben Hur, que si La Túnica Sagrada, etc. Pero a cambio no he leído un artículo suficientemente profundo sobre la programación de verano de los medios de comunicación.
Hace años, muchos, nos cascaban en verano los Juegos del Mediterráneo, especie de programa concurso por el que desfilaban desde italianos a la manera del Tirol, hasta griegos, franceses y desde luego españoles. Nunca recuerdo que ganásemos nada, pero era pintoresco y exótico.
Bastantes años después nos conformamos con una versión que hacía un elogio de lo sencillo (llamémoslo de esa forma) y que dieron en titular Grand Prix. Conducido por un eficaz vizcaíno y protagonizado por un cuadrúpedo cornúpeta, llenó muchas tardes-noche de verano con sus chanzas de tono rural (dicho sea de forma caritativa).
Ahora en una vuelta de tuerca mágica y pensando en el ahorro de los grandes de los mass-media nos abruman con reposiciones de lo que nos atizaron en invierno. Por si no estábamos, supongo.
Y el abismo se agranda bajo nuestros pies al comprobar que los que no cogen vacaciones son los protagonistas de ese “mundo rosa”. Esos no ceden en su empeño. Quizá conscientes de que su fama es o puede ser efímera, no desperdician un segundo de “prime time” o de cualquier time para rascar y llevárselo.
Al tiempo, la alternativa de salir a la calle a dar una vuelta se torna desagradable. Y no solo por el calor. Hay que jorobarse lo que se ve por el mundo. En verano parece que se convoquen en todas las poblaciones concursos de mal gusto. No dice uno que sea necesario el chaqué para pasearse bajo la canícula, pero si sería agradable que cada uno guardase para sí lo peor de su anatomía sin que el resto tenga que comulgar con las propias lorzas.
Difiero en muchas cosas con el señor Pérez-Reverte, don Arturo, pero en lo cotidiano he de decir que estoy muy de acuerdo con él y que no me gustan las chanclas, las gorras con la visera hacia atrás, ni la visión de los ombligos con pelotilla, ni que un fulano sentado a mi lado, ya sea en un avión, en un autobús o en un cine de verano me toque con su pierna, y si está desnuda por causa de la indumentaria menos aún. A él debo el único artículo que recuerdo sobre este tema. Viajaba don Arturo en un avión y parece que de forma poco casual se le derramó su café sobre la pierna impúdica, desnuda y pilosa de un accidental compañero de viaje. No lo soportó.
Y yo me veo en las mismas, claro que no soy Pérez-Reverte y me guardo muy mucho de molestar a nadie porque tampoco soy nadie, pero el ratito que estoy pasando este verano es de traca.
Somos cada vez más horteras, hemos perdido ese puntito de respeto a los demás que nos hacía transitar vestidos por la calle, pensar en qué podíamos ofrecer a la gente en verano en los medios de comunicación, etc. Y creo que además íbamos más a gustito. Todos, creedme. Para quién no lo sepa compartiré un secreto íntimo muy útil. Las camisetas de tirantes pueden conseguir irritaciones del sobaco por el roce sudado, y el calzado cerrado evita pisar con el pie semidescalzo, que la chancla abandona a su suerte, esos zorongos de perro mastín que algunos desalmados olvidan al paso de sus canes. Son dos buenas razones para vestirse un poco.
Se ha escrito mucho sobre la programación de Semana Santa, que si Ben Hur, que si La Túnica Sagrada, etc. Pero a cambio no he leído un artículo suficientemente profundo sobre la programación de verano de los medios de comunicación.
Hace años, muchos, nos cascaban en verano los Juegos del Mediterráneo, especie de programa concurso por el que desfilaban desde italianos a la manera del Tirol, hasta griegos, franceses y desde luego españoles. Nunca recuerdo que ganásemos nada, pero era pintoresco y exótico.
Bastantes años después nos conformamos con una versión que hacía un elogio de lo sencillo (llamémoslo de esa forma) y que dieron en titular Grand Prix. Conducido por un eficaz vizcaíno y protagonizado por un cuadrúpedo cornúpeta, llenó muchas tardes-noche de verano con sus chanzas de tono rural (dicho sea de forma caritativa).
Ahora en una vuelta de tuerca mágica y pensando en el ahorro de los grandes de los mass-media nos abruman con reposiciones de lo que nos atizaron en invierno. Por si no estábamos, supongo.
Y el abismo se agranda bajo nuestros pies al comprobar que los que no cogen vacaciones son los protagonistas de ese “mundo rosa”. Esos no ceden en su empeño. Quizá conscientes de que su fama es o puede ser efímera, no desperdician un segundo de “prime time” o de cualquier time para rascar y llevárselo.
Al tiempo, la alternativa de salir a la calle a dar una vuelta se torna desagradable. Y no solo por el calor. Hay que jorobarse lo que se ve por el mundo. En verano parece que se convoquen en todas las poblaciones concursos de mal gusto. No dice uno que sea necesario el chaqué para pasearse bajo la canícula, pero si sería agradable que cada uno guardase para sí lo peor de su anatomía sin que el resto tenga que comulgar con las propias lorzas.
Difiero en muchas cosas con el señor Pérez-Reverte, don Arturo, pero en lo cotidiano he de decir que estoy muy de acuerdo con él y que no me gustan las chanclas, las gorras con la visera hacia atrás, ni la visión de los ombligos con pelotilla, ni que un fulano sentado a mi lado, ya sea en un avión, en un autobús o en un cine de verano me toque con su pierna, y si está desnuda por causa de la indumentaria menos aún. A él debo el único artículo que recuerdo sobre este tema. Viajaba don Arturo en un avión y parece que de forma poco casual se le derramó su café sobre la pierna impúdica, desnuda y pilosa de un accidental compañero de viaje. No lo soportó.
Y yo me veo en las mismas, claro que no soy Pérez-Reverte y me guardo muy mucho de molestar a nadie porque tampoco soy nadie, pero el ratito que estoy pasando este verano es de traca.
Somos cada vez más horteras, hemos perdido ese puntito de respeto a los demás que nos hacía transitar vestidos por la calle, pensar en qué podíamos ofrecer a la gente en verano en los medios de comunicación, etc. Y creo que además íbamos más a gustito. Todos, creedme. Para quién no lo sepa compartiré un secreto íntimo muy útil. Las camisetas de tirantes pueden conseguir irritaciones del sobaco por el roce sudado, y el calzado cerrado evita pisar con el pie semidescalzo, que la chancla abandona a su suerte, esos zorongos de perro mastín que algunos desalmados olvidan al paso de sus canes. Son dos buenas razones para vestirse un poco.
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