lunes, 21 de mayo de 2012

La fotografía, espejo de la realidad.




Un buen amigo periodista, escritor y fotógrafo (comunicador omnímodo), está desde hace tiempo en campaña de reivindicación de la autoría de las imágenes. Es cierto que cada vez con más frecuencia se omite en los medios al autor de la fotografía, cosa impensable con el autor de los textos. Y la fotografía también tiene un autor. Y es un trabajo más que hay que respetar.

Mi amigo nos regalaba a través de su muro de Facebook al menos una foto diaria, bien de flores (de las que debe tener una magnífica y preciosa colección) o de sugerentes imágenes que desataban los comentarios de los que las recibíamos. Pues bien, ha tenido que dejar de hacernos tan bonito obsequio porque, a pesar de sus advertencias, alguien se dedicaba a utilizarlas para otros fines sin su expreso consentimiento. Una pena.

Yo no soy más que un humilde aficionado, a la búsqueda de un estilo personal y tratando de comunicar lo que interpreto de la realidad, pero le entiendo perfectamente, no me gustaría que alguien se aproveche sin más de mi esfuerzo.

Ayer reflexionando sobre el tema me puse a revisar un libro que se llama “Un día en la vida de España”, resultado de repartir a cien de los principales reporteros del mundo por nuestra geografía y reunir sus trabajos para mostrar nuestra rutina. El “experimento” se realizó en el año 1.987, en el que no se atisbaba siquiera la fotografía digital, pero la técnica fotográfica estaba en su pleno apogeo con una interconexión entre la fotografía artística y la de reportaje altísima. Ya los reporteros no se conformaban con presentar una imagen del suceso, había que dar un punto de vista diferente y el lenguaje fotográfico se había enriquecido muchísimo. Tanto que hoy por hoy aquellas imágenes probablemente han perdido fuerza en cuanto a lo que mostraban, pero el formato en el que lo hacían tiene toda su fuerza expresiva intacta.

En aquellos tiempos nos quejábamos de que la fotografía estaba considerada algo así como un arte menor, devaluada frente a otras técnicas plásticas como la pintura o la escultura. Aún así empezaban a tener auge las galerías dedicadas casi exclusivamente a los fotógrafos de éxito del momento . Hoy las circunstancias parecen haber ido a peor y en parte puede que tenga la culpa el hecho de que la tecnología parece una vez más habernos arrollado.

Si antes el ver una cámara réflex colgada de un cuello, en general, era señal de que la cabeza que iba por encima sabía de qué se trataba una cámara oscura, sabía diferenciar entre distintos tipos de película, sabía probablemente los intríngulis del laboratorio, en definitiva, sabía de fotografía, hoy no podemos hacer el mismo supuesto.

Respecto de los tiempos pasados, hoy la fotografía resulta mucho más precisa. Las cámaras son mucho más cercanas al usuario. Desde las integradas en los móviles, pasando por las compactas con todo tipo de automatismos como el reconocimiento facial, ajustes perfectos de luz, enfoques matriciales, hasta las réflex que pueden usarse de modo convencional o con diferentes programas adaptados a cada situación que hacen que el fotógrafo se convierta en un simple “encuadrador”.

Pero si consideramos todo lo anterior como puras técnicas (que lo son), hemos de juzgar la evolución por los resultados. Y ahí ya la cosa cambia. Hace años la cantidad de cámaras que andaban por la calle era mucho menor que hoy y sin embargo los resultados eran mucho mejores. Entre toda la cantidad de megabytes que se utilizan en el mundo para almacenar las imágenes que vamos generando, es difícil salvar la cuarta parte. Porque como en todo lo que sea arte hay mucha patraña.

La popularización de la fotografía ha hecho, en mi opinión, que esta se banalice. La gente cree que hacer una fotografía es simplemente apretar un botón y que si una imagen es mejor que otra es simplemente porque está hecha con una cámara más cara. Y esto lleva a la falta de respeto hacia un proceso creativo que tiene mucho de técnica y por supuesto de sensibilidad y de gusto.

Si a todo esto sumamos que en internet corre esa especie de “todo gratis”, estamos perdidos los que ponemos alguna foto en éste medio.

En cualquier caso, los que aprendimos a hacer fotos con aquellos carretes de blanco y negro, pasando horas con la luz roja o amarillo limón del laboratorio, seguiremos desafiando al siglo XXI con nuestras cámaras. Y tratando de contar la realidad según la vemos a través de nuestros objetivos. Porque la fotografía no está ni en una película ni en un sensor CMOS, está en nuestro cerebro y en nuestro corazón. Por eso duele tanto cuando nos las roban.

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