No puedo más con esta España casposa, machista y anclada en los más antihigiénicos y oscuros costumbrismos sociales y políticos.
Desde que la semana pasada la gloriosa Selección Española ganase de forma parece que heroica el trofeo europeo de turno, me he desenvuelto en el ambiente alemán que me rodea sin más sobresaltos que el hecho de que en el buffet del hotel den jamón de pata negra o no, lo que viene marcando el diferencial de los días destacables de los que no lo son tanto. Y mientras, sol, hamaca, tranquilidad, más sol, viento frío y mar más o menos embravecido. Como os podéis imaginar mi mente ha cabalgado por la playa de lado a lado arrastrada miserablemente por mis pies que parecen no poder estar quietos, pero sin trabajar. He visto puestas de sol magníficas (aquí son a diario) y he trabajado sin pausa para conseguir el estado de imbecilidad propio de quien no tiene ni pasado ni futuro, tratando de olvidar todo lo relativo al trabajo, a la salud, a la enfermedad, incluso a la riqueza y a la pobreza.
Pero hoy a la hora de comer me han dado un estacazo en los dientes para recordarme que estoy fuera de sitio, que mi lugar no está ni aquí ni en unos mil kilómetros a la redonda, y me explico. Estaba yo tan tranquilo con mi querida familia comiendo cosas ricas propias del entorno, cuando se nos ha sentado en la mesa contigua una vocinglera familia compuesta por padre, madre, hijo e hija. Vamos, el ideal de pareja con su parejita. O para ser más exactos el padre con el hijo y la hija con la madre. Y la distinción es porque el padre y el hijo vestían camiseta de la selección. La madre y la hija atuendo playero bastardo sin marca ni equipo.
Han sido recibidos con gran alborozo por el camarero que inmediatamente ha hecho el sondeo futbolístico obligatorio “y de qué equipo zon uztedé” a lo que ha contestado el niño que “primero del madrí y luego del recre”. El padre se ha apresurado a puntualizar que “del madrí, del glorioso”.
Por supuesto el camarero se ha alegrado mucho de la respuesta y le ha dicho que “muy bien, como debe de zé. Aquí lo que no queremo e a lo der barza”.
(Discúlpese la torpe transcripción, pero trato de ser fiel a la fonética).
Y el asunto (trivial e insignificante) me devuelve a la España de pan y toros, de pandereta y faralaes. Que nos den por saco a los que no nos gusta el fútbol. Que nos den por saco a los que con nuestros impuestos pagamos a los nenes que luego tratan de escamotear impuestos de sus henchidas nóminas por jugar en la selección de nuestro país. Que nos den por saco a los que sostenemos el sistema. Mientras tanto gloria a los defraudadores, a los beneficiados, a los subvencionados, a los sinvergüenzas y a los incultos, pues de ellos será el reino de los borbones.
Nos duele mucho el país, porque está muy enfermo. Y por ello deberíamos estar curándole, para que no duela, pero mientras dejamos que unos malos curanderos agraven la enfermedad con sus técnicas contrarias al sentido común. Les dejamos que amputen los miembros sanos y que permitan que los gangrenados sigan pudríendose, poniendo en peligro la integridad de todo nuestro cuerpo y por tanto de nuestra vida.
Dejamos que nos sigan recortando derechos y nos penalicen por haber hecho las cosas bien. Los que hemos pagado siempre debemos de pagar más para subvencionar a los que no pagaron nunca y se gastaron lo que no tenían. Dejamos que nos atonten con el fútbol como para seguir dando la matraca con la camiseta de la selección una semana después de haber ganado el torneo. Ahí está el problema. Puedo entender que sirva de escape y de alegría un triunfo deportivo, pero no puedo comprender que se pueda seguir indefinidamente distraído con esa cuestión.
Simplemente recordaré a tanto patriota como parece andar suelto por ahí que la patria es algo más que una camiseta o una bandera, y que la patria se hace todos los días. Trabajando, esforzándose, con orgullo no de unos colores si no de un trabajo bien hecho, y de una colectividad que respeta al resto. Y en el respeto va no robar, no zafarse de las obligaciones y proteger los derechos de todos.
Y que el partido lo ganaron los que lo jugaron. Y que por jugarlo ganaron lo que ganaron (económicamente hablando). Y que los impuestos que deberían de pagar están tratando de escamotearlos. Y que son un hatajo de golfos. Aunque ganaran el partido.
Y que Haimar Zubeldia va el sexto en el tour. Y que a nadie le importa, porque ya no tenemos a nadie que vaya a por el primer puesto. Y que cuando hemos tenido a alguien luchando por el primero puesto iba hasta las cejas de sustancias prohibidas, pero eso no cuenta, no hay que ser mal español.
Y que si yo tuviese un hijo y una hija y fuese un fan de la selección, antes que comprar una camiseta para mi hijo y otra para mí, compraría una para mi hijo y otra para mi hija. O quizá sea que es verdad que ellas son más inteligentes. Aunque sea otro lugar común que aborrezco.
Nos han colocado la veneración al triunfo y no al trabajo. Vale el que gana (gane como gane) y no el que ha hecho todo lo posible por jugar bien. Da igual el camino si se logra el triunfo.
Yo mientras tanto voy a buscar los arreos para empezar a compartir los rudimentos de la escalada con mi hija éste otoño. Afortunadamente el material de montaña no tiene colores de equipo ni de selección. Si acaso, buscaré que tenga la bandera pirata. O como poco una cola de ballena.
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