Los sentimientos se mezclan y dejan a veces una sensación difícil de explicar. No sabemos si estamos tristes, asustados, felices, esperanzados o todo a la vez.
El martes el corazón de un amigo dejó de latir. Así, de buenas a primeras alguien a quien quieres deja de estar ahí. Y no tiene vuelta de hoja. Piensas en todo lo compartido, lo bueno, lo malo. Piensas que ya no podrás mandarle la felicitación de Navidad con las bromas habituales, que su sonrisa se irá desdibujando en la memoria hasta perder los rasgos de su rostro, hasta que sea un recuerdo lejano. A pesar de que el afecto quede intacto durante el resto de tu vida.
Por desgracia ya me ha pasado unas cuantas veces. Para vuestro aburrimiento, éste blog es testigo de ello. Pero esta vez me ha tocado más fuerte. Esta vez he sentido rabia.
Rabia porque Pepe había luchado como un león contra la diálisis, contra su sobrepeso, contra su corazón, contra todo. Y había luchado con buen humor, con determinación. Y da mucha rabia que un amigo haga esfuerzos que al final no sirvan para nada. No es justo.
Y al mismo tiempo a través de las redes sociales me voy reencontrando con amigos que lo son y lo fueron del alma, amigos que la vida me había ido distrayendo, poco a poco. El tiempo fue poniendo entre nosotros una distancia que al reencontrarnos parece que no ha existido nunca. Porque son amigos de verdad. De los que no dejan de serlo así que pasen treinta años sin verte. El día que te reencuentras no importa el tiempo pasado, importa la alegría del reencuentro.
Por otro lado además están los que no van ni vienen. Los amigos que están. Aquellos a los que injustamente olvidamos muchas veces en la falsa seguridad de que siempre van a estar ahí. Y resultan ser los que nos dan la estabilidad, los que mantienen la melodía de la música de nuestra vida.
Y eso hace una mezcla extraña en el ánimo. Nadie puede rellenar la silueta que deja en el puzzle de la vida el amigo que desaparece, porque es una pieza única y porque el puzzle ya nunca va a estar completo. Pero encontrar las piezas que estaban ocultas en un cajón también da mucha alegría. Vuelves a recordar los buenos momentos vividos juntos. Vuelven los recuerdos de hace muchos años.
Todos tenemos varias caras en nuestras relaciones. Tenemos amigos de diferentes ámbitos según nuestra experiencia vital. Vamos cambiando de ambientes en el trabajo, en el ocio, hasta en la familia. Vamos incorporando nuevos actores a la película de la vida y otros van dejando de aparecer porque a su vez también cambian. Así, cuando de repente encontramos a un amigo de hace muchos años con el que compartimos experiencias, una especie de tela de araña inmensa empieza a moverse acercando a otros comunes conocidos al presente, devolviéndonos a la relación con un grupo humano que ha cambiado, pero que en esencia seguirá siendo el mismo.
Ya los roles no son los mismos en el grupo. Ahora todos somos amigos. Nadie tiene un papel asignado como antaño. Ahora simplemente queremos compartir de nuevo nuestras vidas. Queremos saber que nos ha pasado todo este tiempo. Queremos vivir.
Porque en el devenir del tiempo a todos se nos han ido perdiendo piezas del puzzle. Y da mucha alegría encontrarte en el cajón una pieza que creías haber perdido para siempre.
Y se mezclan la pena y la alegría. La nostalgia y la esperanza. Y te dejan en medio de una estación en la que no sabes que tren tomar. Y eso tan extraño que sientes y que no puedes definir es la vida misma. Algo tan complicado y tan bonito como vivir. Algo que los que se han ido no pueden hacer y que nosotros estamos obligados a disfrutar por ellos y por nosotros mismos. Cada día que pasa se pierde y las sonrisas que no entreguemos a los que queremos no se pueden recuperar.
Carpe Diem.
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