domingo, 23 de septiembre de 2012

La entrega del testigo.


Ayer por fin mi hija hizo realidad un sueño.

Llevaba insistiendo más de dos años en la cuestión y a mí me daba una pereza inmensa acceder a sus deseos. Me costaba mucho simplemente la idea, pero su insistencia ha podido más que mi acomodo.

Llevaba más de veinte años sin escalar, tiempo más que suficiente para que los músculos y los huesos se olvidasen de determinadas posturas y tensiones. Por no hablar de que la cabeza no ha estado en los últimos años precisamente centrada en esas cuestiones.

Pero doña erre que erre al final se salió con la suya y después de unos días de teórica tanto de cabuyería como de técnica general, el sábado asaltamos nuestra primera vía juntos.

Había valorado seriamente la opción de un rocódromo, que ofrece toda la seguridad necesaria y que se adapta perfectamente a las necesidades iniciales del aprendizaje, pero aquello carecía de algo fundamental. Por un lado no es roca de verdad y a la intemperie, con lo que ya hablamos de un sucedáneo, pero además le falta algo importantísimo, la aproximación a la vía. Ese ir y venir cargado con los trastos y resollando por las pendientes.

No es lo mismo ir con el coche hasta un rocódromo que ir hasta un macizo montañoso, andar hasta la vía, encontrarla, adaptarse a la climatología, etc.

Yo aprendí en La Pedriza y por entonces no existían los rocódromos, con lo que pensé que quizá no era mala idea empezar de igual forma, sin por ello despreciar para futuras ocasiones utilizar ese recurso.

Y el sábado tempranito (como manda la tradición de salir al monte) nos encaminamos a Canto Cochino. Allí tras un frugal desayuno de bollito y Cola-Cao emprendimos la marcha hacia la vía.

A mi se me había olvidado lo que pesa el material, pero a pesar de todo lo llevamos con suficiente dignidad. Cierto que no era una distancia muy larga, pero la pendiente era curiosa.

Llegamos a pie de vía y no noté en mi hija ni un asomo de temor, estaba absolutamente tranquila y empezamos a decorarnos con los adornos propios de la suerte.

Miré a la instigadora del embrollo y le di un único consejo: "fíjate bien en lo que yo haga mal para no repetirlo"

Empecé a subir para equipar asegurado por mi santa (también era la primera vez que hacíamos algo de esto juntos) y he de decir que para mí fue maravilloso el reencuentro con la roca. Las sensaciones fueron tan agradables como siempre. A los primeros titubeantes pasos recuperé de golpe el interés por el asunto. Mis dedos recuperaron la sensibilidad para encontrar presas donde no las hay y mis pies volvieron a sostenerme con una seguridad que a veces no tengo en el suelo plano. Recuperé el equilibro que creía perdido, me sentí como antaño libre.

Una vez equipada la pared le tocó a ella. Primeramente se encordó con uno de los nudos que ya había aprendido. Se echó a la roca sin dudarlo. Tras unas primeras dudas en cuanto a las posibilidades físicas de la adherencia, le cogió el punto a los pies de gato y con un estilo más que correcto se hizo su primer largo. Sus manos buscaban los resaltes tal como me había visto hacer a mí y sus pies se colocaban tal y como yo le había explicado. Siguió la teoría literalmente y le puso su puntito de elegancia.

Para finalizar también la tercera de la cordada hizo los honores y después de recoger los trastos nos bajamos contentos y orgullosos a comer, que bien nos lo habíamos ganado.

Una jornada verdaderamente especial para mi. Pocas veces tiene uno la oportunidad de cumplir el sueño de un hijo. Y por qué no decirlo, también el mío. Hace muchos años pensaba que si alguna vez tenía un hijo haríamos esto juntos. Tiempo después ni me lo planteaba, pero ahora creo que no me hubiese perdonado nunca no haberlo hecho.

Y hoy escribiendo esto, veo las fotos y la veo alejándose pared arriba, como un símbolo de su progresiva madurez, como una señal de que cualquier día emprenderá su propio camino, Y me da un poco de vértigo. Pero hoy por hoy todavía estamos atados por la misma cuerda.

Y una vez abierto el melón no queda más que ir complicando las cosas. Como la vida misma.

viernes, 7 de septiembre de 2012

He venido a hablar de mi libro.

Vaya rato bueno que he pasado hoy. He tenido la fortuna de reencontrar a un viejísimo amigo a quien tenía por imposible recuperar desde hace un montón de años.

Aclaro que se trata de uno de esos amigos de papel, un libro. No es frecuente, pero con algunos libros he establecido una relación tan potente que no sería descabellado que la tratase un profesional.

El libro en cuestión es “Hielo, nieve y roca” de mi referente, que lo es sobre todo por esta obra, Gaston Rebuffat. Un libro que para los montañeros y aspirantes de mi generación supuso un antes y un después. Todos babeábamos sobre aquellas imágenes de los Alpes, aquellas fotos de Gaston de pié erguido sobre bellísimas agujas de una belleza extraordinaria.

Además de ser un manual de alpinismo conciso, claro y suficiente, tiene la gran virtud de hacer ver al lector una serie de códigos morales y de conducta en la montaña que los actuales manuales, mucho más profusos, no tienen a bien referir.

Este libro es para mí mucho más que un libro. Realmente es un amigo. En muchas ocasiones que me enfrenté a pasos complicados que no intuía como resolver, encontraba en el recuerdo de su lectura la solución para seguir adelante. Ha sido de verdad una guía útil, y esto es mucho decir cuando se trata de momentos complicados.

Lo tuve en mis manos muchas veces, lo consulté hasta la saciedad, lo leí de arriba abajo innumerables veces. En ocasiones buscando una información concreta, pero con mayor frecuencia por el puro deleite de leerlo y como detonador de recuerdos de vías realizadas. Aún así nunca le tuve en casa. Siempre fué de prestado, bien de un amigo, del club de montaña, etc.

Hoy he resuelto ese vacío en mi biblioteca y el ejemplar de la obra editada en 1975 ocupa el lugar que le corresponde. La cosa se ha consumado de una forma muy romántica, gracias a la combinación de una librería de viejo de las clásicas, de las de tienda pequeña y librero necesitado de corte de pelo y de internet. Llevo muchas librerías de “libro usado y descatalogado” visitadas buscándole. Había hecho búsquedas en internet en las que lo había encontrado en francés y en inglés, pero yo quería el ejemplar de siempre, el de la editorial RM del 75. Y al final lo encontré.

Ayer no podía creer que en una pequeña librería de Madrid estaba esperando a que alguien lo adoptase uno de aquellos libros. Mi querida cómplice vital, esposa y amiga llamó inmediatamente para confirmarlo y así era. Como hoy no trabajaba, esta misma mañana se ha personado en aquel orfanato literario y lo hemos adoptado, por supuesto.

He llegado a casa y he comido apresuradamente para poder después dedicarme tranquilamente a pasear por sus páginas. Y creedme, no me ha defraudado. Por un momento he vuelto a tener catorce años y me he olvidado de mis limitaciones físicas, he vuelto a soñar con aquellas paredes imposibles, he vuelto a meterme en aquellos pantalones bávaros y aquel jersey azul con dibujos blancos. Ha vuelto el olor de las cuerdas, el tintineo del material sobre la roca.

Todo esto a pocos días de volver a una pared para entregarle el testigo de éste vicio maligno a mi propia hija. Quizá sea insensato, pero yo he sido muy feliz con estas tonterías y ella que lo sabe lleva dos años dándome una tabarra importante para que la inicie en las artes de la escalada. Ha supuesto un acicate y un impulso para enfrentar la empresa con más ilusión si cabe.

Hay un detalle en el libro y es que aparte de estar escrito por uno de los mejores alpinistas (título hoy desprestigiado frente a los himalayistas, pero que antaño suponía una etiqueta de calidad), además está lógicamente traducido a nuestra lengua por un traductor y dicha traducción está revisada por otro grande de este deporte, José Manuel Anglada, el cual no necesita presentación para cualquiera que sepa algo de estas cuestiones.

Hoy por hoy es difícil, muy complicado, encontrar un libro técnico que esté bien traducido y cuya traducción esté revisada además por un especialista en la materia. Si sumamos que en su día un libro de montaña de aquel precio era absolutamente minoritario da como resultado que teníamos en las manos una obra cuidada desde su génesis hasta que llegaba a nosotros. Sin pensar en los costes ni en los beneficios. Simplemente se hacía bien y se pagaba por lo que costaba hacerlo.

Y ahora pasaré buenos ratos volviendo a repasar técnicas que hoy son obsoletas, pero que complementan en algún caso a las actuales y otras que siguen inalterables. Admiraré de nuevo las fotografías en las que la cuerda cuelga vertical, paralela completamente a la pared. Fotos en las que de forma aparentemente mágica Gaston se adhiere a la roca o al hielo. Repasaré aquellos nudos que aprendí a hacer con los ojos cerrados, incluso con las manos a la espalda para ganar destreza. Veré las diferentes formas de asirme a la roca para superar las grietas, chimeneas, bavaresas. Todo ello como cuando tenía catorce años, pero más viejo, menos intrépido y junto a mi hija, que tiene el doble de flexibilidad de la que yo tuve y algo que yo aún no he perdido. Necesita subir. Y eso es lo único que cuenta.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

La soberbia de los próceres.

No me tengo por una de las peores personas que conozco. Aún así, desde luego que tengo mis zonas de sombra. Supongo que como todo el mundo, alguna vez, he deseado perder de vista a alguien.

Dicho sentimiento lo he expresado con un ¡piérdete!, ¡vete a la mierda! o incluso ¡muérete!. Ciertamente que he tratado siempre de que lo que pasaba por la cabeza no pasara por la boca. A veces la intención no ha sido suficiente y he acabado exclamando esas cosas, que no están bien, pero desahogan.

Entiendo que no es bonito, que no se debe de hacer, pero entiendo también que no debe de constituir delito desear que alguien desaparezca, incluso que se muera.

Otra cosa sería decir ¡te voy a matar! Eso ni en broma. Ahí ya pesa la violencia y la amenaza y eso es intolerable. Aunque se diga sin intención de cumplimiento. No se puede.

Nuestra Presidenta comunitaria y lideresa indiscutible exigía ayer al fiscal y al juez que actúen de oficio en el caso de las frases proferidas por alumnos y profesores en la ceremonia de apertura de curso universitario.

Y en esa acción se denota la soberbia de los políticos que están cada vez más lejos de sus representados (incluso de los que les votaron). Porque si ciertamente gritaron “Esperanza muérete” y no me parece que eso esté bien, ni siquiera que solucione nada, creo que no habrá juez sensato que pueda identificar a quienes lo dijeron e imputarles ningún delito o falta.

Se trata de una cuestión de manejo del lenguaje, pero la expresión de un deseo no puede confundirse con una amenaza. Hay que saber leer y escuchar.

Por otra parte hay algo que a nadie parece extrañar y es que la señora Aguirre (la ira de Dios), no se persona en una comisaría ni en un juzgado a poner una denuncia. Simplemente exige al fiscal y al juez que actúen de oficio. Vamos, como un ciudadano cualquiera.

Yo también pediría al juez y al fiscal que actuasen de oficio ante los atropellos que todos sufrimos a manos de estos políticos, pero me temo que no me harían caso.

Yo también exigiría que el fiscal y el juez obligasen a todos los políticos que se lo han llevado calentito a que devolviesen el dinero, pero me temo que no me harían caso.

Yo también instaría al juez y al fiscal a que acabasen con el tráfico de influencias (véase alquiler de edificio en calle Albarracín), pero me temo que no me harían caso.

Yo también le diría al fiscal y al juez que investigasen la privatización de lo que hasta ahora era de todos y que hoy gestionan unos particulares obteniendo magros beneficios de lo que eran nuestro sistema de enseñanza o de salud, pero me temo que no me harían caso.

Y la pequeña diferencia está en que lo que molesta a Doña Esperanza no es para mí constitutivo de falta o delito, mientras que lo que yo les pediría que investigasen si lo es.

Y los políticos (al menos los de relumbrón) ahí están, exigiendo, imponiendo, ahogándonos cada día un poquito más. Mientras nosotros doblamos la cerviz y vamos dejando que nos sangren viendo a la vez cómo ellos no se aplican el cuento que nos leen a los demás.

Va siendo hora de que paremos los pies a esta gente y les recordemos que están para servir a la ciudadanía y no a sus intereses.

Basta ya de privilegios insultantes y de injerencias en los demás estamentos. No puede ser que un día el Ministro del Interior ordene detenciones, al día siguiente obligue a los ciudadanos a interponer denuncias y ahora una Presidenta de Comunidad exija que se busque a los sospechosos habituales. Ni el uno es el Zar de todas las Rusias, ni la otra es el comisario de Casablanca.

Hasta que no se ponga cada uno en su sitio no hay solución.