viernes, 7 de septiembre de 2012

He venido a hablar de mi libro.

Vaya rato bueno que he pasado hoy. He tenido la fortuna de reencontrar a un viejísimo amigo a quien tenía por imposible recuperar desde hace un montón de años.

Aclaro que se trata de uno de esos amigos de papel, un libro. No es frecuente, pero con algunos libros he establecido una relación tan potente que no sería descabellado que la tratase un profesional.

El libro en cuestión es “Hielo, nieve y roca” de mi referente, que lo es sobre todo por esta obra, Gaston Rebuffat. Un libro que para los montañeros y aspirantes de mi generación supuso un antes y un después. Todos babeábamos sobre aquellas imágenes de los Alpes, aquellas fotos de Gaston de pié erguido sobre bellísimas agujas de una belleza extraordinaria.

Además de ser un manual de alpinismo conciso, claro y suficiente, tiene la gran virtud de hacer ver al lector una serie de códigos morales y de conducta en la montaña que los actuales manuales, mucho más profusos, no tienen a bien referir.

Este libro es para mí mucho más que un libro. Realmente es un amigo. En muchas ocasiones que me enfrenté a pasos complicados que no intuía como resolver, encontraba en el recuerdo de su lectura la solución para seguir adelante. Ha sido de verdad una guía útil, y esto es mucho decir cuando se trata de momentos complicados.

Lo tuve en mis manos muchas veces, lo consulté hasta la saciedad, lo leí de arriba abajo innumerables veces. En ocasiones buscando una información concreta, pero con mayor frecuencia por el puro deleite de leerlo y como detonador de recuerdos de vías realizadas. Aún así nunca le tuve en casa. Siempre fué de prestado, bien de un amigo, del club de montaña, etc.

Hoy he resuelto ese vacío en mi biblioteca y el ejemplar de la obra editada en 1975 ocupa el lugar que le corresponde. La cosa se ha consumado de una forma muy romántica, gracias a la combinación de una librería de viejo de las clásicas, de las de tienda pequeña y librero necesitado de corte de pelo y de internet. Llevo muchas librerías de “libro usado y descatalogado” visitadas buscándole. Había hecho búsquedas en internet en las que lo había encontrado en francés y en inglés, pero yo quería el ejemplar de siempre, el de la editorial RM del 75. Y al final lo encontré.

Ayer no podía creer que en una pequeña librería de Madrid estaba esperando a que alguien lo adoptase uno de aquellos libros. Mi querida cómplice vital, esposa y amiga llamó inmediatamente para confirmarlo y así era. Como hoy no trabajaba, esta misma mañana se ha personado en aquel orfanato literario y lo hemos adoptado, por supuesto.

He llegado a casa y he comido apresuradamente para poder después dedicarme tranquilamente a pasear por sus páginas. Y creedme, no me ha defraudado. Por un momento he vuelto a tener catorce años y me he olvidado de mis limitaciones físicas, he vuelto a soñar con aquellas paredes imposibles, he vuelto a meterme en aquellos pantalones bávaros y aquel jersey azul con dibujos blancos. Ha vuelto el olor de las cuerdas, el tintineo del material sobre la roca.

Todo esto a pocos días de volver a una pared para entregarle el testigo de éste vicio maligno a mi propia hija. Quizá sea insensato, pero yo he sido muy feliz con estas tonterías y ella que lo sabe lleva dos años dándome una tabarra importante para que la inicie en las artes de la escalada. Ha supuesto un acicate y un impulso para enfrentar la empresa con más ilusión si cabe.

Hay un detalle en el libro y es que aparte de estar escrito por uno de los mejores alpinistas (título hoy desprestigiado frente a los himalayistas, pero que antaño suponía una etiqueta de calidad), además está lógicamente traducido a nuestra lengua por un traductor y dicha traducción está revisada por otro grande de este deporte, José Manuel Anglada, el cual no necesita presentación para cualquiera que sepa algo de estas cuestiones.

Hoy por hoy es difícil, muy complicado, encontrar un libro técnico que esté bien traducido y cuya traducción esté revisada además por un especialista en la materia. Si sumamos que en su día un libro de montaña de aquel precio era absolutamente minoritario da como resultado que teníamos en las manos una obra cuidada desde su génesis hasta que llegaba a nosotros. Sin pensar en los costes ni en los beneficios. Simplemente se hacía bien y se pagaba por lo que costaba hacerlo.

Y ahora pasaré buenos ratos volviendo a repasar técnicas que hoy son obsoletas, pero que complementan en algún caso a las actuales y otras que siguen inalterables. Admiraré de nuevo las fotografías en las que la cuerda cuelga vertical, paralela completamente a la pared. Fotos en las que de forma aparentemente mágica Gaston se adhiere a la roca o al hielo. Repasaré aquellos nudos que aprendí a hacer con los ojos cerrados, incluso con las manos a la espalda para ganar destreza. Veré las diferentes formas de asirme a la roca para superar las grietas, chimeneas, bavaresas. Todo ello como cuando tenía catorce años, pero más viejo, menos intrépido y junto a mi hija, que tiene el doble de flexibilidad de la que yo tuve y algo que yo aún no he perdido. Necesita subir. Y eso es lo único que cuenta.

2 comentarios:

  1. Hola, he llegado hasta aquí recomendada por mi padre Salva, supongo que sabrás de quién te hablo. Me gusta cómo escribes porque lo haces porque lo piensas y no por pretender aparentar (al menos eso creo). Si no te importa te seguiré e intentaré aportar cosas a tu blog, para poder intercambiar visiones de la vida. +

    Un saludo.

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    1. Perdona la tardanza en contestar, solo veo el blog cuando añado algo, ya que normalmente anuncio los post en Facebook y ahí me escriben mis amigos sus impresiones.
      Encantado de que aportes cuanto te apetezca, para eso está, y más en el caso de mis amigos y sus hijos.
      A tu padre le debo una visita que a primeros de octubre resolveré.

      Muchas gracias.

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