Para mí las vacaciones tienen un sentido de reconexión con otros mundos, más que de desconexión con el propio. En esa reconexión, a veces aparecen nuevos puntos que esperan una reconexión futura.
Y esta vez me ha pasado con un restaurante al que tenía ganas de ir desde hace tiempo. Le dieron este año el premio Millesime junto a mis amigos de Alameda y otros restaurantes de mucho prestigio, además de recibir el año pasado el Premio Nacional de Gastronomía.
Acostumbrado a que los premios a veces son puro humo y siguen modas, no suelo hacerles caso. Pero esta vez entre los premiados estaba Gorka Txapartegi del Alameda (sito en Hondarribia de mis amores), lo cual me hizo pensar que el criterio del jurado estaría alineado con mis gustos.
Y nada más cierto. Me dispuse a visitar Aponiente, templo del plancton y las algas. Y dirán ustedes que vaya porquería comer algas y plancton, pero el juego da para mucho.
Me gusta mucho que un chef juegue conmigo a ver si le sigo la broma. Siempre en el buen sentido. Y en Aponiente derrochan talento, honestidad, humor y buen gusto. Todo esto mezclado da un restaurante en el que nada es lo que parece. El mismo juego que mantienen cocineros como Andoni Luis Adúriz en Mugaritz.
Si te presentan una ostra en su concha, te la comes y te sabe a ostra, la textura es similar y resulta que está hecha de pasta china por fuera y plancton marino por dentro te ríes. Y además está buenísima. Si te plantan delante un plato que aparentemente es panceta y te sabe a pancieta y tiene textura de panceta, pero es pulpo cortado en láminas finas untado con manteca, te sorprende.
Y un sinfín de cosas más que te van estallando en la boca llenándola de sabor marino, que te lleva de sorpresa en sorpresa conducido con maestría por un menú justo en sus proporciones y divertido hasta morír. En la sala demuestran un buen hacer en consonancia con el de la cocina, un sumiller con un conocimiento por encima de la media y que además es capaz de comunicarse en otros idiomas (no siempre ocurre en restaurantes de altos vuelos). Los marineros de la sala te explican los platos uno a uno con una complicidad extraordinaria y siempre hay alguien que hace de enlace con la cocina y que vigíla la sala con su mandil de tripulante de Aponiente.
Ha sido una experiencia como pocas he tenido en el ámbito gastronómico.
Abstenerse aquellos que sólo ven arte en un plato bien colmado de legumbres (a mí también me encantan), pero si son ustedes de aquellos que gustan de dejarse sorprender por un cocinero que además es un artista, no se lo pierdan. Aquellos que anden en un radio de 200 Km del Puerto de Santa María, desvíense, disfrutarán seguro de una comida inolvidable.
Hay que reservar porque el local es pequeño (unas diez mesas) lo que da idea de que la cosa está muy cuidada. Sólo disponen de dos menús de degustación, uno formado por once platos y otro que comprende todos los platos de la temporada.
En función de la capacidad del depósito de cada uno se puede elegir uno u otro. Tienen además (y esto me parece cada vez más importante) la precaución de preguntarte por las alergias alimentarias que puedas tener, con lo que se garantiza que no habrá un final fatal si no feliz.
En fin, que lo recomiendo sin reservas y que les agradezco profundamente el buen rato que me hicieron pasar.
Dejo este enlace a su página web.
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