Es muy duro andar tdo el día
esquivando la opinión de los demás. Es muy cansino tener que
ponerse uno mismo cada día delante del espejo a dar explicaciones al
de enfrente por cosas que no son de uno, por traumas y desavenencias
del resto.
Si te defines de cualquier forma, si
expresas tus gustos, si manifiestas una preferencia, es motivo para
que el resto de la humanidad que no comparte tu sentir se arroje
contra ti porque eres esto o aquello. Si se te ocurre la feliz idea
de decir abiertamente delante de un grupo de gente cualquiera que
eres cristiano, te recordarán que hay curas pederastas. Si te
declaras anarquista te afearán la violencia ejercida por los grupos
anti sistema. Si te gusta el euskera serás un filoetarra. Si
estudias alemán te hablarán de Hitler. Si escuchas rap te
identificarán con las bandas marginales.
Y así para cada cosita que hagas en
esta vida y que se salga del fútbol y del resto de lugares comunes
que son aceptados por la mayoría como “normales”.
Y como yo soy anormal puro, de hecho me
siento cristiano, anarquista, amo el euskera, me gustaría saber
correctamente alemán y no escucho rap, pero aún peor soy un
incansable wagneriano.
Y todo eso no por dar por saco a nadie,
si no precisamente por todo lo contrario. Me siento cristiano porque
es la cultura en la que he crecido y porque aunque parezca imposible
se puede llegar a serlo a través del racionalismo. Es largo de
explicar, pero es posible. Soy anarquista no porque me guste la
pólvora, si no porque creo en el hombre. Creo que todos somos lo
suficientemente buenos como para no necesitar un fulano que nos
pastoree. Amo el euskera porque las gentes que lo hablan me han dado
tanto que no seré nunca capaz de devolverles ni la mitad aunque viva
doscientos años y lo único que se me ocurrió en su día es que
ellos no tengan que usar una lengua que no es la suya para dirigirse
a mi. Y en lo referente a Wagner, es la esencia de mi cultura
musical. A base de escuchar música en mi juventud fui decantando mis
preferencias hasta llegar al compositor alemán. Nunca me dejé
influir porque fuese el preferido de un maldito nazi, al que por
cierto también gustaban Beethoven y otros que no cargaron con la
fama.
Mis gustos y mis sentimientos se han
ido conformando al margen de modas y de mitos populares. Sé que no
son los de la mayoría, faltaría más, pero tampoco los he rebuscado
entre lo que nadie quería, simplemente soy así.
Y mis amigos me aceptan como soy, quizá
porque ellos también son diferentes a la mayoría. Pero el resto es
terreno hostil.
Lo que peor llevo es lo de las
cuestiones musicales. La música es puro sentimiento tanto para el
que la compone, el que la interpreta y el que la escucha. Y no se
puede ir contra los sentimientos. Yo cuando escucho El Holandés
Errante no estoy viendo campos de exterminio, cuando escucho
Tanhäuser no veo desfiles triunfales. Cuando escucho a Wagner, en
general estoy a otras cosas. Y mi caso es insignificante. Lo grave es
que Daniel Baremboin sea considerado un héroe por interpretar obras
de Wagner en Israel.
Después de mucho tiempo de abandono de
la escucha de esas obras, he vuelto a ellas. Me pasa siempre con la
música, voy dando vueltas, voy escuchando cosas nuevas y de repente
un día, necesito volver a las raíces, necesito volver a lo que creo
que soy yo mismo. Es una forma de contrastar si realmente lo nuevo me
gusta, supongo, una especie de patrón de medida. Y después de andar
unos días inmerso en mi mundo centroeuropeo he necesitado volver a
beber de las fuentes que fueron en mi juventud el remedio para la sed
de música y de cultura.
Gracias a Dios esos gustos y
pensamientos no me han limitado si no que muy al contrario me han
hecho libre y me han ayudado a comprender el resto de ideologías y
de expresiones artísticas. No hubiese comprendido a Klimt sin
Wagner, no podría gustarme la música contemporánea en toda su
diversidad sin haber escuchado previamente a los clásicos.
Y todas estas cosas me venían a la
cabeza mientras tomaba un café en el silencioso Café Griensteidl de
Viena, donde no existe hilo musical más allá del sonido de las
cucharillas de las tazas y que fue el lugar preferido de reunión del
rojerío de la ciudad. Una ciudad que de tanto en tanto me da la
vida.
Gracias, foolonthehill.
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