viernes, 7 de marzo de 2014

Cristina.




Hemos coincidido poco. Mucho menos de lo que me gustaría. Nos presentó hace unos cuantos años un común amigo, de esos que cuando te presentan a alguien vienen avalados por una garantía de por vida. Es además compañera de trabajo de mi tutora personal.

En cuanto nos presentaron me quedó claro que se trataba de alguien especial. Hay personas (pocas) que tienen una luz especial, que irradian un algo que no sé definir, pero que se nota en cuanto las tienes delante. Ella tiene esa energía a raudales, como una especie de reactor nuclear del bien.

La primera impresión que recibí de ella fue impactante, pero cuando supe algunos detalles de su vida, comprendí que estaba delante de alguien absolutamente irrepetible.

Hay gente que va por la vida fastidiando a los demás, generando mal rollo por donde pasa, dejando un rastro de cadáveres a su paso. Otros sin embargo se empeñan en llenar el mundo de amor, han establecido una cruzada contra el mal y no van a parar hasta que se nos ponga una sonrisa en la cara a todos. Ella es de éste último grupo, de los que luchan sin odio, de los que pelean con uñas y dientes contra el mal sin hacer daño al enemigo.

Esa es la gente en la que está la única salida a este maldito mundo.

Y además tiene la fortaleza de hacer todo eso sin aparente esfuerzo, como algo natural.

Cada vez que la he visto sonreía. Me dicen que siempre es así. Aunque probablemente estos días en los que han llegado negras nubes a su universo estará sombría. O al menos es para estarlo.

La vida le ha arrebatado a alguien a quien quería. Alguien por quien apostó fuerte. Alguien por quien el mundo no daba nada. Alguien por el que lo dio todo. No quiero entrar en los hechos. Conocerlos más a fondo no me va a aportar nada. Una muerte injusta más. Una noticia más en el periódico con un drama cosido con una grapa. Como cualquier expediente. Me entristece por la víctima, por supuesto. Pero sobre todo estoy triste por ella. Por su sufrimiento.

Esta mierda de mundo ingrato se empeña en no premiar a quienes más lo merecen. Parece que quiera abocar al fracaso cualquier esfuerzo por el bien.

Pero a pesar del palo sé que ella volverá a llenar de abrazos a los que tenga a su alrededor, volverá a repartir sus sonrisas y seguirá dando todo cuanto tiene por los demás. Esa es su grandeza.

Me atrevo a escribir esto porque sé que ella no lo va a leer, pero necesito compartir mi rabia. Porque cuando los finales de las novelas están mal escritos no podemos devolver el libro, pero cuando lo que está mal escrito es el final de una vida te hace tambalear sobre tu moralidad.

Y aunque no venga a cuento le doy las gracias. Porque tengo la convicción de que lo que hace es mucho. Si unas monjas confinadas en un monasterio de clausura creen que su oración puede cambiar el mundo, por qué no voy a estar seguro yo de que con gente como Cristina estamos más cerca de la vida.

Un beso para Cristina y para todos sus amigos.

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