Hace cuarenta años compartíamos pupitre. El otro día compartimos un cocido. Fantástico. Fantástico el cocido y fantástico el rato que pasamos.
Está bien que de vez en cuando el pasado de una patada a la puerta de la normalidad y okupe el presente, así, de golpe y porrazo. Tras décadas de olvido una ráfaga de viento quitó el polvo a los recuerdos y volvieron a brillar los rostros de los compañeros, las portadas de los libros, los juegos y aquel proceso de aprendizaje que empezaba a ponerse en marcha.
A Karlos le había visto ya antes, ya habíamos iniciado la recuperación de los recuerdos, pero ciertamente fue con Gonzalo con quien la maquinaria se puso definitivamente en marcha. Quizá Karlos ha necesitado más espacio para los nuevos conocimientos y ha tenido que tirar lastres que no eran útiles mientras que Gonzalo y yo nos hemos ido apañando con menos espacio, lo cierto es que parece que nos acordamos de más cosas. No es importante, desde luego. Lo importante es el espíritu con el que se recuerdan las cosas, no la claridad de las imágenes.
Todo empezó en un aula que albergaba a unos cuarenta arrapiezos con todo su futuro por delante. Verdaderos diamantes verdaderamente en bruto. Y el primer joyero encargado de tallarlos se llamó Juan Bonet. Nuestro primer profesor. Como ninguno teníamos experiencia anterior en el colegio (salvo los que pasamos por párvulos, que entonces no era obligatorio), no podíamos comparar, pero la cosa empezó amena.
Recuerdo algunos detalles significativos de aquel curso. En cuanto hacía buen tiempo nuestro profesor nos sacaba a la calle. Quiero recordar que éramos cuarenta y no había profesores de apoyo ni auxiliares para control de la manada, ni perros pastores. Una de las veces nos llevó andando desde el colegio hasta el Cementerio Civil (y vuelta) donde pudimos ver las tumbas de Pío Baroja, de Pablo Iglesias, etc. Al volver a casa yo lo conté con toda la naturalidad. Naturalidad que faltaba en los adultos a la hora de encajar el asunto (era el año 68, creo). En otra ocasión nos llevó a visitar a unos gitanos que estaban acampados en unos terrenos relativamente próximos al colegio. Ellos nos contaron sus costumbres mientras nosotros abríamos los ojos con absoluta falta de prejuicios. Y yo al volver a casa lo expliqué de nuevo con la misma naturalidad de la otra vez.
Si permanecíamos en el aula hacíamos ejercicios de lectura de un libro de cuentos que aún conservo, y sobre todo cantábamos. Por si alguien se acuerda pongo abajo un link a una página web que contiene la canción traducida del Tío Pep que nos enseñó aquel buen maestro orgulloso de su lengua materna. Era valenciano.
Me viene también a la cabeza un compañero más que no estaba matriculado. Se llamaba Alfonso. Era un vecino algo mayor que nosotros que no iba al colegio porque tenía síndrome de Down. Entonces las cosas eran así. Me parece estar viéndole, armado siempre de un rastrillo de plástico que usaba como herramienta multiuso y que una vez acabó haciendo trizas un disco que estábamos escuchando en uno de aquellos pickup “portátiles” de la época. Alfonso aparecía de vez en cuando en la puerta de clase y Don Juan le hacía sentarse con nosotros a compartir nuestra clase. Se sumaba también a nuestros juegos en el recreo y a la salida del cole. Como uno más. Años después han hecho algo así de forma oficial y le han llamado integración.
Y en esas condiciones empezó nuestro aprendizaje en aquel colegio. Muchos años después al encontrarme con distintos compañeros de esos años, aunque sea fugazmente, he podido comprobar que los niveles académicos alcanzados han sido heterogéneos, pero en general se había conseguido el objetivo que yo me he marcado para con mi hija. Formar personas. Y además buenas personas. No es poco.
Mis padres habían elegido ese colegio por proximidad y porque alguien se lo había recomendado. Tiempo después supe que aquel centro tenía un ideario y que estaba basado en los preceptos que sentó en su día la Institución Libre de Enseñanza.
Lo cierto es que con profesores mejores y peores el tiempo fue transcurriendo y dejando un recuerdo maravilloso de aquellos años absolutamente felices entre rodillas llenas de costras, amistad y descubrimientos.
¡Qué bonito está siendo recordarlo! Gracias amigos por hacerme revivir tan buenos momentos.
Otro día le daremos un repasito a los personajes que formaron el cuento, que no tienen desperdicio.
Link para la canción del Tío Pep:
http://www.comarcarural.com/valencia/musica/eltiopep.htm
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