jueves, 1 de marzo de 2012

De Silvio a Milanés y tiro porque me toca.

Siempre me pasa lo mismo. Empiezo escuchando a Silvio Rodríguez y acabo sujetando la lágrima con Pablo Milanés. Y es que las canciones siempre nos traen detrás recuerdos, amigos, sensaciones y estados de ánimo. Y me pasa porque detrás de la canción que pego por ahí abajo está un amigo que fue compañero de pateos montañeros. El buen Luigi. Era (o es) chileno-español-italiano, por eso lo de Luigi, porque su nombre era Luis. Tenía tras de sí una historia terrible, que a los dieciséis años de edad no pude digerir completamente y creo que me marcó para siempre. Había nacido en Chile hijo de un español que no comulgaba con el régimen al uso y tuvo que salir por patas para poder seguir siendo libre (ya se nos olvida, pero aquí pasaban esas cosas). Y eligió Chile, donde conoció a una italiana con la que se casó. Tuvieron dos hijos, Federico y Luis. Formaban una familia normal. Años después un golpe militar que acababa con las ilusiones políticas honestas de un mundo mejor, acabó también con esa familia. El paraíso de libertad se tornó esta vez en el último trayecto del viaje. Mi amigo Luigi me contaba como delante de él y de su hermano aquellos militares acabaron con sus padres y de cómo les hicieron presenciar todas aquellas atrocidades para que aprendiesen lo que les pasaba a los filocomunistas. Después paradójicamente su viaje en busca de la libertad lo hicieron de vuelta aquí, donde la familia de su padre los recogió. Luigi era un buen muchacho, incapaz de una acción violenta. Siempre pendiente de los demás, a pesar de su propia fragilidad. Poco tiempo después cambió de colegio y perdimos el contacto, pero su historia viene conmigo desde entonces. Y se lo agradezco, porque me hizo ver como alguien puede superar algo tan terrible a base de darse a los demás, quizá en una huida de sí mismo y de su pasado. Pero no he superado aquella cuestión. Y cada vez que oigo esta canción se me ponen los pelos de punta y la rabia acaba con mi cansancio y con mi acomodo. Y empiezo a ver los recortes de derechos, las injusticias de la “justicia” y me pongo de mala leche. Porque hay muchas maneras de acabar con la libertad y de asfixiar a una sociedad. No solo con un fusil. Con todo lo que han dado otros por la libertad, los que no luchamos por nuestros derechos no merecemos nada.

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