Ayer volvió a cumplir años. Es algo que hacemos todos, pero no todos tenemos la misma gracia para hacer. Ella cumple los años como un día más. Pero es que resulta que cada uno de sus días es como un cumpleaños. Siempre sonríe. Ayer no fue menos. Desde por la mañana empezó a encajar las aristas de los demás haciendo que todo el mundo sea un poco más feliz a su alrededor.
Cuanto más se la conoce más sorprendente resulta. A estas alturas de la excursión llevamos más tiempo andando juntos que separados. Nos conocimos cuando apenas habíamos ascendido a los dos mil metros de altitud, y ya estamos rozando los cinco mil. Hemos recorrido juntos lo más difícil de lo que hemos pateado hasta ahora, y nos queda lo mejor, nos queda lo más difícil. Porque lo más difícil junto a ella es lo mejor. Necesariamente. Porque a cada dificultad antepone buen humor. A lo desconocido lo envuelve con el sentido común haciéndote sentir seguro.
No solo es el compañero de cordada en el que confías sin reservas. Sabes que el otro extremo de la cuerda está en las mejores manos posibles, estás a salvo mientras ella asegura. Además al llegar al refugio su conversación es animada e inteligente. Conoce los recodos del camino y cada vía de cada pared como si los hubiese abierto ella. Y si no los conoce lo parece porque es capaz de darse cualquier largo de la vida de primero de cordada sin titubear.
Siempre discreta y siempre huyendo de un primer plano. Siempre trabajando en silencio. En lo laboral, en lo doméstico, en el ocio, en la salud y en la enfermedad. Siempre activa. Y pendiente de los demás. Siempre vigilando y siempre cuidando a cada uno de los que le rodean.
Por dentro supongo que tiene un mecanismo delicado, pero por fuera parece hecha de alguna aleación alienígena extremadamente dura. Podría uno creer que está a salvo de cualquier agresión del exterior. Y eso nos lleva a olvidarnos de que también puede sufrir.
Y sufre, seguro. Pero sufre hacia adentro. Y no se nota. Es capaz de sufrir, sonreir, trabajar cuidar a los suyos e ir de fiesta en el mismo momento y a la vez.
Y ayer volvió a cumplir años. Y a su lado los demás envejecemos mientras su sonrisa atemporal nos va reconfortando día a día.
Gracias al pasado cuando era destino por ponerla en la cota 1.900. A partir de aquel hito encontré el camino que lleva a la cima. Sin ella probablemente estaría perdido o de vuelta en el campo base.
lunes, 13 de diciembre de 2010
lunes, 22 de noviembre de 2010
De montañas y montañeros.
Un hombre de aspecto sencillo se sube al escenario de un centro cultural. Desgrana imagen a imagen un resumen de quince años de esfuerzo al límite en el Karakorum. Se dice pronto. Quince años buscando subir montañas de la forma más limpia y decente que puede hacerse.
Nos cuenta pequeñas anéctodas, y de forma absolutamente inteligible al profano nos hace llegar parte de las sensaciones que se pueden sentir allá arriba. Nos explica los pormenores de las expediciones, y sobre todo nos ensalza a sus compañeros minimizando la importancia de su propia participación.
Es Mikel Zabalza, un grande del alpinismo. Un grande por su historial montañero y sobre todo grande por su actitud. Actitud montañera clásica. No en vano en contestación a una de las pocas atinadas preguntas del coloquio posterior a su exposición, se declara seguidor de Walter Bonatti.
Mikel ha subido por vías hasta entonces inexploradas, ha repetido vías de altísimo compromiso y ha participado en todo tipo de expediciones, pero siempre buscando la forma más auténtica de subir. Sin artificios, sin trampas, sin ayudas externas. Y siempre cuidando la montaña. Todo ello sin darle importancia. Simplemente como si no hubiese otra forma de hacerlo.
Y su forma de contarlo además es amena. A pesar de no parecer estar dotado de una locuacidad extrema. Muy propio de los grandes de la montaña. Hechos y no escalada de salón.
Después de todos estos meses de montañismo mediático es un bálsamo escuchar a este hombre de aspecto frágil y tímido, que para la ronda de preguntas se sienta en el borde del escenario con las piernas colgando, como un niño de cuarenta años que mira al vacío del público con más miedo que a un diedro de hielo en el K-2.
Y encaja con una sonrisa las preguntas entre estúpidas e impertinentes que le dirige un auditorio “chupiguay” que luce ropa técnica nuevecita, que no ha visto el monte más que desde el 4X4, ropa que él probablemente no tuvo para sí en alguna de sus primeras expediciones. Y se muestra educado, amable y agradecido. Ni un gesto que pueda delatar desagrado.
Gente curtida en las más feroces montañas y por las más inaccesibles vías. Gente estupenda. Y compañero de otros tan grandes como él. Vallejo, Iñurrategi, Akerreta, etc. Y escudero en ocasiones de grandes vedettes de la montaña a las que ha dado alas en sus ascensiones.
Grande Mikel, me emocionaste. Me hiciste sentir que todavía hay gente estupenda en la montaña.
Gracias por el viaje del sábado al Karakorum. Fue un sueño.
Nos cuenta pequeñas anéctodas, y de forma absolutamente inteligible al profano nos hace llegar parte de las sensaciones que se pueden sentir allá arriba. Nos explica los pormenores de las expediciones, y sobre todo nos ensalza a sus compañeros minimizando la importancia de su propia participación.
Es Mikel Zabalza, un grande del alpinismo. Un grande por su historial montañero y sobre todo grande por su actitud. Actitud montañera clásica. No en vano en contestación a una de las pocas atinadas preguntas del coloquio posterior a su exposición, se declara seguidor de Walter Bonatti.
Mikel ha subido por vías hasta entonces inexploradas, ha repetido vías de altísimo compromiso y ha participado en todo tipo de expediciones, pero siempre buscando la forma más auténtica de subir. Sin artificios, sin trampas, sin ayudas externas. Y siempre cuidando la montaña. Todo ello sin darle importancia. Simplemente como si no hubiese otra forma de hacerlo.
Y su forma de contarlo además es amena. A pesar de no parecer estar dotado de una locuacidad extrema. Muy propio de los grandes de la montaña. Hechos y no escalada de salón.
Después de todos estos meses de montañismo mediático es un bálsamo escuchar a este hombre de aspecto frágil y tímido, que para la ronda de preguntas se sienta en el borde del escenario con las piernas colgando, como un niño de cuarenta años que mira al vacío del público con más miedo que a un diedro de hielo en el K-2.
Y encaja con una sonrisa las preguntas entre estúpidas e impertinentes que le dirige un auditorio “chupiguay” que luce ropa técnica nuevecita, que no ha visto el monte más que desde el 4X4, ropa que él probablemente no tuvo para sí en alguna de sus primeras expediciones. Y se muestra educado, amable y agradecido. Ni un gesto que pueda delatar desagrado.
Gente curtida en las más feroces montañas y por las más inaccesibles vías. Gente estupenda. Y compañero de otros tan grandes como él. Vallejo, Iñurrategi, Akerreta, etc. Y escudero en ocasiones de grandes vedettes de la montaña a las que ha dado alas en sus ascensiones.
Grande Mikel, me emocionaste. Me hiciste sentir que todavía hay gente estupenda en la montaña.
Gracias por el viaje del sábado al Karakorum. Fue un sueño.
El amigo que ya no está.
El sábado perdí a un compañero indispensable durante los fines de semana desde hace un montón de años.
Nos habíamos conocido hace mucho y de forma casual. Desde entonces no falté casi ningún fin de semana a la cita y si no nos encontrábamos casi siempre fue porque él no se presentó.
Me tenía informado de lo que pasaba por ahí. Su punto de vista me resultaba próximo y su información era casi siempre veraz y sus opiniones apuntaban en la dirección en que yo tenía puestos mis ideales.
Por qué no decirlo, hice durante muchos años esfuerzos para acudir a la cita semanal, incluso ocasionalmente entre semana. Para ello debía dirigirme al centro de Madrid o si bien me encontraba en otra ciudad buscar algún lugar a donde él tuviese por costumbre acudir.
Hemos sido inseparables a pesar de las chanzas del resto de amigos a los que no podía explicar del todo bien esta lealtad. Ha sido uno más en mis tertulias, presente siempre con sus observaciones tan atinadas.
Pero ya llevaba tiempo mostrando signos de evidente enfermedad. Sus comentarios se alejaban de día a día de aquellos que me llevaron a la amistad. De todas maneras le seguía frecuentando esperando una mejora que al final no llegó.
Y por fin el sábado dejó de existir para mí.
El sábado como siempre compré en un kiosko del centro de Madrid mi ejemplar del Diario Vasco y al abrir las esquelas con el temor habitual de encontrar alguna cara conocida me encontré con la de Francisco Franco y la de José Antorio Primo de Rivera. A mi periódico se le había vuelto el alma negra, se me había muerto.
El Diario Vasco fue durante muchos años un referente de libertad, algo más que el periódico de una pequeña provincia. Hoy con la publicación de esta esquela ofende en lo más profundo a muchos de sus lectores y supongo que a la mayoría de los familiares de aquellos que compartieron página con dicha viñeta, seguramente euskaldunes de pro muchos de ellos.
Supongo que el número de lectores del Diario Vasco pertenecientes a la Federación Nacional de Combatientes (los que publican la esquela) que han podido recordar tan magno acontecimiento gracias a la publicación de la esquela, justifican la misma.
Por mi parte ya pueden los Combatientes (antes eran excombatientes) comprar el Diario Vasco, yo he dejado de necesitarlo.
Los símbolos siguen siendo importantes para algunos de nosotros y no me vale apelar a la libertad de mercado (las esquelas no dejan de ser un negocio), ni me vale tampoco apelar a la tolerancia y al “aquí cabemos todos”. Los que dejamos de caber somos los de siempre. Y quizá es mejor así, que cada cual tenga su sitio y algunos tengamos que seguir buscándolo.
A cada cual lo suyo.
Nos habíamos conocido hace mucho y de forma casual. Desde entonces no falté casi ningún fin de semana a la cita y si no nos encontrábamos casi siempre fue porque él no se presentó.
Me tenía informado de lo que pasaba por ahí. Su punto de vista me resultaba próximo y su información era casi siempre veraz y sus opiniones apuntaban en la dirección en que yo tenía puestos mis ideales.
Por qué no decirlo, hice durante muchos años esfuerzos para acudir a la cita semanal, incluso ocasionalmente entre semana. Para ello debía dirigirme al centro de Madrid o si bien me encontraba en otra ciudad buscar algún lugar a donde él tuviese por costumbre acudir.
Hemos sido inseparables a pesar de las chanzas del resto de amigos a los que no podía explicar del todo bien esta lealtad. Ha sido uno más en mis tertulias, presente siempre con sus observaciones tan atinadas.
Pero ya llevaba tiempo mostrando signos de evidente enfermedad. Sus comentarios se alejaban de día a día de aquellos que me llevaron a la amistad. De todas maneras le seguía frecuentando esperando una mejora que al final no llegó.
Y por fin el sábado dejó de existir para mí.
El sábado como siempre compré en un kiosko del centro de Madrid mi ejemplar del Diario Vasco y al abrir las esquelas con el temor habitual de encontrar alguna cara conocida me encontré con la de Francisco Franco y la de José Antorio Primo de Rivera. A mi periódico se le había vuelto el alma negra, se me había muerto.
El Diario Vasco fue durante muchos años un referente de libertad, algo más que el periódico de una pequeña provincia. Hoy con la publicación de esta esquela ofende en lo más profundo a muchos de sus lectores y supongo que a la mayoría de los familiares de aquellos que compartieron página con dicha viñeta, seguramente euskaldunes de pro muchos de ellos.
Supongo que el número de lectores del Diario Vasco pertenecientes a la Federación Nacional de Combatientes (los que publican la esquela) que han podido recordar tan magno acontecimiento gracias a la publicación de la esquela, justifican la misma.
Por mi parte ya pueden los Combatientes (antes eran excombatientes) comprar el Diario Vasco, yo he dejado de necesitarlo.
Los símbolos siguen siendo importantes para algunos de nosotros y no me vale apelar a la libertad de mercado (las esquelas no dejan de ser un negocio), ni me vale tampoco apelar a la tolerancia y al “aquí cabemos todos”. Los que dejamos de caber somos los de siempre. Y quizá es mejor así, que cada cual tenga su sitio y algunos tengamos que seguir buscándolo.
A cada cual lo suyo.
jueves, 18 de noviembre de 2010
De la enfermedad ....
Tu estás enfermo macho …...
Esto le espetaba Isabel San Sebastian al señor Sostres después de su verborrea lúbrica ante un coro de menores, atentos espero a otros menesteres que no a las palabras del insigne contertulio.
Que haya un pavo de esta catadura no me extraña. Ni siquiera me extraña que le lleven a las tertulias después de haber denostado la figura del recientemente fallecido Labordeta (con el cuerpo aún caliente se permitía chanzas sobre el puño cerrado, etc). Claro que el Maño le habría contestado con alguno de sus por otra parte geniales y oportunos calificativos.
Este individuo se permite además comentarios acerca de la procedencia de los menores, que a sabiendas de que eran de Marruecos y de Cataluña, le induce a pensar que no proceden de colegios, si no de alguna ONG (no se si por lo de Marruecos o por lo de Cataluña). Interesante punto de vista, sobre todo teniendo en cuenta que él mismo es catalán.
No olvidemos además el consentimiento por la tácita, e incluso la aprobación por la risa y la sonrisa a los comentarios por parte de el resto de contertulios, entre los que brilla con luz propia Don Alfonso Ussia, que repachingado en su silla y con un tono que técnicamente podríamos definir como cuartelero le ríe la gracia al tipo con cara de estar encantado.
Todo esto no me extraña, es el día a día de nuestras televisiones, esforzadas en conseguir que nuestro vómito cada vez llegue más lejos, como en esos concursos de lanzamiento de hueso de aceituna, pero en versión gore. Lo que sí me extraña es que la televisión en que el hecho se produce esté más preocupada por empapelar al que ha filtrado la cuestión a los medios de comunicación que en saber que pensarán los padres de todos aquellos niños presentes, aunque sean moritos, que digo yo que también tendrán su corazón.
Tras la polémica generada alrededor de la triste figura de Sánchez Dragó, ahora esto.
Es un no parar. La derechona más feroz ha perdido la vergüenza, antes estas cosas por lo menos las hacían en sus tertulias alcohólicas, lejos de los espacios públicos. No es menos inmoral pero al menos no lo imponían al resto.
A ti te pueden invitar a un espacio de televisión, y allí te ponen a hacer bulto y los tertulianos sueltan lo que les viene sin que tu puedas rechistar. Siendo adultos no hay problema, en el momento que puedas te largas y ya está, pero en el caso de los menores tiene otras implicaciones. Supongo que es educativo llevar a los chavales a ver cómo se hace un programa, pero también me imagino la cara que se le queda al profesor al ver que sus chavales quedan expuestos a diatribas como la que vertió el pajarraco.
Pues eso, que a ver si encuentran al que filtró el vídeo del making off de la barbarie y le crujen. Y al señor Sostres que le paguen por su intervención. Y que le vuelvan a contratar, que desde luego ha conseguido darle una publicidad maravillosa a un programa que algunos no sabíamos ni que existía.
Cosas de la mercadotecnia de los mass-media.
Y luego le llaman cultura, o arte si me apuras.
Esto le espetaba Isabel San Sebastian al señor Sostres después de su verborrea lúbrica ante un coro de menores, atentos espero a otros menesteres que no a las palabras del insigne contertulio.
Que haya un pavo de esta catadura no me extraña. Ni siquiera me extraña que le lleven a las tertulias después de haber denostado la figura del recientemente fallecido Labordeta (con el cuerpo aún caliente se permitía chanzas sobre el puño cerrado, etc). Claro que el Maño le habría contestado con alguno de sus por otra parte geniales y oportunos calificativos.
Este individuo se permite además comentarios acerca de la procedencia de los menores, que a sabiendas de que eran de Marruecos y de Cataluña, le induce a pensar que no proceden de colegios, si no de alguna ONG (no se si por lo de Marruecos o por lo de Cataluña). Interesante punto de vista, sobre todo teniendo en cuenta que él mismo es catalán.
No olvidemos además el consentimiento por la tácita, e incluso la aprobación por la risa y la sonrisa a los comentarios por parte de el resto de contertulios, entre los que brilla con luz propia Don Alfonso Ussia, que repachingado en su silla y con un tono que técnicamente podríamos definir como cuartelero le ríe la gracia al tipo con cara de estar encantado.
Todo esto no me extraña, es el día a día de nuestras televisiones, esforzadas en conseguir que nuestro vómito cada vez llegue más lejos, como en esos concursos de lanzamiento de hueso de aceituna, pero en versión gore. Lo que sí me extraña es que la televisión en que el hecho se produce esté más preocupada por empapelar al que ha filtrado la cuestión a los medios de comunicación que en saber que pensarán los padres de todos aquellos niños presentes, aunque sean moritos, que digo yo que también tendrán su corazón.
Tras la polémica generada alrededor de la triste figura de Sánchez Dragó, ahora esto.
Es un no parar. La derechona más feroz ha perdido la vergüenza, antes estas cosas por lo menos las hacían en sus tertulias alcohólicas, lejos de los espacios públicos. No es menos inmoral pero al menos no lo imponían al resto.
A ti te pueden invitar a un espacio de televisión, y allí te ponen a hacer bulto y los tertulianos sueltan lo que les viene sin que tu puedas rechistar. Siendo adultos no hay problema, en el momento que puedas te largas y ya está, pero en el caso de los menores tiene otras implicaciones. Supongo que es educativo llevar a los chavales a ver cómo se hace un programa, pero también me imagino la cara que se le queda al profesor al ver que sus chavales quedan expuestos a diatribas como la que vertió el pajarraco.
Pues eso, que a ver si encuentran al que filtró el vídeo del making off de la barbarie y le crujen. Y al señor Sostres que le paguen por su intervención. Y que le vuelvan a contratar, que desde luego ha conseguido darle una publicidad maravillosa a un programa que algunos no sabíamos ni que existía.
Cosas de la mercadotecnia de los mass-media.
Y luego le llaman cultura, o arte si me apuras.
lunes, 15 de noviembre de 2010
Una mujer sencilla y ejemplar
Hace unas semanas falleció Marcelino Camacho. No puedo decir que yo fuese un fiel seguidor suyo, ni siquiera puedo decir que le tuviese gran simpatía. No conocí su obra de forma directa, y los resultados que de ella me han llegado (la actual C.C.O.O.) no me gustan nada.
Pero es indiscutible su lucha por los derechos de los trabajadores, su entrega y su honestidad, que le llevaron a una vejez modesta económicamente. Eso simplemente ya le hace grande por comparación a lo que estamos acostumbrados a ver.
No me imagino (y a lo mejor es que soy corto de miras) a Marcelino comiendo en el Bulli, o en Zalacaín, no creo ni siquiera que sus recursos económicos dieran para eso, sin embargo parece que no puede decirse lo mismo de sus sucesores al frente de la representación de los trabajadores.
Pero de todo el circo que se montó alrededor de su fallecimiento lo que más me llamó la atención fue la figura de su viuda.
Discreta, a un ladito, sin estorbar, dejando incluso en el entierro el lugar preferente a los políticos ávidos de foto y de televisión.
Me produjo un sentimiento de ternura absoluta.
Toda la vida soportando ir tras los pasos de un hombre que tuvo que ir a la cárcel por rojo, soportando una situación económica menos que justita porque había elegido por compañero a un rojo consecuente, condenada a ver como los demás a su alrededor escalaban socialmente.
Claro que esta mujer no habrá sido una víctima de su elección. Esta mujer es tan Marcelino Camacho como su difunto compañero. Y tan ejemplar como él o más, que para eso ha compartido todos los sinsabores de la militancia renunciando a las mieles de la corruptela a la que de buen seguro podían haber tenido acceso.
Y todos esos políticos indecentes que si han escalado socialmente, que desde luego no han mantenido la misma firmeza y que son de un supuesto rojo mucho más tenue que el del finado y su compañera tienen la desfachatez de dejarla a un lado en el entierro de quien fue su cincuenta por ciento. A ella, a la viuda.
No tienen vergüenza.
Un saludo a Marcelino y mis respetos y mi pésame a su viuda. Sois un ejemplo. Los dos.
Pero es indiscutible su lucha por los derechos de los trabajadores, su entrega y su honestidad, que le llevaron a una vejez modesta económicamente. Eso simplemente ya le hace grande por comparación a lo que estamos acostumbrados a ver.
No me imagino (y a lo mejor es que soy corto de miras) a Marcelino comiendo en el Bulli, o en Zalacaín, no creo ni siquiera que sus recursos económicos dieran para eso, sin embargo parece que no puede decirse lo mismo de sus sucesores al frente de la representación de los trabajadores.
Pero de todo el circo que se montó alrededor de su fallecimiento lo que más me llamó la atención fue la figura de su viuda.
Discreta, a un ladito, sin estorbar, dejando incluso en el entierro el lugar preferente a los políticos ávidos de foto y de televisión.
Me produjo un sentimiento de ternura absoluta.
Toda la vida soportando ir tras los pasos de un hombre que tuvo que ir a la cárcel por rojo, soportando una situación económica menos que justita porque había elegido por compañero a un rojo consecuente, condenada a ver como los demás a su alrededor escalaban socialmente.
Claro que esta mujer no habrá sido una víctima de su elección. Esta mujer es tan Marcelino Camacho como su difunto compañero. Y tan ejemplar como él o más, que para eso ha compartido todos los sinsabores de la militancia renunciando a las mieles de la corruptela a la que de buen seguro podían haber tenido acceso.
Y todos esos políticos indecentes que si han escalado socialmente, que desde luego no han mantenido la misma firmeza y que son de un supuesto rojo mucho más tenue que el del finado y su compañera tienen la desfachatez de dejarla a un lado en el entierro de quien fue su cincuenta por ciento. A ella, a la viuda.
No tienen vergüenza.
Un saludo a Marcelino y mis respetos y mi pésame a su viuda. Sois un ejemplo. Los dos.
Lágrimas comparativamente hablando ...
Hace unos días se levantó cierto revuelo con las declaraciones de Don Arturo Pérez Reverte acerca de las lágrimas vertidas por el ex ministro Moratinos en su despedida del cargo (o quizá realmente por las formas algo bruscas de Don Arturo).
Nada que objetar, ni a lo uno ni a lo otro. Me parece que Moratinos tiene derecho a emocionarse y me parece que el resto también puede opinar que en función del cargo que ostentaba debería saber controlar sus emociones en público.
Hasta ahí bien. Lo peor es compararlo con las lágrimas vertidas por el representante de la españolidad más furibunda en la fórmula uno, Fernando Alonso.
Ayer después de perder sus opciones de hacerse con el campeonato mundial, al terminar la carrera se puso a llorar amargamente. Y eso si que no. El muchacho ha ido de duro por la vida y perdonando a los demás desde que se hizo celebrity. Ha repartido críticas muy poco caritativas a diestro y siniestro, no ha escatimado gestos ofensivos hacia los demás, no ha sido ni buen compañero ni siquiera rival honesto. Bastan con los diferentes trafullos del presente campeonato para sostener éstas afirmaciones. Y ahora al perder echamos las lagrimitas.
Este chico es una víctima de una competitividad en la que si no eres el primero estás acabado. Y no se puede ser siempre el primero.
Algún día también perderá “la roja”, algún día también perderá Nadal, a todos les llega. Vimos perder a Induráin y a otros muchos. Yo por mi parte admiro a los deportistas en general y no me dejo cegar por la camiseta o el origen de los mismos, lo que me permite disfrutar de la competición gane quien gane, siempre que lo haga de forma limpia.
Los que de alguna forma hemos competido sabemos que cuando estás arriba sólo puedes bajar. Y al bajar te queda el recuerdo de lo que hiciste. Y si eres una figura pública queda además el ejemplo de tu calidad humana, del tipo de deportista que has sido, de los amigos que has dejado en el camino, o si no de los cadáveres. Y se te tiene presente por eso.
Fernando Alonso ha hecho trampas, ha discutido públicamente con sus compañeros de equipo, ha sido un niño mimado y se ha quedado sin caramelo. Y por eso la rabieta.
Puestos a elegir prefiero las lágrimas de Moratinos, además se suele presentar aseado y correctamente afeitado, otra diferencia a su favor.
Nada que objetar, ni a lo uno ni a lo otro. Me parece que Moratinos tiene derecho a emocionarse y me parece que el resto también puede opinar que en función del cargo que ostentaba debería saber controlar sus emociones en público.
Hasta ahí bien. Lo peor es compararlo con las lágrimas vertidas por el representante de la españolidad más furibunda en la fórmula uno, Fernando Alonso.
Ayer después de perder sus opciones de hacerse con el campeonato mundial, al terminar la carrera se puso a llorar amargamente. Y eso si que no. El muchacho ha ido de duro por la vida y perdonando a los demás desde que se hizo celebrity. Ha repartido críticas muy poco caritativas a diestro y siniestro, no ha escatimado gestos ofensivos hacia los demás, no ha sido ni buen compañero ni siquiera rival honesto. Bastan con los diferentes trafullos del presente campeonato para sostener éstas afirmaciones. Y ahora al perder echamos las lagrimitas.
Este chico es una víctima de una competitividad en la que si no eres el primero estás acabado. Y no se puede ser siempre el primero.
Algún día también perderá “la roja”, algún día también perderá Nadal, a todos les llega. Vimos perder a Induráin y a otros muchos. Yo por mi parte admiro a los deportistas en general y no me dejo cegar por la camiseta o el origen de los mismos, lo que me permite disfrutar de la competición gane quien gane, siempre que lo haga de forma limpia.
Los que de alguna forma hemos competido sabemos que cuando estás arriba sólo puedes bajar. Y al bajar te queda el recuerdo de lo que hiciste. Y si eres una figura pública queda además el ejemplo de tu calidad humana, del tipo de deportista que has sido, de los amigos que has dejado en el camino, o si no de los cadáveres. Y se te tiene presente por eso.
Fernando Alonso ha hecho trampas, ha discutido públicamente con sus compañeros de equipo, ha sido un niño mimado y se ha quedado sin caramelo. Y por eso la rabieta.
Puestos a elegir prefiero las lágrimas de Moratinos, además se suele presentar aseado y correctamente afeitado, otra diferencia a su favor.
martes, 21 de septiembre de 2010
Veremos una tierra que ponga libertad.
Sentado, con el ceño fruncido. La mirada al infinito, los ojos conteniendo las lágrimas a duras penas. Una mano sobre la otra y la otra sobre el bastón. La gorra de visera bien calada, inclinada hacia adelante. El bigote espeso. A simple vista fiero. Parece que va a gritar. De repente se levanta, como nervioso. Da dos vueltas hacia arriba y hacia abajo, sin ir a ningún sitio.
No está en una sala de espera cualquiera. No espera una noticia. Ya no espera nada. Simplemente no puede creer lo que le está pasando.
Todo cuanto podía sucederle le ha sucedido ya. Es imposible que algo le vaya a sorprender, ni siquiera puede inquietarle su futuro. Ya no.
Ahora su presente es su eternidad y su libertad su cárcel. Nunca nadie pudo apresar su pensamiento, ahora ya nadie podrá ni siquiera intentarlo.
Nos ha dejado José Antonio Labordeta, el de “Arremójate la tripa que ya viene la calor”, el de “Banderas Rotas”, el de “Somos”, el de “Canción de Libertad”. O para ser más exactos ha dejado a los suyos, porque los demás tenemos y tendremos todo cuanto él fue para nosotros. Su música, sus escritos, sus intervenciones en el Parlamento. Eso no nos lo van a quitar.
A nosotros nos queda lo mejor. La persona la perdemos todos un poco, pero las personas son patrimonio de sus seres queridos, no pueden serlo de todos a la vez. Sin embargo la obra si es universal, siempre accesible. Cualquiera podrá poner un disco en el que aquel maño de la voz tosca nos metía por los oídos esas palabras tan bellas al compás de una guitarra que de forma vehemente empujaba las notas musicales entre los versos. Cualquiera podrá también leer sus libros, incluso Youtube nos brinda la posibilidad de recordar sus exabruptos parlametarios (para mi siempre atinados y justos), que eclipsan inmerecidamente un trabajo político intenso y riguroso en defensa siempre de quienes le eligieron.
Algunos tuvimos el placer de verle a menudo cruzando la Carrera de San Jerónimo a la ida o a la vuelta de alguna sesión parlamentaria, siempre con su gesto hosco. A mi desde luego me quedaron siempre ganas de acercarme y estrechar su mano, pero me pudo la vergüenza y el sentido común, porque él no necesitaba estrechar mi mano y lo que se hace entre dos no puede ser beneficioso para uno solo.
Entre todos los homenajes mediáticos que estoy viendo que le caen me ha llamado la atención poderosamente uno de ellos, el que le hace un ex-alumno. Don Federico Jiménez-Losantos. Y me llama la atención porque desde luego habla muy bien de José Antonio, del Abuelo. Y ello me ha llevado a ver entrevistas grabadas de su paso por diferentes programas de televisión en los que Labordeta dejaba ver que aquel afecto era recíproco.
Nada más bonito que ver a dos símbolos ideológicos tan distantes respetarse y hasta quererse, por encima de la política.
Ese me parece el más bello legado. El de saber dejar a cada uno ser lo que es y quererlo en la diferencia.
No soporto a Jiménez-Losantos, yo no soy tan santo como el Abuelo, pero me ha emocionado el respeto mostrado tanto en vida como después.
Y por tanta santidad le viene el castigo, porque hoy Labordeta está a veces sentado y a veces dando vueltas nervioso porque no entiende por qué al final está en en Cielo. Porque él nunca pensó que pudiera existir. Y porque encima ahora es para siempre. Y encima Dios se sabe aquella de “habrá un día en que todos al levantar la vista ….”, y para colmo la canta todo el rato. Y desafina, el tío.
Por lo menos el cachito de Cielo que le ha tocado cae justo encima de Aragón, como en aquella película “Así en el Cielo como en la Tierra”. Porque ni siquiera Dios ha querido separarle de su tierra.
Gracias por todo, majo.
Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar
tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.
Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.
Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.
Somos
como esos viejos árboles.
No está en una sala de espera cualquiera. No espera una noticia. Ya no espera nada. Simplemente no puede creer lo que le está pasando.
Todo cuanto podía sucederle le ha sucedido ya. Es imposible que algo le vaya a sorprender, ni siquiera puede inquietarle su futuro. Ya no.
Ahora su presente es su eternidad y su libertad su cárcel. Nunca nadie pudo apresar su pensamiento, ahora ya nadie podrá ni siquiera intentarlo.
Nos ha dejado José Antonio Labordeta, el de “Arremójate la tripa que ya viene la calor”, el de “Banderas Rotas”, el de “Somos”, el de “Canción de Libertad”. O para ser más exactos ha dejado a los suyos, porque los demás tenemos y tendremos todo cuanto él fue para nosotros. Su música, sus escritos, sus intervenciones en el Parlamento. Eso no nos lo van a quitar.
A nosotros nos queda lo mejor. La persona la perdemos todos un poco, pero las personas son patrimonio de sus seres queridos, no pueden serlo de todos a la vez. Sin embargo la obra si es universal, siempre accesible. Cualquiera podrá poner un disco en el que aquel maño de la voz tosca nos metía por los oídos esas palabras tan bellas al compás de una guitarra que de forma vehemente empujaba las notas musicales entre los versos. Cualquiera podrá también leer sus libros, incluso Youtube nos brinda la posibilidad de recordar sus exabruptos parlametarios (para mi siempre atinados y justos), que eclipsan inmerecidamente un trabajo político intenso y riguroso en defensa siempre de quienes le eligieron.
Algunos tuvimos el placer de verle a menudo cruzando la Carrera de San Jerónimo a la ida o a la vuelta de alguna sesión parlamentaria, siempre con su gesto hosco. A mi desde luego me quedaron siempre ganas de acercarme y estrechar su mano, pero me pudo la vergüenza y el sentido común, porque él no necesitaba estrechar mi mano y lo que se hace entre dos no puede ser beneficioso para uno solo.
Entre todos los homenajes mediáticos que estoy viendo que le caen me ha llamado la atención poderosamente uno de ellos, el que le hace un ex-alumno. Don Federico Jiménez-Losantos. Y me llama la atención porque desde luego habla muy bien de José Antonio, del Abuelo. Y ello me ha llevado a ver entrevistas grabadas de su paso por diferentes programas de televisión en los que Labordeta dejaba ver que aquel afecto era recíproco.
Nada más bonito que ver a dos símbolos ideológicos tan distantes respetarse y hasta quererse, por encima de la política.
Ese me parece el más bello legado. El de saber dejar a cada uno ser lo que es y quererlo en la diferencia.
No soporto a Jiménez-Losantos, yo no soy tan santo como el Abuelo, pero me ha emocionado el respeto mostrado tanto en vida como después.
Y por tanta santidad le viene el castigo, porque hoy Labordeta está a veces sentado y a veces dando vueltas nervioso porque no entiende por qué al final está en en Cielo. Porque él nunca pensó que pudiera existir. Y porque encima ahora es para siempre. Y encima Dios se sabe aquella de “habrá un día en que todos al levantar la vista ….”, y para colmo la canta todo el rato. Y desafina, el tío.
Por lo menos el cachito de Cielo que le ha tocado cae justo encima de Aragón, como en aquella película “Así en el Cielo como en la Tierra”. Porque ni siquiera Dios ha querido separarle de su tierra.
Gracias por todo, majo.
Somos
como esos viejos árboles
batidos por el viento
que azota desde el mar.
Hemos
perdido compañeros
paisajes y esperanzas
en nuestro caminar.
Vamos
hundiendo en las palabras
las huellas de los labios
para poder besar
tiempos
futuros y anhelados,
de manos contra manos
izando la igualdad.
Somos
como la humilde adoba
que cubre contra el tiempo
la sombra del hogar.
Hemos
perdido nuestra historia
canciones y caminos
en duro batallar.
Vamos
a echar nuevas raíces
por campos y veredas,
para poder andar
tiempos
que traigan en su entraña
esa gran utopía
que es la fraternidad.
Somos
igual que nuestra tierra
suaves como la arcilla
duros del roquedal.
Hemos
atravesado el tiempo
dejando en los secanos
nuestra lucha total.
Vamos
a hacer con el futuro
un canto a la esperanza
y poder encontrar
tiempos
cubiertos con las manos
los rostros y los labios
que sueñan libertad.
Somos
como esos viejos árboles.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Arregi, el alto el fuego y un hombre libre
He tenido un fin de semana tonto. Algunas lecturas y las reflexiones inducidas por las mismas parecen haber quitado el cerrojo de algunos cajones que creía cerrados para siempre.
Lo digo desde un punto de vista completamente positivo. Me siento más fuerte y más libre. Y en estas que me encuentro hoy lunes con una entrevista en El País a Joxe Arregi. Me ha emocionado. Le veo como el Peine de los Vientos, azotado por el temporal, a punto de ser arrancado de su propia esencia, aferrándose a su raíz, pero firme, mirando de frente y aún así lleno de bondad.
Pocos sacerdotes nos hablan ya del Evangelio de una forma que yo pueda entender. Estoy harto de amenazas, de verme a mí mismo ardiendo en los infiernos, de no encontrar una luz que me ayude a seguir adelante. Y pocos faros como este Arregi. Un hombre que probablemente no quiere ser ejemplar, que creo que debe de ser famoso a su pesar, pero que encarna como nadie ahora mismo la auténtica persecución a que son sometidos quienes se salen del pensamiento impuesto por la jerarquía.
Estoy a punto de que me de lo mismo lo que le pase a la Iglesia Católica, es más, creo que ya me da igual. No me da igual que millones de personas se queden sin una referencia moral, sin la radiobaliza que les mantiene seguros, pero si me importa un bledo lo que le pase al aparato político, que en eso parecen haberse convertido el Vaticano y sus franquicias.
Arregi nos hace varias reflexiones muy interesantes, recomiendo el artículo (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/sabe/Papa/manda/elpepusoc/20100906elpepisoc_3/Tes). Pero lo que me asalta en este momento es la sensación de que estamos mirando hacia otro lado mientras todo esto ocurre. La iglesia no debería ser únicamente la Curia. La iglesia deberíamos de ser (como Hacienda) todos. Al menos todos los que quisiéramos formar parte de ella. Y algunos nos estamos alejando sin luchar por lo que creemos dejándole la plaza al invasor (que así le considero). Y la cosa tiene su porqué. Nos falta un líder. Y ese líder no es fácil de encontrar porque los buenos católicos, sean sacerdotes o no, se están plegando a la jerarquía por obediencia. Pero ¿y si la jerarquía estuviese equivocada? ¿No tenemos la obligación de obrar en conciencia ante un dilema semejante? Yo creo que nuestra obligación es decir lo que pensamos y obrar según dicta nuestra conciencia. Pero la triste realidad es que el invasor es fuerte, bien organizado y con una estrategia. Y nosotros somos el ejército de Pancho Villa. Es la historia de siempre de la represión y la libertad. Más antiguo que el pis de gato.
Y por otro lado el alto el fuego, que por algún motivo no me ha emocionado. Mi interior apátrida va ganando posiciones y me parece que me va a dar igual al final la bandera. Estoy harto de patrias que se olvidan de las personas, de fundamentalismos en general. Durante mucho tiempo he defendido que los pueblos deben de ser libres , sean grandes o pequeños, para dirigir sus destinos. Ahora estoy un poco decepcionado viendo como esa libertad es moneda de cambio entre unos y otros. Será la ley de la oferta y la demanda, pero no me gusta nada que algunas cosas se conviertan en mercancía.
Siento que mi cabeza se va escapando, que no puedo controlar ciertos instintos libertarios y que va llegando el momento de volverse al monte (literalmente) donde está la verdad absoluta. El hombre frente a sí mismo y frente a la naturaleza. El único diálogo que he entendido siempre y que nunca me ha defraudado. Es mi punto de retorno de toda la vida, mi reset. Así que voy a ir sacando punta a los crampones que el General Invierno está mandando faxes diciendo que va a atacar y esta vez le pienso dar batalla. Nada de cuarteles de invierno, lucha sin cuartel. Y en todos los frentes.
Lo digo desde un punto de vista completamente positivo. Me siento más fuerte y más libre. Y en estas que me encuentro hoy lunes con una entrevista en El País a Joxe Arregi. Me ha emocionado. Le veo como el Peine de los Vientos, azotado por el temporal, a punto de ser arrancado de su propia esencia, aferrándose a su raíz, pero firme, mirando de frente y aún así lleno de bondad.
Pocos sacerdotes nos hablan ya del Evangelio de una forma que yo pueda entender. Estoy harto de amenazas, de verme a mí mismo ardiendo en los infiernos, de no encontrar una luz que me ayude a seguir adelante. Y pocos faros como este Arregi. Un hombre que probablemente no quiere ser ejemplar, que creo que debe de ser famoso a su pesar, pero que encarna como nadie ahora mismo la auténtica persecución a que son sometidos quienes se salen del pensamiento impuesto por la jerarquía.
Estoy a punto de que me de lo mismo lo que le pase a la Iglesia Católica, es más, creo que ya me da igual. No me da igual que millones de personas se queden sin una referencia moral, sin la radiobaliza que les mantiene seguros, pero si me importa un bledo lo que le pase al aparato político, que en eso parecen haberse convertido el Vaticano y sus franquicias.
Arregi nos hace varias reflexiones muy interesantes, recomiendo el artículo (http://www.elpais.com/articulo/sociedad/sabe/Papa/manda/elpepusoc/20100906elpepisoc_3/Tes). Pero lo que me asalta en este momento es la sensación de que estamos mirando hacia otro lado mientras todo esto ocurre. La iglesia no debería ser únicamente la Curia. La iglesia deberíamos de ser (como Hacienda) todos. Al menos todos los que quisiéramos formar parte de ella. Y algunos nos estamos alejando sin luchar por lo que creemos dejándole la plaza al invasor (que así le considero). Y la cosa tiene su porqué. Nos falta un líder. Y ese líder no es fácil de encontrar porque los buenos católicos, sean sacerdotes o no, se están plegando a la jerarquía por obediencia. Pero ¿y si la jerarquía estuviese equivocada? ¿No tenemos la obligación de obrar en conciencia ante un dilema semejante? Yo creo que nuestra obligación es decir lo que pensamos y obrar según dicta nuestra conciencia. Pero la triste realidad es que el invasor es fuerte, bien organizado y con una estrategia. Y nosotros somos el ejército de Pancho Villa. Es la historia de siempre de la represión y la libertad. Más antiguo que el pis de gato.
Y por otro lado el alto el fuego, que por algún motivo no me ha emocionado. Mi interior apátrida va ganando posiciones y me parece que me va a dar igual al final la bandera. Estoy harto de patrias que se olvidan de las personas, de fundamentalismos en general. Durante mucho tiempo he defendido que los pueblos deben de ser libres , sean grandes o pequeños, para dirigir sus destinos. Ahora estoy un poco decepcionado viendo como esa libertad es moneda de cambio entre unos y otros. Será la ley de la oferta y la demanda, pero no me gusta nada que algunas cosas se conviertan en mercancía.
Siento que mi cabeza se va escapando, que no puedo controlar ciertos instintos libertarios y que va llegando el momento de volverse al monte (literalmente) donde está la verdad absoluta. El hombre frente a sí mismo y frente a la naturaleza. El único diálogo que he entendido siempre y que nunca me ha defraudado. Es mi punto de retorno de toda la vida, mi reset. Así que voy a ir sacando punta a los crampones que el General Invierno está mandando faxes diciendo que va a atacar y esta vez le pienso dar batalla. Nada de cuarteles de invierno, lucha sin cuartel. Y en todos los frentes.
jueves, 12 de agosto de 2010
Agur Jesús
Se marchó sin que nos pudiéramos despedir. Tanto que me he enterado de su muerte ocho años después.
Le echaba de menos, hablaba de él con amigos comunes, nos preguntábamos por su paradero. Pasa con muchos amigos de otro tiempo, pierdes el contacto, el tiempo va distanciándote y al final llega el olvido. Pero en este caso el olvido no había llegado. Decidí buscar alguna pista suya en internet y encontré un nombre igual que el suyo en una relación de fallecidos de un diario. Mismo nombre y misma edad. No quise creerlo. Hice alguna indagación más y pude comprobar que era cierto. Murió en el mes de mayo de 2.002.
Se llamaba Jesús. Tenía cara de niño malo. Pelo rizado alborotado siempre, gafas gordas, ojos maliciosos y una sonrisa que invitaba a hablar.
Tuvo una vida dura fruto de las circunstancias políticas del momento. Sus padres abandonaron Euskalherría porque después de militar en la innombrable su padre abandonó la lucha. Le buscaban Tirios y Troyanos y tuvo que esconderse en el monte. Años ochenta, así como suena, un padre de familia se refugia en el monte en la sierra de Madrid para no ser encontrado. Su madre mantenía la familia con el sueldo de administrativa en no sé qué empresa. Vivían en Entrevías, en plena explosión de la heroína. Todo un ambiente para crecer, pero el destino manda.
Yo le conocí en la mili, en la Cruz Roja. Nos hicimos pronto muy amigos. Compartíamos el amor por su tierra y el amor a la vida que en aquellos años comenzábamos a comernos a bocados. Era un tipo limpio.
Nos reímos mucho juntos. Era el único hombre que he conocido que se enamoraba de las mujeres por su voz. La emisora del puesto de socorro le proveía de innumerables oportunidades. Cuando preveía que le podía salir mal la cita me hacía acudir junto a él para espantar a la señorita que no era de su agrado. Hemos vivido sábados inolvidables en todos los sentidos. Hay mujeres con un grave desajuste entre su voz y su físico. Elixires de fina fragancia en bastas botellas de cristal grueso. Es la magia de la radio.
Llegamos a ser tan amigos que en alguna ocasión nos acercamos juntos a llevar víveres a su padre al monte. No me dejó acompañarle hasta el final, por seguridad, pero fuimos juntos hasta muy cerca. El confiaba en mí, pero su padre no estaría seguro si desvelaba su posición exacta.
En más de una ocasión al bajar yo de mis andanzas por el monte coincidía con Jesús en el tren a la ida o a la vuelta . Yo iba a pasarlo bien, él a asistir a su padre.
Como dije creció en Entrevías, me decía que no quedaba ningún amigo suyo de la infancia, a todos se los había llevado la droga. Y sobrevivió a todo aquello. Ni él mismo sabía explicar cómo se salvó.
Camarero por vocación, eficiente, divertido, discreto. Era un perfecto barman de confianza. Le conocí diferentes trabajos. Le recuerdo como si fuera en esas películas americanas en las que el señor del otro lado de la barra es un amigo, un psicólogo, un consejero. Siempre trabajando de tarde-noche, al cerrar su establecimiento siempre se iba por ahí a tomar algo. Vivía de noche.
Una miserable cirrosis hepática se lo llevó. No sé lo que pasó en los últimos años, pero lo que me importa es que era mi amigo, una buena persona y que lo que no pudo la presión de la droga lo pudo la atracción de la noche.
Jesús, sé que no te gustará lo que escribo, que te parecerá demasiado serio, pero lo necesitaba. Es la única forma de aliviar mi malestar por no haber estado a tu lado.
Le echaba de menos, hablaba de él con amigos comunes, nos preguntábamos por su paradero. Pasa con muchos amigos de otro tiempo, pierdes el contacto, el tiempo va distanciándote y al final llega el olvido. Pero en este caso el olvido no había llegado. Decidí buscar alguna pista suya en internet y encontré un nombre igual que el suyo en una relación de fallecidos de un diario. Mismo nombre y misma edad. No quise creerlo. Hice alguna indagación más y pude comprobar que era cierto. Murió en el mes de mayo de 2.002.
Se llamaba Jesús. Tenía cara de niño malo. Pelo rizado alborotado siempre, gafas gordas, ojos maliciosos y una sonrisa que invitaba a hablar.
Tuvo una vida dura fruto de las circunstancias políticas del momento. Sus padres abandonaron Euskalherría porque después de militar en la innombrable su padre abandonó la lucha. Le buscaban Tirios y Troyanos y tuvo que esconderse en el monte. Años ochenta, así como suena, un padre de familia se refugia en el monte en la sierra de Madrid para no ser encontrado. Su madre mantenía la familia con el sueldo de administrativa en no sé qué empresa. Vivían en Entrevías, en plena explosión de la heroína. Todo un ambiente para crecer, pero el destino manda.
Yo le conocí en la mili, en la Cruz Roja. Nos hicimos pronto muy amigos. Compartíamos el amor por su tierra y el amor a la vida que en aquellos años comenzábamos a comernos a bocados. Era un tipo limpio.
Nos reímos mucho juntos. Era el único hombre que he conocido que se enamoraba de las mujeres por su voz. La emisora del puesto de socorro le proveía de innumerables oportunidades. Cuando preveía que le podía salir mal la cita me hacía acudir junto a él para espantar a la señorita que no era de su agrado. Hemos vivido sábados inolvidables en todos los sentidos. Hay mujeres con un grave desajuste entre su voz y su físico. Elixires de fina fragancia en bastas botellas de cristal grueso. Es la magia de la radio.
Llegamos a ser tan amigos que en alguna ocasión nos acercamos juntos a llevar víveres a su padre al monte. No me dejó acompañarle hasta el final, por seguridad, pero fuimos juntos hasta muy cerca. El confiaba en mí, pero su padre no estaría seguro si desvelaba su posición exacta.
En más de una ocasión al bajar yo de mis andanzas por el monte coincidía con Jesús en el tren a la ida o a la vuelta . Yo iba a pasarlo bien, él a asistir a su padre.
Como dije creció en Entrevías, me decía que no quedaba ningún amigo suyo de la infancia, a todos se los había llevado la droga. Y sobrevivió a todo aquello. Ni él mismo sabía explicar cómo se salvó.
Camarero por vocación, eficiente, divertido, discreto. Era un perfecto barman de confianza. Le conocí diferentes trabajos. Le recuerdo como si fuera en esas películas americanas en las que el señor del otro lado de la barra es un amigo, un psicólogo, un consejero. Siempre trabajando de tarde-noche, al cerrar su establecimiento siempre se iba por ahí a tomar algo. Vivía de noche.
Una miserable cirrosis hepática se lo llevó. No sé lo que pasó en los últimos años, pero lo que me importa es que era mi amigo, una buena persona y que lo que no pudo la presión de la droga lo pudo la atracción de la noche.
Jesús, sé que no te gustará lo que escribo, que te parecerá demasiado serio, pero lo necesitaba. Es la única forma de aliviar mi malestar por no haber estado a tu lado.
lunes, 9 de agosto de 2010
Sonata de estío
Aquí estamos, pasando un calor pegajoso y soportando la habitual programación veraniega de la tele, la radio y de la prensa.
Se ha escrito mucho sobre la programación de Semana Santa, que si Ben Hur, que si La Túnica Sagrada, etc. Pero a cambio no he leído un artículo suficientemente profundo sobre la programación de verano de los medios de comunicación.
Hace años, muchos, nos cascaban en verano los Juegos del Mediterráneo, especie de programa concurso por el que desfilaban desde italianos a la manera del Tirol, hasta griegos, franceses y desde luego españoles. Nunca recuerdo que ganásemos nada, pero era pintoresco y exótico.
Bastantes años después nos conformamos con una versión que hacía un elogio de lo sencillo (llamémoslo de esa forma) y que dieron en titular Grand Prix. Conducido por un eficaz vizcaíno y protagonizado por un cuadrúpedo cornúpeta, llenó muchas tardes-noche de verano con sus chanzas de tono rural (dicho sea de forma caritativa).
Ahora en una vuelta de tuerca mágica y pensando en el ahorro de los grandes de los mass-media nos abruman con reposiciones de lo que nos atizaron en invierno. Por si no estábamos, supongo.
Y el abismo se agranda bajo nuestros pies al comprobar que los que no cogen vacaciones son los protagonistas de ese “mundo rosa”. Esos no ceden en su empeño. Quizá conscientes de que su fama es o puede ser efímera, no desperdician un segundo de “prime time” o de cualquier time para rascar y llevárselo.
Al tiempo, la alternativa de salir a la calle a dar una vuelta se torna desagradable. Y no solo por el calor. Hay que jorobarse lo que se ve por el mundo. En verano parece que se convoquen en todas las poblaciones concursos de mal gusto. No dice uno que sea necesario el chaqué para pasearse bajo la canícula, pero si sería agradable que cada uno guardase para sí lo peor de su anatomía sin que el resto tenga que comulgar con las propias lorzas.
Difiero en muchas cosas con el señor Pérez-Reverte, don Arturo, pero en lo cotidiano he de decir que estoy muy de acuerdo con él y que no me gustan las chanclas, las gorras con la visera hacia atrás, ni la visión de los ombligos con pelotilla, ni que un fulano sentado a mi lado, ya sea en un avión, en un autobús o en un cine de verano me toque con su pierna, y si está desnuda por causa de la indumentaria menos aún. A él debo el único artículo que recuerdo sobre este tema. Viajaba don Arturo en un avión y parece que de forma poco casual se le derramó su café sobre la pierna impúdica, desnuda y pilosa de un accidental compañero de viaje. No lo soportó.
Y yo me veo en las mismas, claro que no soy Pérez-Reverte y me guardo muy mucho de molestar a nadie porque tampoco soy nadie, pero el ratito que estoy pasando este verano es de traca.
Somos cada vez más horteras, hemos perdido ese puntito de respeto a los demás que nos hacía transitar vestidos por la calle, pensar en qué podíamos ofrecer a la gente en verano en los medios de comunicación, etc. Y creo que además íbamos más a gustito. Todos, creedme. Para quién no lo sepa compartiré un secreto íntimo muy útil. Las camisetas de tirantes pueden conseguir irritaciones del sobaco por el roce sudado, y el calzado cerrado evita pisar con el pie semidescalzo, que la chancla abandona a su suerte, esos zorongos de perro mastín que algunos desalmados olvidan al paso de sus canes. Son dos buenas razones para vestirse un poco.
Se ha escrito mucho sobre la programación de Semana Santa, que si Ben Hur, que si La Túnica Sagrada, etc. Pero a cambio no he leído un artículo suficientemente profundo sobre la programación de verano de los medios de comunicación.
Hace años, muchos, nos cascaban en verano los Juegos del Mediterráneo, especie de programa concurso por el que desfilaban desde italianos a la manera del Tirol, hasta griegos, franceses y desde luego españoles. Nunca recuerdo que ganásemos nada, pero era pintoresco y exótico.
Bastantes años después nos conformamos con una versión que hacía un elogio de lo sencillo (llamémoslo de esa forma) y que dieron en titular Grand Prix. Conducido por un eficaz vizcaíno y protagonizado por un cuadrúpedo cornúpeta, llenó muchas tardes-noche de verano con sus chanzas de tono rural (dicho sea de forma caritativa).
Ahora en una vuelta de tuerca mágica y pensando en el ahorro de los grandes de los mass-media nos abruman con reposiciones de lo que nos atizaron en invierno. Por si no estábamos, supongo.
Y el abismo se agranda bajo nuestros pies al comprobar que los que no cogen vacaciones son los protagonistas de ese “mundo rosa”. Esos no ceden en su empeño. Quizá conscientes de que su fama es o puede ser efímera, no desperdician un segundo de “prime time” o de cualquier time para rascar y llevárselo.
Al tiempo, la alternativa de salir a la calle a dar una vuelta se torna desagradable. Y no solo por el calor. Hay que jorobarse lo que se ve por el mundo. En verano parece que se convoquen en todas las poblaciones concursos de mal gusto. No dice uno que sea necesario el chaqué para pasearse bajo la canícula, pero si sería agradable que cada uno guardase para sí lo peor de su anatomía sin que el resto tenga que comulgar con las propias lorzas.
Difiero en muchas cosas con el señor Pérez-Reverte, don Arturo, pero en lo cotidiano he de decir que estoy muy de acuerdo con él y que no me gustan las chanclas, las gorras con la visera hacia atrás, ni la visión de los ombligos con pelotilla, ni que un fulano sentado a mi lado, ya sea en un avión, en un autobús o en un cine de verano me toque con su pierna, y si está desnuda por causa de la indumentaria menos aún. A él debo el único artículo que recuerdo sobre este tema. Viajaba don Arturo en un avión y parece que de forma poco casual se le derramó su café sobre la pierna impúdica, desnuda y pilosa de un accidental compañero de viaje. No lo soportó.
Y yo me veo en las mismas, claro que no soy Pérez-Reverte y me guardo muy mucho de molestar a nadie porque tampoco soy nadie, pero el ratito que estoy pasando este verano es de traca.
Somos cada vez más horteras, hemos perdido ese puntito de respeto a los demás que nos hacía transitar vestidos por la calle, pensar en qué podíamos ofrecer a la gente en verano en los medios de comunicación, etc. Y creo que además íbamos más a gustito. Todos, creedme. Para quién no lo sepa compartiré un secreto íntimo muy útil. Las camisetas de tirantes pueden conseguir irritaciones del sobaco por el roce sudado, y el calzado cerrado evita pisar con el pie semidescalzo, que la chancla abandona a su suerte, esos zorongos de perro mastín que algunos desalmados olvidan al paso de sus canes. Son dos buenas razones para vestirse un poco.
sábado, 26 de junio de 2010
Que convenzas con amor y arrastres con tu ejemplo
Soy de natural anarquista. Creo en el hombre. Pienso en verdad que no somos esencialmente malos, al contrario, nuestro instinto no necesariamente nos llevaría al mal si no fuese por la influencia de una sociedad enferma.
Así pues, creo que no necesitamos un tutor permanente detrás de cada individuo. Con la educación suficiente somos capaces de tomar nuestras propias decisiones y de aportar positivamente a la colectividad.
Parece mentira, pero estos dos párrafos anteriores los escribo completamente en serio. De pequeño se me quedó un lema grabado a fuego en mi cerebrito: “Que convenzas con amor y que arrastres con tu ejemplo”. Nada religioso, una frase completamente civil. Durante toda mi vida esa frase ha sido mi farolillo en la tormenta. Quizá quienes me conocen encuentren explicación a algunas de mis más extrañas reacciones en esa frase.
Intento ser siempre el primer cumplidor de la norma. La norma está porque la hemos puesto entre todos. Aunque no nos guste. Y tenemos la opción de cambiarla o de acatarla. Nunca de incumplirla. Por eso me irritan los que la incumplen, por su falta de respeto al esfuerzo de los demás en cumplir y por el escaso favor que hacen a la convivencia pasándose por el forrillo las decisiones que todos tomamos.
Y por eso intento cumplir siempre, porque las cosas son así y por si alguien se fija. Como pasa en el centro de Europa con los semáforos. Al llegar un peatón al semáforo en rojo espera a que se ponga verde. Obvio, pero además recriminará a aquel (normalmente español) que no lo respete. Aunque no vengan coches. Aquí funcionamos de otra forma, nos tenemos por más abiertos de mente, más improvisadores. Un eufemismo que oculta la mala educación y la falta de respeto a los demás.
Y la tontería ha costado 13 vidas. 13 personas que más inteligentes que los demás no podían esperar un minuto a que se despejase un paso subterráneo. Paso que, por otra parte, podía no haberse obstruido de atravesarlo la gente de forma ordenada. Aquí nos ponen una puerta y estamos deseando atascarla.
13 personas que probablemente podían llegar un minuto más tarde al macrobotellón deSan Juan.
Ahora las culpas a Renfe, a Adif, al maquinista y a la General. Todo por no reconocer que se trata de un problema evidente de mala educación y de falta de respeto a las normas.
No se trata de prohibir, ni de tener normativas para todo. Por eso soy anarquista. Si no creemos que el individuo es suficientemente responsable como para cuidarse de su propia vida, entonces no hay legislación ni normativa que le salven.
Nos hemos pasado poniendo normas para sustituir al sentido común, anulando los resquicios de éste. Y ¿no sería más adecuado educar en la libertad y en la responsabilidad y prohibir menos?
Al día siguiente del atropello ferroviario múltiple aparece en El País un señor más que de mediana edad saltando torpemente por un andén con un tren en las proximidades. El tipo dice de forma arrogante que en ningún sitio pone que esté prohibido saltar a la vía. Y resulta que además es profesor de instituto.
Lo dicho, que convenzas con amor y que arrastres con tu ejemplo.
Nos evitaría muchas leyes y muchas normas.
Así pues, creo que no necesitamos un tutor permanente detrás de cada individuo. Con la educación suficiente somos capaces de tomar nuestras propias decisiones y de aportar positivamente a la colectividad.
Parece mentira, pero estos dos párrafos anteriores los escribo completamente en serio. De pequeño se me quedó un lema grabado a fuego en mi cerebrito: “Que convenzas con amor y que arrastres con tu ejemplo”. Nada religioso, una frase completamente civil. Durante toda mi vida esa frase ha sido mi farolillo en la tormenta. Quizá quienes me conocen encuentren explicación a algunas de mis más extrañas reacciones en esa frase.
Intento ser siempre el primer cumplidor de la norma. La norma está porque la hemos puesto entre todos. Aunque no nos guste. Y tenemos la opción de cambiarla o de acatarla. Nunca de incumplirla. Por eso me irritan los que la incumplen, por su falta de respeto al esfuerzo de los demás en cumplir y por el escaso favor que hacen a la convivencia pasándose por el forrillo las decisiones que todos tomamos.
Y por eso intento cumplir siempre, porque las cosas son así y por si alguien se fija. Como pasa en el centro de Europa con los semáforos. Al llegar un peatón al semáforo en rojo espera a que se ponga verde. Obvio, pero además recriminará a aquel (normalmente español) que no lo respete. Aunque no vengan coches. Aquí funcionamos de otra forma, nos tenemos por más abiertos de mente, más improvisadores. Un eufemismo que oculta la mala educación y la falta de respeto a los demás.
Y la tontería ha costado 13 vidas. 13 personas que más inteligentes que los demás no podían esperar un minuto a que se despejase un paso subterráneo. Paso que, por otra parte, podía no haberse obstruido de atravesarlo la gente de forma ordenada. Aquí nos ponen una puerta y estamos deseando atascarla.
13 personas que probablemente podían llegar un minuto más tarde al macrobotellón deSan Juan.
Ahora las culpas a Renfe, a Adif, al maquinista y a la General. Todo por no reconocer que se trata de un problema evidente de mala educación y de falta de respeto a las normas.
No se trata de prohibir, ni de tener normativas para todo. Por eso soy anarquista. Si no creemos que el individuo es suficientemente responsable como para cuidarse de su propia vida, entonces no hay legislación ni normativa que le salven.
Nos hemos pasado poniendo normas para sustituir al sentido común, anulando los resquicios de éste. Y ¿no sería más adecuado educar en la libertad y en la responsabilidad y prohibir menos?
Al día siguiente del atropello ferroviario múltiple aparece en El País un señor más que de mediana edad saltando torpemente por un andén con un tren en las proximidades. El tipo dice de forma arrogante que en ningún sitio pone que esté prohibido saltar a la vía. Y resulta que además es profesor de instituto.
Lo dicho, que convenzas con amor y que arrastres con tu ejemplo.
Nos evitaría muchas leyes y muchas normas.
miércoles, 16 de junio de 2010
Mugaritz martxan
Hoy me toca defender una idea difícil. Difícil porque ponerse del lado de un restaurante que cobra un alto precio por su servicio en estos tiempos no es sencillo. Y menos aún si uno ni siquiera ha comido nunca en él. Pero lo voy a intentar, y además encantado.
Leo en el Diario Vasco la noticia esperada por muchos de que el Mugaritz ya vuelve a estar en marcha. Para quien no lo conozca, este restaurante, considerado por los expertos en la materia el quinto del mundo, sufrió un incendio fortuito hace unos cuatro meses quedando inservible. Ahora se ha reconstruido y vuelve a estar abierto. El tema en sí mismo no sería de interés si no es por la categoría del restaurante y sobre todo, que es lo que me interesa, por la reacción que ha provocado en una masa social importante.
He seguido el proceso de reconstrucción de este templo culinario y me ha emocionado la fortaleza que su comandante Andoni Luis Aduriz ha demostrado, manteniendo el timón de su nave desarbolada frente a la tormenta. Han seguido imaginando platos, han tratado de aprovechar la desgracia para mejorar tanto su espacio físico de trabajo como su dinámica de equipo. Además han recibido apoyo incondicional de todo su entorno gremial, algo impensable en otros ámbitos. Han recibido una corriente importante de solidaridad y lo han hecho notar y lo han agradecido.
Ahora vuelven al trabajo, a enfrentarse a la puesta en escena diaria. Y a mí ¿Qué me importa? Pues mucho. Me importa porque encarnan el espíritu del trabajo, de la superación, de la calidad, de lo vasco, de lo sutil, de lo efímero. Crean y callan.
Conozco este restaurante desde bastante antes de hacerse famoso, aunque nunca comí en él. Para quienes disfrutamos con estas cosas a veces la contemplación es suficiente. A algunos nos gusta seguir la evolución de los cocineros, saber qué hacen, qué propuestas generan, qué materiales utilizan, cómo los tratan. Exactamente igual que un aficionado a la fórmula 1 no va a conducir nunca un bólido o igual que un estudioso del arte que no va a ver un cuadro determinado más que a través de láminas o reproducciones. El colmo sería poder probar los platos que crean, y no lo descarto, algún día se ha de poner a tiro. Quizá el día que decida volver a esa tierra a la que tanto quiero me ofrezca un desagravio en el Mugaritz. Será un renacer para ambos.
Muchas personas están en contra de este tipo de restaurantes, dicen que te cobran una barbaridad y no comes. Yo no lo creo. Es cierto que son caros, pero la exclusividad del trato, de los materiales empleados, el alto precio de la investigación y lo trabajoso de las elaboraciones, aparte de la cantidad de personal de alta cualificación empleado, para mí, justifican el precio. Y lo más importante, son un ejemplo de excelencia. Como todo lo carísimo no está al alcance de todos, pero tampoco un restaurante medio de 60 euros el cubierto está al alcance de la mayoría de las familias con la que está cayendo, y nadie plantea que deban desaparecer.
El Mugaritz, como el Bulli, Akelarre, etc. son buques insignia de una cocina fantástica que abarca desde lo más lujoso hasta la más honesta y sencilla casa de comidas. Cada cual tiene su sitio, y el conocimiento se traslada de unas a otras enriqueciéndose mutuamente. Está claro que en los orígenes de la alta cocina siempre estarán las raíces de la comida tradicional. Pero también hay que reconocer que sin la alta cocina hoy por hoy no sería muy sano seguir una dieta excesivamente saturada de grasas o hipercalórica como la que seguían nuestros antepasados del agro. Y en lo que se refiere a las presentaciones está todo dicho. Hasta en los menús del día se ha ganado en salud y presentación. Y eso solo se consigue gracias a la investigación. Es lo mismo que ocurre entre los motores de alta competición y los de los utilitarios del gran público. Unos investigan y otros aprovechan. Es lo suyo.
La cocina de estos restaurantes es cocina y es espectáculo. Es dejarse sorprender y dejar viajar a los sentidos. Y no es una cuestión de hedonismo, se trata de desarrollar otras facetas del cerebro. Se trata de trabajar los olores, los sabores, los colores, las formas, las texturas. Es todo un mundo y es muy interesante. Claro que hay a quien no le interesa, es lógico. También leer cansa, es mejor esperar a que salga la película del libro.
Hoy vuelve a funcionar uno de los primeros restaurantes del mundo. Han superado una desgracia empresarial impresionante. Y son buena gente. Suerte Mugaritz en la nueva andadura. Y gracias por vuestro trabajo.
Leo en el Diario Vasco la noticia esperada por muchos de que el Mugaritz ya vuelve a estar en marcha. Para quien no lo conozca, este restaurante, considerado por los expertos en la materia el quinto del mundo, sufrió un incendio fortuito hace unos cuatro meses quedando inservible. Ahora se ha reconstruido y vuelve a estar abierto. El tema en sí mismo no sería de interés si no es por la categoría del restaurante y sobre todo, que es lo que me interesa, por la reacción que ha provocado en una masa social importante.
He seguido el proceso de reconstrucción de este templo culinario y me ha emocionado la fortaleza que su comandante Andoni Luis Aduriz ha demostrado, manteniendo el timón de su nave desarbolada frente a la tormenta. Han seguido imaginando platos, han tratado de aprovechar la desgracia para mejorar tanto su espacio físico de trabajo como su dinámica de equipo. Además han recibido apoyo incondicional de todo su entorno gremial, algo impensable en otros ámbitos. Han recibido una corriente importante de solidaridad y lo han hecho notar y lo han agradecido.
Ahora vuelven al trabajo, a enfrentarse a la puesta en escena diaria. Y a mí ¿Qué me importa? Pues mucho. Me importa porque encarnan el espíritu del trabajo, de la superación, de la calidad, de lo vasco, de lo sutil, de lo efímero. Crean y callan.
Conozco este restaurante desde bastante antes de hacerse famoso, aunque nunca comí en él. Para quienes disfrutamos con estas cosas a veces la contemplación es suficiente. A algunos nos gusta seguir la evolución de los cocineros, saber qué hacen, qué propuestas generan, qué materiales utilizan, cómo los tratan. Exactamente igual que un aficionado a la fórmula 1 no va a conducir nunca un bólido o igual que un estudioso del arte que no va a ver un cuadro determinado más que a través de láminas o reproducciones. El colmo sería poder probar los platos que crean, y no lo descarto, algún día se ha de poner a tiro. Quizá el día que decida volver a esa tierra a la que tanto quiero me ofrezca un desagravio en el Mugaritz. Será un renacer para ambos.
Muchas personas están en contra de este tipo de restaurantes, dicen que te cobran una barbaridad y no comes. Yo no lo creo. Es cierto que son caros, pero la exclusividad del trato, de los materiales empleados, el alto precio de la investigación y lo trabajoso de las elaboraciones, aparte de la cantidad de personal de alta cualificación empleado, para mí, justifican el precio. Y lo más importante, son un ejemplo de excelencia. Como todo lo carísimo no está al alcance de todos, pero tampoco un restaurante medio de 60 euros el cubierto está al alcance de la mayoría de las familias con la que está cayendo, y nadie plantea que deban desaparecer.
El Mugaritz, como el Bulli, Akelarre, etc. son buques insignia de una cocina fantástica que abarca desde lo más lujoso hasta la más honesta y sencilla casa de comidas. Cada cual tiene su sitio, y el conocimiento se traslada de unas a otras enriqueciéndose mutuamente. Está claro que en los orígenes de la alta cocina siempre estarán las raíces de la comida tradicional. Pero también hay que reconocer que sin la alta cocina hoy por hoy no sería muy sano seguir una dieta excesivamente saturada de grasas o hipercalórica como la que seguían nuestros antepasados del agro. Y en lo que se refiere a las presentaciones está todo dicho. Hasta en los menús del día se ha ganado en salud y presentación. Y eso solo se consigue gracias a la investigación. Es lo mismo que ocurre entre los motores de alta competición y los de los utilitarios del gran público. Unos investigan y otros aprovechan. Es lo suyo.
La cocina de estos restaurantes es cocina y es espectáculo. Es dejarse sorprender y dejar viajar a los sentidos. Y no es una cuestión de hedonismo, se trata de desarrollar otras facetas del cerebro. Se trata de trabajar los olores, los sabores, los colores, las formas, las texturas. Es todo un mundo y es muy interesante. Claro que hay a quien no le interesa, es lógico. También leer cansa, es mejor esperar a que salga la película del libro.
Hoy vuelve a funcionar uno de los primeros restaurantes del mundo. Han superado una desgracia empresarial impresionante. Y son buena gente. Suerte Mugaritz en la nueva andadura. Y gracias por vuestro trabajo.
martes, 1 de junio de 2010
Mi respetada y vieja amiga
Hacía ya demasiados años que no iba a La Pedriza. Tantos que ya ni me acordaba de por dónde discurren sus senderos.
Creo que la última vez fue con mi amigo Luis. El era un enamorado de este conjunto de rocas de formas fantásticas y habitualmente íbamos a dar paseos, ya no era el tiempo de la escalada para nosotros. No obstante nos gustaba pararnos y ver las evoluciones de los escaladores por las distintas vías, recordando tiempos recientes en los que nosotros mismos tratábamos de vencer a la ley de la gravedad (no siempre con éxito).
En aquellos días la música de fondo era el tintineo del material sobre la roca, las voces de los escaladores (tira, recupera...). Y las rocas aparecían adornadas con los vistosos colores de la ropa de escalada, que nunca fue discreta.
Y el sábado al llegar a ese paraíso de las formas imaginadas me topé de repente con “La Bota”. Y recordé las veces que he pegado mi piel a esas formaciones. Y vi el Pájaro, el Yelmo, y tantas vías que discurren por ellas. Pero me faltaba algo. No sabía qué pero algo no estaba allí. Pensé en tantos amigos y compañeros de cordada, pensé en los amigos con los que tenía la suerte de volver, pensé en las personas y no encontré lo que me faltaba. Hasta que caí en lo que realmente estaba extrañando. La Pedriza estaba vacía. Solo estábamos allí mis dos amigos y yo. No se oía a nadie, quizá algún pájaro, pero no había personas. Nadie escalaba, nadie andaba por sus senderos. Era una sensación muy extraña, de vacío. Es como si estuviese visitando a un amigo enfermo. Estaba allí, como siempre, pero le faltaba la vida, la alegría de las voces, el ruido del material. El paisaje era el mismo, pero sin sustancia. No dejaba de tener una sobrecogedora belleza, acentuada aún más por ese silencio, pero no era “mi” Pedriza.
Bajamos entretenidos con el paisaje y con algún resbalón en absoluta soledad hasta la altura del refugio Giner de los Ríos, lugar en el que aparecieron los primeros síntomas de agrupamiento humano, hasta llegar a Canto Cochino, allí desapareció toda la magia. Montones de coches y de personas en torno a los dos merenderos, docenas de pies metidos en el río, constante trasiego de personas y enseres. Poco montañero y mucho visitante. Lo peor. Se nos bajó el suflé de golpe.
Me quedó una sensación agridulce. Mi amiga La Pedriza estaba mayor, ya no me hablaba con la alegría de antes. Nos habíamos conocido cuando yo empezaba a escalar, compartimos muchos amigos con los que hoy no tengo ya relación alguna, y creo que ella tampoco. Compartimos confidencias, sinsabores y alegrías. Me enseñó mucho del montañismo, de los valores de la amistad, a confiar en el compañero que nos asegura, a asegurar al compañero que confía en nosotros. Había vuelto a verla con ilusión, pero ella y yo habíamos cambiado. Yo estoy más viejo, más gordo y más gruñón y ella está más sola. Yo ya no escalo, a ella casi no la escala nadie. Pero como a todas esas mujeres con carácter los años la han dado más belleza, más serenidad y su rostro, más ajado, refleja la experiencia con una mezcla de dureza y bondad que solo pueden tener quienes han sido nobles como la roca. La roca que tantas veces me sirvió para no caer al vacío. En todos los sentidos.
Gracias Pedriza y gracias amigos.
Creo que la última vez fue con mi amigo Luis. El era un enamorado de este conjunto de rocas de formas fantásticas y habitualmente íbamos a dar paseos, ya no era el tiempo de la escalada para nosotros. No obstante nos gustaba pararnos y ver las evoluciones de los escaladores por las distintas vías, recordando tiempos recientes en los que nosotros mismos tratábamos de vencer a la ley de la gravedad (no siempre con éxito).
En aquellos días la música de fondo era el tintineo del material sobre la roca, las voces de los escaladores (tira, recupera...). Y las rocas aparecían adornadas con los vistosos colores de la ropa de escalada, que nunca fue discreta.
Y el sábado al llegar a ese paraíso de las formas imaginadas me topé de repente con “La Bota”. Y recordé las veces que he pegado mi piel a esas formaciones. Y vi el Pájaro, el Yelmo, y tantas vías que discurren por ellas. Pero me faltaba algo. No sabía qué pero algo no estaba allí. Pensé en tantos amigos y compañeros de cordada, pensé en los amigos con los que tenía la suerte de volver, pensé en las personas y no encontré lo que me faltaba. Hasta que caí en lo que realmente estaba extrañando. La Pedriza estaba vacía. Solo estábamos allí mis dos amigos y yo. No se oía a nadie, quizá algún pájaro, pero no había personas. Nadie escalaba, nadie andaba por sus senderos. Era una sensación muy extraña, de vacío. Es como si estuviese visitando a un amigo enfermo. Estaba allí, como siempre, pero le faltaba la vida, la alegría de las voces, el ruido del material. El paisaje era el mismo, pero sin sustancia. No dejaba de tener una sobrecogedora belleza, acentuada aún más por ese silencio, pero no era “mi” Pedriza.
Bajamos entretenidos con el paisaje y con algún resbalón en absoluta soledad hasta la altura del refugio Giner de los Ríos, lugar en el que aparecieron los primeros síntomas de agrupamiento humano, hasta llegar a Canto Cochino, allí desapareció toda la magia. Montones de coches y de personas en torno a los dos merenderos, docenas de pies metidos en el río, constante trasiego de personas y enseres. Poco montañero y mucho visitante. Lo peor. Se nos bajó el suflé de golpe.
Me quedó una sensación agridulce. Mi amiga La Pedriza estaba mayor, ya no me hablaba con la alegría de antes. Nos habíamos conocido cuando yo empezaba a escalar, compartimos muchos amigos con los que hoy no tengo ya relación alguna, y creo que ella tampoco. Compartimos confidencias, sinsabores y alegrías. Me enseñó mucho del montañismo, de los valores de la amistad, a confiar en el compañero que nos asegura, a asegurar al compañero que confía en nosotros. Había vuelto a verla con ilusión, pero ella y yo habíamos cambiado. Yo estoy más viejo, más gordo y más gruñón y ella está más sola. Yo ya no escalo, a ella casi no la escala nadie. Pero como a todas esas mujeres con carácter los años la han dado más belleza, más serenidad y su rostro, más ajado, refleja la experiencia con una mezcla de dureza y bondad que solo pueden tener quienes han sido nobles como la roca. La roca que tantas veces me sirvió para no caer al vacío. En todos los sentidos.
Gracias Pedriza y gracias amigos.
viernes, 21 de mayo de 2010
LA VIDA SIN ATAJOS
Soy víctima de una educación muy tradicional. Y a la vez verdugo en la figura de mi hija.
Tengo para mí que la vida no deja de ser un camino que ha de andarse de la manera más digna posible. Muchos años de andar por la montaña me han fijado esa imagen. Y en esa dignidad no me caben los atajos. En una ruta de montaña no se sale uno del camino trazado por varias razones, como por ejemplo, no destrozar el entorno más allá de no necesario, porque no vamos a ser necesariamente más listos que el que trazó el camino y porque, como bien dice el refrán, “no hay atajo sin trabajo”.
Varias cosas que he leído esta semana me traen a la cabeza esta reflexión. Como casi siempre que reflexiono ha sido a partir de verdaderas tonterías y por tanto mis reflexiones carecen de importancia, pero como este medio es gratis os las expongo.
Un par de ellas son los goji y las pulseras holográficas. Estos elementos milagrosos que la ciencia convencional se empeña en calificar al menos como inútiles son un punto de enganche para un montón de gente que desea una salud mejor, rápida, barata y sin esfuerzo. Dejando aparte los desahuciados por el sistema convencional de salud, a los que se les perdona todo precisamente por su condición, el resto tiene una responsabilidad colectiva en dar alas a estos “inventos”. Ver las pulseras mencionadas en la muñeca de algún deportista de élite tiene su efecto, pero verlas en las de un montón de gente anónima a diario es demoledor. El que ningún estudio haya podido probar ningún efecto da igual, es secundario. Lo importante es que a la gente le funciona. O no, pero dicen que sí.
Con los goji otro tanto de lo mismo. Esta semana en diferentes periódicos se destacaba que respetadas universidades daban por falsos los mitos. Y yo me imagino al que hace el estudio de la pulsera tomándose unos goji para aguantar el tirón y estar más horas repasando estadísticas, y al que hace el estudio de los goji tapando con su camisa la pulsera para que sus colegas no se rían mucho de él. Y es que la estupidez no tiene límites. Y nos lleva a buscar el atajo. Hartos de que nos digan que para la salud buena alimentación y ejercicio adecuado, buscamos otros medios. Porque claro, lo de la alimentación sana es muy soso y muy pesado, y lo del ejercicio cansa. Es mejor y más rápido entregarse al chamanismo, y además está de moda.
Crecen por ello las disciplinas orientales implantadas en nuestra sociedad a fuerza de injerto cultural cuando menos forzado. La práctica de esas disciplinas separadas del modo de vida que las rodean en su punto de origen es para mí como poner un centro comercial de los que adornan nuestra geografía en medio de la Amazonia. Es el mismo centro comercial, pero el efecto no puede ser el mismo. Claro, que siempre te dirán que lo que cura, cura … Y nunca van a admitir los parámetros de nuestra vieja ciencia, a la que acusan de fallar con estrépito. Prefieren algo que no es demostrable y que no se mide con nuestros parámetros occidentales. Desconociendo, eso sí , los parámetros orientales, pero eso da lo mismo. Y en el río revuelto lo mismo hay esforzados exiliados coreanos tratando de ejercer su sabio y milenario magisterio salutífero que charlatanes de feria vendiendo el elixir de la eterna juventud.
Pero nos gusta andar menos y allá donde veamos una posibilidad de acortar y dar menos pasos nos metemos, aunque sea cuesta arriba y nos haga resollar, pero creemos que es más corto. Al final empleamos más fuerza de la debida, pero hemos sido más listos que el resto. Por tanto cuestionamos la ciencia porque es corrupta en sí misma y además no es infalible y nos decantamos por algo que no tiene ningún control conocido, pero claro es tan antiguo ….
Otro de los sucesos que me ha terminado de calentar la cabeza con esto de acortar el camino ha sido el folletín primaveral del Himalaya.
Después de muchos años de montaña (modesta, pero montaña), estos sucesos me han hecho ver muy claro que no por más alta la cumbre la gesta es más hermosa. Siempre subí a las cumbres para encontrar algo que no había abajo, y no era Dios, ni un paisaje. Era yo mismo. Y además la compañía de un amigo (o más). Siempre subimos juntos. Siempre bajamos juntos. He tenido en todos estos años diferentes compañeros de camino, y nunca nos hemos perdido de vista. Hemos disfrutado juntos del esfuerzo y nuestra recompensa ha sido un momento de silencio arriba, cada uno consigo mismo y sintiendo al lado al otro.
Sin embargo veo con tristeza que en gente que se dedica de modo profesional a la montaña (en ello ya hay un contrasentido enorme) van cambiando los valores, y se estima más la cumbre que la seguridad del grupo. O puede ocurrir que ni siquiera exista el concepto de grupo.
No me valen las excusas de que por encima de los siete mil metros cada uno depende de sí mismo. A ese mismo que lo dice lo tuvieron que sacar otros antes, con riesgo de sus propias vidas, de atolladeros que le hubiesen costado la vida si no fuera por los compañeros de cordada. Tan importantes como la propia vida son las de los que te acompañan.
Pero otra vez, y en este caso en la montaña, volvemos al atajo. El atajo que hace alcanzar la cumbre pero que cuesta una vida.
Y por eso insisto en lo de la educación que recibí y que trato de transmitir a mi hija. Todo necesita un esfuerzo. Todo tiene un precio y no siempre en dinero. Hay que valorar mucho el camino trazado. Por ese camino probablemente no se hubiesen hecho ricos los vendedores de pulseras de plástico a 35 euros, ni los importadores de goji falsamente tibetano y a lo mejor Tolo Calafat estaría aún con vida. Serían dos estafadores menos y un montañero más…
¿Merecerá la pena el atajo?
Tengo para mí que la vida no deja de ser un camino que ha de andarse de la manera más digna posible. Muchos años de andar por la montaña me han fijado esa imagen. Y en esa dignidad no me caben los atajos. En una ruta de montaña no se sale uno del camino trazado por varias razones, como por ejemplo, no destrozar el entorno más allá de no necesario, porque no vamos a ser necesariamente más listos que el que trazó el camino y porque, como bien dice el refrán, “no hay atajo sin trabajo”.
Varias cosas que he leído esta semana me traen a la cabeza esta reflexión. Como casi siempre que reflexiono ha sido a partir de verdaderas tonterías y por tanto mis reflexiones carecen de importancia, pero como este medio es gratis os las expongo.
Un par de ellas son los goji y las pulseras holográficas. Estos elementos milagrosos que la ciencia convencional se empeña en calificar al menos como inútiles son un punto de enganche para un montón de gente que desea una salud mejor, rápida, barata y sin esfuerzo. Dejando aparte los desahuciados por el sistema convencional de salud, a los que se les perdona todo precisamente por su condición, el resto tiene una responsabilidad colectiva en dar alas a estos “inventos”. Ver las pulseras mencionadas en la muñeca de algún deportista de élite tiene su efecto, pero verlas en las de un montón de gente anónima a diario es demoledor. El que ningún estudio haya podido probar ningún efecto da igual, es secundario. Lo importante es que a la gente le funciona. O no, pero dicen que sí.
Con los goji otro tanto de lo mismo. Esta semana en diferentes periódicos se destacaba que respetadas universidades daban por falsos los mitos. Y yo me imagino al que hace el estudio de la pulsera tomándose unos goji para aguantar el tirón y estar más horas repasando estadísticas, y al que hace el estudio de los goji tapando con su camisa la pulsera para que sus colegas no se rían mucho de él. Y es que la estupidez no tiene límites. Y nos lleva a buscar el atajo. Hartos de que nos digan que para la salud buena alimentación y ejercicio adecuado, buscamos otros medios. Porque claro, lo de la alimentación sana es muy soso y muy pesado, y lo del ejercicio cansa. Es mejor y más rápido entregarse al chamanismo, y además está de moda.
Crecen por ello las disciplinas orientales implantadas en nuestra sociedad a fuerza de injerto cultural cuando menos forzado. La práctica de esas disciplinas separadas del modo de vida que las rodean en su punto de origen es para mí como poner un centro comercial de los que adornan nuestra geografía en medio de la Amazonia. Es el mismo centro comercial, pero el efecto no puede ser el mismo. Claro, que siempre te dirán que lo que cura, cura … Y nunca van a admitir los parámetros de nuestra vieja ciencia, a la que acusan de fallar con estrépito. Prefieren algo que no es demostrable y que no se mide con nuestros parámetros occidentales. Desconociendo, eso sí , los parámetros orientales, pero eso da lo mismo. Y en el río revuelto lo mismo hay esforzados exiliados coreanos tratando de ejercer su sabio y milenario magisterio salutífero que charlatanes de feria vendiendo el elixir de la eterna juventud.
Pero nos gusta andar menos y allá donde veamos una posibilidad de acortar y dar menos pasos nos metemos, aunque sea cuesta arriba y nos haga resollar, pero creemos que es más corto. Al final empleamos más fuerza de la debida, pero hemos sido más listos que el resto. Por tanto cuestionamos la ciencia porque es corrupta en sí misma y además no es infalible y nos decantamos por algo que no tiene ningún control conocido, pero claro es tan antiguo ….
Otro de los sucesos que me ha terminado de calentar la cabeza con esto de acortar el camino ha sido el folletín primaveral del Himalaya.
Después de muchos años de montaña (modesta, pero montaña), estos sucesos me han hecho ver muy claro que no por más alta la cumbre la gesta es más hermosa. Siempre subí a las cumbres para encontrar algo que no había abajo, y no era Dios, ni un paisaje. Era yo mismo. Y además la compañía de un amigo (o más). Siempre subimos juntos. Siempre bajamos juntos. He tenido en todos estos años diferentes compañeros de camino, y nunca nos hemos perdido de vista. Hemos disfrutado juntos del esfuerzo y nuestra recompensa ha sido un momento de silencio arriba, cada uno consigo mismo y sintiendo al lado al otro.
Sin embargo veo con tristeza que en gente que se dedica de modo profesional a la montaña (en ello ya hay un contrasentido enorme) van cambiando los valores, y se estima más la cumbre que la seguridad del grupo. O puede ocurrir que ni siquiera exista el concepto de grupo.
No me valen las excusas de que por encima de los siete mil metros cada uno depende de sí mismo. A ese mismo que lo dice lo tuvieron que sacar otros antes, con riesgo de sus propias vidas, de atolladeros que le hubiesen costado la vida si no fuera por los compañeros de cordada. Tan importantes como la propia vida son las de los que te acompañan.
Pero otra vez, y en este caso en la montaña, volvemos al atajo. El atajo que hace alcanzar la cumbre pero que cuesta una vida.
Y por eso insisto en lo de la educación que recibí y que trato de transmitir a mi hija. Todo necesita un esfuerzo. Todo tiene un precio y no siempre en dinero. Hay que valorar mucho el camino trazado. Por ese camino probablemente no se hubiesen hecho ricos los vendedores de pulseras de plástico a 35 euros, ni los importadores de goji falsamente tibetano y a lo mejor Tolo Calafat estaría aún con vida. Serían dos estafadores menos y un montañero más…
¿Merecerá la pena el atajo?
miércoles, 19 de mayo de 2010
¡Arriba la Esteban!
Es el colmo. Triunfan los mentecatos dicen en “El Mundo”. Y es que había en televisión un concurso de baile y lo ha ganado Belén Esteban. Ese fenómeno mediático (dicen pomposamente). Ya sé que la cosa no tiene mayor importancia, que son inventos de las productoras televisivas para generar audiencia, que todo el mundo sabe que no es más que un juguete roto, pero no deja de ser una más de tantas que están pasando.
No he visto el programa, ni un solo segundo, pero me dicen que la señorita (porque ella quiera) baila menos que el oso de la feria, que incluso ella misma lo reconoce, pero aún así se ha alzado victoriosa sobre quienes hacían las cosas bien (al menos mejor) y sobre quienes se han esforzado de verdad. Triste paradoja de nuestro mundo real. Triunfa el torpe, el zafio, mientras se da de lado al que trabaja, al que se esmera en conseguir un buen resultado.
Creo sinceramente que la culpa no es de nadie, la tenemos entre todos y entre todos la mataron y ella sola se murió. Hemos tragado con un montón de reglas que nos han ido imponiendo en pos de un bienestar que no alcanzábamos pero que se nos presentaba accesible. Hemos querido poner de nuestra parte y hemos cedido mucho, tanto que al final nuestros argumentos se han diluido en el caldo de nuestra tolerancia hasta asfixiar nuestro propio discurso. Y nos va pasando a todos, al médico, al profesor, al educador social, al cura, al administrativo, al informático, a todos aquellos que partiendo de unos principios que creíamos sólidos habíamos construido un presente profesional y moral. Hoy ya no nos queda otra cosa que el recuerdo y esa apolillada sensación de ser un hidalgo sin recursos que pasea con altivez su pobre dignidad.
Y todo empezó con el VHS. Si, no estoy loco, empezó con el VHS. El mejor sistema de video era el 2.000, reconocido por todo el orbe de la imagen, pero claro, no era comercialmente viable y lo eliminamos. Que fuera el mejor era secundario. Nos quedaron el Beta y el VHS. Los profesionales utilizaban Beta por su innegable mayor calidad que el VHS, las diferencias eran visibles hasta para el profano. Los precios eran similares. Pero una vez más ganó la partida el marketing, el Beta a hacer gárgaras y todo el mundo a pasarse al VHS si quería conseguir alguna cinta. Y cambie usted el aparato por uno peor y aguántese que lo han dicho los gurús del mercado.
Y yo escribo estas tonterías en mi horario laboral porque mi jefe que no tiene ni puñetera idea de lo que se trae entre manos me tiene tocándome las narices deliberadamente mientras mi empresa naufraga un poquito más cada día.
Y el médico estará viendo como la incompetencia se extiende a su alrededor más rápida que la gripe y como el sistema le deja ejercer en lo público mientras no de más guerra de la justa. Salud para los pobres y los apestados sí, pero que no den la lata.
El profesor, que encima cree en lo suyo, estará haciendo un montón de trabajo en sus horas libres preparando exámenes, material de clase, mientras en los despachos algún torpe político oportunista piensa cómo recortar los presupuestos educativos, planeando en definitiva su exterminio.
Y el educador social sigue a sus cuarentaypico dando gracias de haber encontrado a su edad una segunda oportunidad para por cuatro perras patear las calles luchando contra una sociedad que le paga para acallar su conciencia pero que no quiere saber mucho de lo que realmente hay que hacer en la calle.
Del cura ni hablamos, después de vivir una época de ilusión, de dar la cara por unos valores, de creer con mayúsculas, de buscar la apertura de la Iglesia desde dentro, de querer llevar la Palabra allá donde no se conocía o no se quería conocer, ahora resulta que le han adelantado por la derecha (siempre ilegal lo de adelantar por la derecha) sus propios compañeros. Y se ve casi como yo, pensando en vacío y con más tiempo libre del estrictamente recomendable.
Y el administrativo ahí estará, viendo degradarse día a día su entorno laboral por causa de unos gestores incompetentes y soberbios.
En definitiva, han ganado ellos. No nos han convencido, ni desde luego nos han vencido. A nosotros no, pero desde luego han ganado la partida. Es el triunfo de los perdedores que han sabido hacer de necesidad virtud mientras los demás andábamos embelesados con Mozart,con el Ruperto o con Rosendo. Nos han dado la del pulpo a ritmo de bachata.
No se puede ser más hortera ni más mediocre, pero está claro que eso triunfa.
Y todo este derrame porque una chica de San Blas gana un concurso. No tengo remedio.
No he visto el programa, ni un solo segundo, pero me dicen que la señorita (porque ella quiera) baila menos que el oso de la feria, que incluso ella misma lo reconoce, pero aún así se ha alzado victoriosa sobre quienes hacían las cosas bien (al menos mejor) y sobre quienes se han esforzado de verdad. Triste paradoja de nuestro mundo real. Triunfa el torpe, el zafio, mientras se da de lado al que trabaja, al que se esmera en conseguir un buen resultado.
Creo sinceramente que la culpa no es de nadie, la tenemos entre todos y entre todos la mataron y ella sola se murió. Hemos tragado con un montón de reglas que nos han ido imponiendo en pos de un bienestar que no alcanzábamos pero que se nos presentaba accesible. Hemos querido poner de nuestra parte y hemos cedido mucho, tanto que al final nuestros argumentos se han diluido en el caldo de nuestra tolerancia hasta asfixiar nuestro propio discurso. Y nos va pasando a todos, al médico, al profesor, al educador social, al cura, al administrativo, al informático, a todos aquellos que partiendo de unos principios que creíamos sólidos habíamos construido un presente profesional y moral. Hoy ya no nos queda otra cosa que el recuerdo y esa apolillada sensación de ser un hidalgo sin recursos que pasea con altivez su pobre dignidad.
Y todo empezó con el VHS. Si, no estoy loco, empezó con el VHS. El mejor sistema de video era el 2.000, reconocido por todo el orbe de la imagen, pero claro, no era comercialmente viable y lo eliminamos. Que fuera el mejor era secundario. Nos quedaron el Beta y el VHS. Los profesionales utilizaban Beta por su innegable mayor calidad que el VHS, las diferencias eran visibles hasta para el profano. Los precios eran similares. Pero una vez más ganó la partida el marketing, el Beta a hacer gárgaras y todo el mundo a pasarse al VHS si quería conseguir alguna cinta. Y cambie usted el aparato por uno peor y aguántese que lo han dicho los gurús del mercado.
Y yo escribo estas tonterías en mi horario laboral porque mi jefe que no tiene ni puñetera idea de lo que se trae entre manos me tiene tocándome las narices deliberadamente mientras mi empresa naufraga un poquito más cada día.
Y el médico estará viendo como la incompetencia se extiende a su alrededor más rápida que la gripe y como el sistema le deja ejercer en lo público mientras no de más guerra de la justa. Salud para los pobres y los apestados sí, pero que no den la lata.
El profesor, que encima cree en lo suyo, estará haciendo un montón de trabajo en sus horas libres preparando exámenes, material de clase, mientras en los despachos algún torpe político oportunista piensa cómo recortar los presupuestos educativos, planeando en definitiva su exterminio.
Y el educador social sigue a sus cuarentaypico dando gracias de haber encontrado a su edad una segunda oportunidad para por cuatro perras patear las calles luchando contra una sociedad que le paga para acallar su conciencia pero que no quiere saber mucho de lo que realmente hay que hacer en la calle.
Del cura ni hablamos, después de vivir una época de ilusión, de dar la cara por unos valores, de creer con mayúsculas, de buscar la apertura de la Iglesia desde dentro, de querer llevar la Palabra allá donde no se conocía o no se quería conocer, ahora resulta que le han adelantado por la derecha (siempre ilegal lo de adelantar por la derecha) sus propios compañeros. Y se ve casi como yo, pensando en vacío y con más tiempo libre del estrictamente recomendable.
Y el administrativo ahí estará, viendo degradarse día a día su entorno laboral por causa de unos gestores incompetentes y soberbios.
En definitiva, han ganado ellos. No nos han convencido, ni desde luego nos han vencido. A nosotros no, pero desde luego han ganado la partida. Es el triunfo de los perdedores que han sabido hacer de necesidad virtud mientras los demás andábamos embelesados con Mozart,con el Ruperto o con Rosendo. Nos han dado la del pulpo a ritmo de bachata.
No se puede ser más hortera ni más mediocre, pero está claro que eso triunfa.
Y todo este derrame porque una chica de San Blas gana un concurso. No tengo remedio.
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